1 de junio de 2017

Las mil caras del turismo

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Del último viaje que mi añorado amigo, el arquitecto y pintor Juan Carlos Martín de Vidales, realizó a Venecia, se trajo una colección de apuntes a la acuarela con el propósito de que le sirvieran de base para grandes cuadros al óleo. Uno de los muchos proyectos que este incansable artista abrigaba cuando la muerte dejó sin su renacentista presencia el estudio en la Garganta de la Estación de Espinar. Así que Canaletto se quedó sin competencia en sus archifamosas vistas de la Ciudad de los Canales.
Cuando hablo con amigos y lectores de mi reciente viaje a Italia, nadie discute el atractivo de los lugares por mí visitados. Las preferencias de unos se inclinarán por Florencia, las de otros, como es mi caso, por Pisa y Asís, sin olvidar Padua y Siena, y todos se rendirán ante la multisecular oferta artística e histórica de la Ciudad Eterna. Riqueza que da por bien empleado el esfuerzo, a menudo agotador, del turista de a pie. Mientras que el presidente estadounidense Trump y su esposa pueden visitar en solitario la Capilla Sixtina, como dan fe las imágenes difundidas por la televisión y la prensa.
Escribo estas líneas desde la terraza del apartamento que nos han prestado unos sobrinos de mi mujer en Menorca, en la localidad de Son Parc. La isla de Menorca goza, como las ciudades italianas antes citadas, de una unánime predilección, al menos entre mis interlocutores, muchos de los cuales la prefieren a su hermana mayor, que por eso se llama Mallorca.
En un estudio que acaba de publicarse con el título de “Monitor de la competitividad turística de los destinos urbanos españoles 2016”, conocido como Urbantur, se analizan los atractivos de 22 ciudades españolas para el turismo. Pues bien, en séptima posición figura Palma de Mallorca, y Barcelona y Madrid encabezan la clasificación, en la que se tienen en cuenta factores como la capacidad de atracción de la oferta de productos de ocio y de negocios, la accesibilidad y movilidad, y los resultados económicos y sociales.
Por supuesto, los responsables del turismo en cualquier ciudad y pueblo de España trabajan por mejorar el atractivo de su jurisdicción para los visitantes, explotando –ellos y otros muchos dirán, siguiendo la poco atinada moda lingüística, “poniendo en valor”– sus recursos artísticos, naturales, hoteleros y, cada vez más, también gastronómicos.
Segovia, con su riquísimo patrimonio histórico, no es analizada en Urbantur, a pesar de cada año y cada fin de semana se batan records de ocupación de hoteles y hostales, con los consiguientes beneficios económicos y laborales para su población.
Junto a los que pudiéramos llamar atractivos estáticos, como iglesias, palacios y otros monumentos, que son perennes –claro está, siempre que se los mantenga convenientemente–, están las actividades y los eventos transitorios, como Titirimundi y Hay Festival en Segovia, o el Festival de Música en la Calle (Femuka) y la fiesta de los Gabarreros en El Espinar. También atraen a numerosos visitantes los concursos de tapas, o los conciertos en auditorios y espacios abiertos.
Yo, sin menospreciar cualquier acción encaminada a potenciar la llegada de visitantes a nuestros pueblos y ciudades –aprovecho esta oportunidad para felicitar y prestar todo mi apoyo a los miembros del Centro de Iniciativas Turísticas de El Espinar–, soy denodado defensor del valor turístico del medio ambiente. El Ayuntamiento de El Espinar, en colaboración con Parques Nacionales, va a reeditar mi guía “Paseos y excursiones por El Espinar”, que contiene detallados itinerarios para todos los gustos y capacidades.
De las mil caras del turismo, insisto, yo valoro más la paz y las maravillas que nos brinda la naturaleza. Como las de la cala menorquina en la que se recrea mi vista en estos momentos, a la espera de que me sumerja en sus límpidas aguas y pasee por su dorada playa.
Me viene a la memoria la preciosa canción de Harry Belafonte “Island in the sun”: “Oh, island in the sun / Willed to me by my father's hand. / All my days I will sing in praise / Of your forest, waters, your shining sand”. Que, en español, podría traducirse como “Oh, isla bajo el sol, / construida para mí por la mano de mi padre. / Todos los días cantaré en alabanza / de tu bosque, de tus aguas y de tu brillante arena”.

Pero el mágico encanto de las islas será el tema de otro artículo. 

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