22 de octubre de 2023

Por qué estoy con Israel

 Las palabras y la vida

 Alberto Martín Baró

Estoy con Israel porque este país es, en la actualidad, una democracia, con todo lo que este régimen político comporta de libertad y de igualdad para sus ciudadanos en un Estado de derecho. Y porque dentro de sus fronteras coexisten pacíficamente judíos, árabes y cristianos.

No olvido que Jesús de Nazaret, para mí y para tantos creyentes el personaje más influyente, admirable y venerado de la historia, independientemente de que se crea o no en su condición de Hijo de Dios, era judío. Más aún, Jesús no sólo fue judío, sino, como el gobernador romano Poncio Pilatos hizo inscribir en la cruz en la que fue crucificado, INRI, Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, o sea rey de los judíos.

Ya con anterioridad la historia de los judíos o israelitas estuvo teñida con tintes religiosos. Según narra el Éxodo, el segundo libro de la Biblia, Dios Yahvé, por medio de Moisés, libera a los israelitas de la esclavitud en Egipto y, a cambio de su fidelidad, les promete una “tierra que mana leche y miel”. Esa tierra prometida era Palestina, un territorio semidesértico y árido que, cuando llegaron los israelitas, ya estaba habitado por otros pueblos, en particular los filisteos. Territorio que, a lo largo de los siglos, fue dominado por sucesivos invasores: asirios, babilonios, griegos, asmoneos, romanos –en tiempos de Jesús–, bizantinos, otomanos y británicos. Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar el Holocausto de millones de judíos por los nazis. Cuando los británicos cedieron el control de Palestina a las Naciones Unidas, la ONU vota en 1947 la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. El Estado de Israel es proclamado el 14 de mayo de 1948, mientras que los árabes no aceptan la división y desde entonces atacan a Israel en sucesivas guerras, en las que inesperadamente salieron derrotados por el minúsculo Estado de Israel.

Me he extendido en la relación, aun así esquemática, de los avatares por los que ha pasado Israel para poner de relieve el tesón y la fortaleza de un pueblo que, en medio de exilios y dispersiones, nunca perdió la esperanza de regresar a la tierra prometida y, ya antes de su creación como Estado en 1948, había llevado a cabo ingentes obras de forestación, roturación de campos y caminos, plantación de naranjales, creación de escuelas, institutos técnicos y científicos, universidades, teatros, una orquesta filarmónica, órganos administrativos…

Por todo ello, también estoy con Israel, un país que es un ejemplo de prosperidad: en un medio geográfico adverso ha logrado crear esa “tierra que mana leche y miel” que Yahvé había prometido a los israelitas.

Y, desde 1966, trece israelíes, han sido galardonados con el Premio Nobel, en los campos de la química, economía, literatura y paz, entre los que citaré a Menájem Beguin y Simon Peres, por sus esfuerzos para crear la paz en Oriente Medio. Y son judíos personajes eminentes en las ciencias, las artes y la literatura, como, por sólo citar unos pocos, Albert Einstein, Sigmund Freud, Amedeo Modigliani, Marc Chagall, Gustav Mahler, Franz Kafka, Gabriela Mistral, Marcel Proust…

Mientras, la franja de Gaza, dominada por el gobierno terrorista de Hamás, malvive en la pobreza a pesar de la ingente ayuda económica que recibe de la Unión Europea y otros países, ayuda que la Autoridad Palestina malgasta en armas con las que atacar a Israel, como ha ocurrido el pasado 7 de octubre.

Sí, estoy con Israel. Pero al mismo tiempo estoy con la población árabe palestina, utilizada como escudo humano por Hamás en su obsesión fundamentalista de “arrojar a Israel al mar”. Estoy con el pueblo árabe palestino que sufre en su carne el terrorismo de Hamás y de la Yihad islámica.

El fundamentalismo terrorista de Hamás es el principal obstáculo para la creación de un Estado árabe palestino, por la que aboga el presidente rotatorio de la Unión Europea Pedro Sánchez, mientras miembros de su Gobierno en funciones acusan a Israel de genocida y aplauden las matanzas terroristas perpetradas por Hamás.

 

 

 

 

 

 

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