Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
O
lo que es lo mismo, aspectos positivos y negativos de Londres, claro está a
juicio del autor de este blog, mal viajero y peor turista.
Creo
que el viajar está sobrevalorado. Comprendo que nos hayan vendido las
excelencias de visitar países distintos del nuestro, de aquel en el que vivimos
habitualmente, pues estos viajes aportan a las arcas de las naciones, ciudades
o lugares receptores de turistas unos ingresos no generados por otras fuentes
de riqueza.
Londres
es el ejemplo paradigmático de capital polo de atracción no solo para el
turismo internacional, sino para inmigrantes procedentes de los más distintos y
distantes puntos del mundo.
Me
llama la atención desde nuestra llegada al aeropuerto de Gatwick la ingente
variedad de razas y colores de las personas con las que nos cruzamos o que
desempeñan las distintas funciones y tareas de la terminal. Espectáculo que se
repite en las calles, en los comercios, en los cafés y restaurantes de esta
urbe cosmopolita.
Los
recepcionistas del hotel en el que nos alojamos mi mujer y yo, a mi pregunta
acerca de su procedencia responde uno de ellos que de Bangla Desh y el otro que
de la India, sin especificar más. El dueño o encargado de la cafetería en la
que desayunamos me informa de que es argelino, pero que lleva viviendo en
Londres la friolera de ¡35 años!
Algo
positivo tendrá Londres cuando tanta gente oriunda de los más variados países
del mundo ha encontrado acogida y trabajo en esta urbe que a mí se me antoja
descomunal y caótica.
Todos
estos inmigrantes hablan en inglés, no soy capaz de juzgar con qué grado de
corrección, pero que les permite bandearse con mucha más soltura que a mí el
académico y poco práctico conocimiento de la lengua de Shakespeare adquirido en
los libros.
Visitamos
mi mujer y yo en los seis días de nuestra estancia londinense, mezclados con
las riadas de turistas, los centros de atracción típicos y tópicos, desde el
Covent Garden, ya ataviado con la iluminación y los adornos navideños, que nos
hace evocar a Audrey Hepburn, Eliza Doolittle, la vendedora de My Fair Lady, apoyada en una columna y
hablando cockney, cuando la aborda el
profesor Henry Higgins, o sea Rex Harrison, que se compromete a convertirla en
una dama enseñándole a hablar la lengua de la alta sociedad.
Esta
evocación de la deliciosa película me lleva a referirme al musical Mary Popppins, cuyas espléndidas
coreografías disfrutamos en el regio Prince Edward Theatre, lleno a rebosar.
La
estrella de los museos londinenses, que son gratuitos, es la National Gallery,
a la que dedicamos una mañana, pero necesitaríamos al menos un mes para
hacernos siquiera una somera idea de la excepcional riqueza pictórica que
alberga.
Como
nos habría hecho falta mucho más tiempo que las dos horas que deambulamos por
el interior de la Abadía de Westminster para admirar su nave central, su coro,
su altar mayor, sus capillas, claustros y transeptos.
En
un autobús sightseeing recorrimos la
city, Westminster, los alrededores de esa filigrana gótica que es el
Parlamento, Hyde Park, el palacio de Buckingham, el barrio de los financieros,
las calles que alojan a los hoteles de lujo… En el puente de Londres, ya a pie,
nos llamaron la atención los trileros embaucando con su habilidad a incautos
viandantes.
No
puedo por menos de consignar, entre los aspectos negativos de Londres, la
caótica mezcla de edificios clásicos, más o menos respetados o restaurados, con
las modernas y elevadas construcciones de cristal y acero, el estado
deteriorado y vetusto del metro, el tráfico con constantes atascos por calles
estrechas cuando cometimos el error de coger un taxi.
El
principal aspecto positivo de Londres ha sido para mí acoger en la James
Freeman Gallery la exposición de dibujos de mi hijo Guillermo Martín Bermejo, a
la que dedicaré una próxima entrada de este blog. Y que estará abierta al
público hasta el próximo día 23 de diciembre.
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