Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Porque hubo un tiempo en el que no decíamos ‘super-’,
utilizado como elemento compositivo con un adjetivo para elogiar a alguien o
algo. Hoy lo oímos a cada paso, especialmente en boca de los niños y de gente
joven: “Carlos es supersimpático”. “La peli es superentretenida” (a propósito,
observarán que ya casi nunca se habla de ‘películas’, se ha impuesto la
abreviatura coloquial ‘peli’). Y ya en el colmo de la admiración, esos mismos
hablantes no encontrarán mejor calificativo que ‘superguay’.
La palabra súper como sustantivo se usaba para designar
una clase de gasolina de más octanaje y –no sabría precisar si en la misma
época, o antes o después, pues los fenómenos del lenguaje son muy difíciles de
situar con exactitud en el tiempo–, digo que también se empezó a usar para
referirse a los grandes almacenes o centros comerciales, los supermercados.
Al mismo o parecido empeño por ponderar o aseverar algo
responde, me parece a mí, el uso de la expresión “La verdad es que…”, con la
que se inicia una declaración o la contestación a una pregunta y que se ha
convertido en auténtica muletilla. Y ello cuando nunca como en nuestros días se
han prodigado tanto la mentira, la falsedad o la posverdad.
De forma similar se nos bombardea con la utilización de
‘género’ en lugar de ‘sexo’. Ya pueden expertos lingüistas y la misma Real
Academia Española (RAE) recomendar las expresiones “violencia contra la mujer”
o “violencia machista”, o violencia doméstica, si se lleva a cabo en el ámbito
familiar e incluye a niños, en vez de “violencia de género”: los medios de
comunicación y los hablantes de toda laya no se apean de tal locución.
En el documento nacional de identidad no se nos
identifica como M o F bajo la denominación Género, sino Sexo. Claro que pronto
se ampliará esta identificación para incluir a homosexuales y transexuales,
términos compuestos en todo caso con el adjetivo ‘sexual’, no ‘genérico’.
Género indica una categoría gramatical, por más que se
empeñen en lo contrario modernos transgresores del léxico.
Género, entre otras muchas acepciones, significa también
en el comercio cualquier mercancía, en la que supongo que no querrán ser
englobados quienes defienden la utilización de ‘género’ para personas.
‘De género’, como locución adjetiva con la preposición
‘de’, se dice de las obras pictóricas o escultóricas que representan escenas de
costumbres o de la vida común, y de los artistas que las crean. En ningún caso
se alude al sexo.
Y ya metidos en la diferencia entre masculino y femenino,
no me resisto a desautorizar una vez más a los políticos, maestros y demás
profesionales que repiten cansinamente “ciudadanos y ciudadanas”, “niños y
niñas”, “alumnos y alumnas”, “compañeros y compañeras”, o viceversa, etc.,
ignorando que en español, cuando utilizamos el masculino como categoría
gramatical, estamos incluyendo a varones y hembras, a hombres y mujeres.
Reescribir la Constitución Española, el Quijote o hasta
la Biblia, como pretenden algunas iluminadas e iluminados, para que incluyan
“el lenguaje inclusivo”, valga la redundancia, es delirante propuesta que solo
sirve para distraer la atención de problemas más importantes y para demostrar
la ignorancia de quienes defienden semejante estupidez.
Cualquier manual de historia se haría indigesto y
desmedido si tuviera que referirse siempre a los egipcios y las egipcias, los
hebreos y las hebreas, los fenicios y las fenicias, los romanos y las romanas,
los visigodos y las visigodas…
No entiendo, en este contexto de pretendida
reivindicación de la mujer, la resistencia de algunas profesionales a llamarse
y que las llamen, por ejemplo, médicas y no médicos, abogadas y no abogados,
arquitectas y no arquitectos, etc. La médico, además, entraña una manifiesta falta
de concordancia
Menos mal que periodista, electricista, futbolista y
otros muchos sustantivos acabados en -ista valen lo mismo para un roto que para
un descosido, quiero decir para mujeres y hombres.
Alcaldesa hace tiempo que dejó de referirse solo a la
mujer del alcalde, para significar también la mujer que desempeña la función de
regidora en un ayuntamiento.
Por cierto, y aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid, me congratulo de que la reciente publicación del Libro de estilo de la lengua española,
de la RAE, se haya agotado al poco tiempo de salir al mercado. Por lo menos, yo
no he encontrado esta novedad en las librerías que frecuento.
Me permito aconsejar a la editorial responsable de esta
publicación que lance una nueva edición. Es un regalo que en estas fechas hará
un oportuno servicio a tantos eruditos, perdón y eruditas, a la violeta que se
atreven a pontificar sobre lo que ignoran.
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