Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
¿Se está perdiendo en España el genuino espíritu de la
Navidad?
Creyentes cristianos y no creyentes conmemoramos año tras
año, desde hace más de veintiún siglos, el nacimiento de un niño, hijo de una
virgen, María, desposada con José, en Belén, un remoto pueblo perdido de una
provincia sin importancia alguna, Palestina, bajo el poder de Roma, en tiempos
del emperador Augusto.
Para los creyentes, ese niño, de nombre Jesús, es el hijo
de Dios, que vino a este mundo para salvarnos, por lo que también se le conoce
como el Salvador.
Creencias que no comparten más del treinta por ciento de
los españoles actuales, no obstante lo cual celebran con fiestas esta
efeméride, que es festividad oficial. Como responden a motivos religiosos la
mayor parte de los días festivos de nuestro calendario. Quienes prefieren
festejar el solsticio de invierno están en su pleno derecho, siempre y cuando
desde puestos de gobierno no impidan la celebración religiosa de la Navidad.
Lo asombroso no es que haya personas, convecinos
nuestros, que no crean en la historia que relatan los Evangelios de Mateo,
Marcos, Lucas y, también a su modo más alegórico, Juan. Lo que resulta
verdaderamente pasmoso, a poco que reflexionemos sobre estos hechos
transmitidos hasta nuestros días por la tradición oral y escrita, es que
semejante relato haya llegado hasta nosotros y siga contando con la fe de
millones de contemporáneos nuestros en todo el mundo.
Ya he aludido de pasada al escaso papel que en el mundo
del Imperio Romano desempeñaba el pueblo judío, en el seno del cual nació
Jesús. Pero es que las noticias sobre este personaje y su vida proceden casi
exclusivamente de los citados cuatro Evangelios, de cuyos autores apenas tenemos
más datos que los que ellos mismos, y en un número muy reducido, nos dan. Mateo
y Juan fueron discípulos de Jesús, al que siguieron y cuyas enseñanzas pudieron
escuchar con sus propios oídos, contándose entre los doce apóstoles escogidos
por Cristo y enviados expresamente por él a predicar el Evangelio. Mientras que
Marcos y Lucas transmiten de manera muy especial la predicación de los
apóstoles Pedro y Pablo, respectivamente.
En un mundo como el nuestro en el que la globalización y
los medios tecnológicos de comunicación nos permiten estar informados en tiempo
real de lo que sucede en cualquier país, ciudad o pueblo por alejados que estén
de los nuestros, nos resulta inverosímil que la vida y milagros de un personaje
llamado a convocar en su seguimiento a millones de fieles de todas las épocas,
razas y naciones fueran solo comunicados por unos autores de los que sabemos
poco más que el nombre.
Las escasas y, en parte, controvertidas referencias a
Jesús de escritores no judíos, como los historiadores romanos Tácito, Suetonio
y Plinio el Joven, o las del judío Flavio Josefo, no pasan de alusiones
circunstanciales que apenas dicen nada sobre el personaje histórico Jesús de
Nazaret.
Por otra parte, lo que los evangelistas narran dista
mucho de ser una historia fácil de aceptar. Por ceñirme exclusivamente a los
acontecimientos en que se basa la celebración de la Navidad, se nos refiere que
María es virgen y que concibe a su hijo Jesús por obra del Espíritu Santo. Y
esto se lo anuncia a María un ángel, del que Lucas nos dice hasta el nombre,
Gabriel. Una vez nacido el niño, son de nuevo ángeles los encargados de
anunciar la buena nueva a unos pastores. A unos magos de oriente no son
ángeles, sino una estrella la que les indica que ha nacido el rey de los judíos
y les guía, primero hasta Herodes y después hasta la casa en la que está el
niño con María su madre.
Pues bien, a pesar de lo inverosímiles que puedan
resultar a nuestra mentalidad moderna y a nuestro modo de concebir la historia
estas y otras circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús, esta natividad,
esta Navidad daría la vuelta al mundo, sería reconocida por gentes de las más
diversas épocas y condición, y hoy día sigue configurando el sentir de quienes
se confiesan seguidores de Jesús y de sus enseñanzas.
Seguimos cantando villancicos protagonizados por la
Virgen y San José, los ángeles y los pastores. Seguimos poniendo en nuestras
casas e iglesias, hoy menos en lugares públicos, el nacimiento o belén. Los
niños siguen escribiendo cartas con peticiones a los Reyes Magos, sin que obste
la creciente popularidad e influencia de la figura de Santa Claus o Papá Noel.
Seguimos yendo a la misa del gallo, a las doce de la noche, a pesar de que los
gallos cantan tradicionalmente al despuntar el día. Y seguimos reuniéndonos en
familia la Nochebuena.
Hay quienes denuncian el consumismo egoísta que invade la
celebración de la Navidad. Coincido en el rechazo del egoísmo. Pero el consumo
es motor de la economía y fuente de empresas y puestos de trabajo. Y comprar
regalos y hacerlos supone pensar en los demás, o sea no ser egoístas.
Como piensan en los demás, sobre todo en los niños, los
Reyes Magos, que ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra al niño nacido
en Belén.
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