6 de diciembre de 2022

Cara y cruz de Londres

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

O lo que es lo mismo, aspectos positivos y negativos de Londres, claro está a juicio del autor de este blog, mal viajero y peor turista.

Creo que el viajar está sobrevalorado. Comprendo que nos hayan vendido las excelencias de visitar países distintos del nuestro, de aquel en el que vivimos habitualmente, pues estos viajes aportan a las arcas de las naciones, ciudades o lugares receptores de turistas unos ingresos no generados por otras fuentes de riqueza.

Londres es el ejemplo paradigmático de capital polo de atracción no solo para el turismo internacional, sino para inmigrantes procedentes de los más distintos y distantes puntos del mundo.

Me llama la atención desde nuestra llegada al aeropuerto de Gatwick la ingente variedad de razas y colores de las personas con las que nos cruzamos o que desempeñan las distintas funciones y tareas de la terminal. Espectáculo que se repite en las calles, en los comercios, en los cafés y restaurantes de esta urbe cosmopolita.

Los recepcionistas del hotel en el que nos alojamos mi mujer y yo, a mi pregunta acerca de su procedencia responde uno de ellos que de Bangla Desh y el otro que de la India, sin especificar más. El dueño o encargado de la cafetería en la que desayunamos me informa de que es argelino, pero que lleva viviendo en Londres la friolera de ¡35 años!

Algo positivo tendrá Londres cuando tanta gente oriunda de los más variados países del mundo ha encontrado acogida y trabajo en esta urbe que a mí se me antoja descomunal y caótica.

Todos estos inmigrantes hablan en inglés, no soy capaz de juzgar con qué grado de corrección, pero que les permite bandearse con mucha más soltura que a mí el académico y poco práctico conocimiento de la lengua de Shakespeare adquirido en los libros.

Visitamos mi mujer y yo en los seis días de nuestra estancia londinense, mezclados con las riadas de turistas, los centros de atracción típicos y tópicos, desde el Covent Garden, ya ataviado con la iluminación y los adornos navideños, que nos hace evocar a Audrey Hepburn, Eliza Doolittle, la vendedora de My Fair Lady, apoyada en una columna y hablando cockney, cuando la aborda el profesor Henry Higgins, o sea Rex Harrison, que se compromete a convertirla en una dama enseñándole a hablar la lengua de la alta sociedad.

Esta evocación de la deliciosa película me lleva a referirme al musical Mary Popppins, cuyas espléndidas coreografías disfrutamos en el regio Prince Edward Theatre, lleno a rebosar.

La estrella de los museos londinenses, que son gratuitos, es la National Gallery, a la que dedicamos una mañana, pero necesitaríamos al menos un mes para hacernos siquiera una somera idea de la excepcional riqueza pictórica que alberga.

Como nos habría hecho falta mucho más tiempo que las dos horas que deambulamos por el interior de la Abadía de Westminster para admirar su nave central, su coro, su altar mayor, sus capillas, claustros y transeptos.

En un autobús sightseeing recorrimos la city, Westminster, los alrededores de esa filigrana gótica que es el Parlamento, Hyde Park, el palacio de Buckingham, el barrio de los financieros, las calles que alojan a los hoteles de lujo… En el puente de Londres, ya a pie, nos llamaron la atención los trileros embaucando con su habilidad a incautos viandantes.

No puedo por menos de consignar, entre los aspectos negativos de Londres, la caótica mezcla de edificios clásicos, más o menos respetados o restaurados, con las modernas y elevadas construcciones de cristal y acero, el estado deteriorado y vetusto del metro, el tráfico con constantes atascos por calles estrechas cuando cometimos el error de coger un taxi.

El principal aspecto positivo de Londres ha sido para mí acoger en la James Freeman Gallery la exposición de dibujos de mi hijo Guillermo Martín Bermejo, a la que dedicaré una próxima entrada de este blog. Y que estará abierta al público hasta el próximo día 23 de diciembre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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