Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Entre
las formas de celebrar la Navidad, o sea, la natividad, el nacimiento de Jesús,
la música ha sido siempre una de mis preferidas: asistir a conciertos, cantar
villancicos en familia, escuchar en viejos vinilos o CD algunas de las obras
maestras que los grandes compositores de todos los tiempos han dedicado al
misterio de Belén. Pero de no haber sido por una circunstancia fortuita –la
indisposición de la nuera de mi mujer, que nos cedió sus entradas– no habría
elegido El Mesías de Händel como
vehículo para la celebración de la venida del Salvador este año de gracia de
2022.
Mi
sensibilidad musical está más cercana al Clasicismo y al Romanticismo que al
Barroco, época en la que se enmarca el compositor de origen alemán, más tarde
nacionalizado inglés, Georg Friedrich Händel (1685-1759). No negaré que la
extremada duración de la obra –alrededor de dos horas y media– ha influido
también en mi prevención hacia la misma.
Prevención
que ha sido superada por mi asistencia en el Auditorio Nacional de Música de Madrid
a la espléndida interpretación de este famoso oratorio. La escasa iluminación
de la sala y mi vista deficiente me impide seguir el texto inglés de los
recitativos, las arias y los coros que nos entrega una azafata en un
cuadernillo. Lo leo al escribir estos apuntes en mi blog.
Me
llama la atención en este concierto participativo precisamente la participación
de una parte numerosa de los asistentes, que con anterioridad han sido
preparados por profesionales y se ponen en pie a la vez que los coros.
En
la liturgia católica estamos más acostumbrados a que los distintos episodios
que rodean el anuncio del nacimiento de Cristo, la llegada del Mesías al mundo,
la pasión de Cristo y su muerte en la cruz, su resurrección y ascensión a los
cielos sean conmemorados con textos tomados principalmente de los Evangelios.
Mientras que en El Mesías de Händel,
como buen luterano, predominan las referencias al Antiguo Testamento, a
profetas como Isaías, Malaquías, Zacarías y Jeremías, y a numerosos Salmos.
Reconozco
que hay pasajes impactantes de Isaías y de los Salmos, que la música grandiosa
de Händel nos acerca para vibrar con el sufrimiento de Cristo en la Pasión.
Como vibramos con el consuelo que el anuncio y la llegada del Mesías
proporciona al mundo.
El
profeta Isaías y el evangelista Mateo se dan la mano en el recitativo que
desvela el misterio de la llegada del Mesías: nacerá de una virgen en Belén y
será llamado Emmanuel, que significa Jesús está con nosotros.
Y
es el también evangelista Lucas el que presta sus palabras a la soprano y al
coro en el “gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad”, que consoló a los pastores en Belén y nos consuela a nosotros
en la actualidad azarosa.
El
célebre Aleluya con que culmina la segunda parte de la obra está tomado del
último libro de la Biblia, que en inglés se denomina Revelation y en español Apocalipsis. Es un himno de alabanza al
Mesías para celebrar su victoria ante la rebelión de sus enemigos. Somos los
creyentes católicos más dados a la oración de súplica, a la petición, para que
Dios atienda y ponga remedio a nuestras necesidades, mientras que los cantos de
alabanza suelen apagarse con celeridad.
El
coro con que se cierran los textos de El
Mesías ensalza al Cordero de Dios, que con su muerte ha redimido a la
humanidad. Así nacimiento y muerte se dan la mano y el triunfo de Cristo se
sella con un solemne Amén, Así sea. Es la corroboración y el reconocimiento de
todo lo que hemos oído y cantado: Cristo, el Mesías, ha triunfado, y con él todos
los hombres hemos vencido a la muerte.
Hermosa
esperanza con la que la música de Händel nos emociona.
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