Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Del último viaje que
mi
añorado amigo, el arquitecto y pintor Juan Carlos Martín de Vidales, realizó a
Venecia, se trajo una colección de apuntes a la acuarela con el propósito de
que le sirvieran de base para grandes cuadros al óleo. Uno de los muchos
proyectos que este incansable artista abrigaba cuando la muerte dejó sin su
renacentista presencia el estudio en la Garganta de la Estación de Espinar. Así
que Canaletto se quedó sin competencia en sus archifamosas vistas de la Ciudad
de los Canales.
Cuando hablo con
amigos y lectores de mi reciente viaje a Italia, nadie discute el atractivo de
los lugares por mí visitados. Las preferencias de unos se inclinarán por
Florencia, las de otros, como es mi caso, por Pisa y Asís, sin olvidar Padua y
Siena, y todos se rendirán ante la multisecular oferta artística e histórica de
la Ciudad Eterna. Riqueza que da por bien empleado el esfuerzo, a menudo
agotador, del turista de a pie. Mientras que el presidente estadounidense Trump
y su esposa pueden visitar en solitario la Capilla Sixtina, como dan fe las
imágenes difundidas por la televisión y la prensa.
Escribo estas líneas
desde la terraza del apartamento que nos han prestado unos sobrinos de mi mujer
en Menorca, en la localidad de Son Parc. La isla de Menorca goza, como las
ciudades italianas antes citadas, de una unánime predilección, al menos entre
mis interlocutores, muchos de los cuales la prefieren a su hermana mayor, que
por eso se llama Mallorca.
En un estudio que
acaba de publicarse con el título de “Monitor de la competitividad turística de
los destinos urbanos españoles 2016”, conocido como Urbantur, se analizan los
atractivos de 22 ciudades españolas para el turismo. Pues bien, en séptima
posición figura Palma de Mallorca, y Barcelona y Madrid encabezan la
clasificación, en la que se tienen en cuenta factores como la capacidad de
atracción de la oferta de productos de ocio y de negocios, la accesibilidad y
movilidad, y los resultados económicos y sociales.
Por supuesto, los
responsables del turismo en cualquier ciudad y pueblo de España trabajan por
mejorar el atractivo de su jurisdicción para los visitantes, explotando –ellos
y otros muchos dirán, siguiendo la poco atinada moda lingüística, “poniendo en
valor”– sus recursos artísticos, naturales, hoteleros y, cada vez más, también
gastronómicos.
Segovia, con su
riquísimo patrimonio histórico, no es analizada en Urbantur, a pesar de cada
año y cada fin de semana se batan records de ocupación de hoteles y hostales,
con los consiguientes beneficios económicos y laborales para su población.
Junto a los que
pudiéramos llamar atractivos estáticos, como iglesias, palacios y otros
monumentos, que son perennes –claro está, siempre que se los mantenga convenientemente–,
están las actividades y los eventos transitorios, como Titirimundi y Hay
Festival en Segovia, o el Festival de Música en la Calle (Femuka) y la fiesta
de los Gabarreros en El Espinar. También atraen a numerosos visitantes los
concursos de tapas, o los conciertos en auditorios y espacios abiertos.
Yo, sin menospreciar
cualquier acción encaminada a potenciar la llegada de visitantes a nuestros
pueblos y ciudades –aprovecho esta oportunidad para felicitar y prestar todo mi
apoyo a los miembros del Centro de Iniciativas Turísticas de El Espinar–, soy
denodado defensor del valor turístico del medio ambiente. El Ayuntamiento de El
Espinar, en colaboración con Parques Nacionales, va a reeditar mi guía “Paseos
y excursiones por El Espinar”, que contiene detallados itinerarios para todos
los gustos y capacidades.
De las mil caras del
turismo, insisto, yo valoro más la paz y las maravillas que nos brinda la
naturaleza. Como las de la cala menorquina en la que se recrea mi vista en
estos momentos, a la espera de que me sumerja en sus límpidas aguas y pasee por
su dorada playa.
Me viene a la memoria
la preciosa canción de Harry Belafonte “Island in the sun”: “Oh, island in the sun / Willed to me by
my father's hand. / All my days I will sing in praise / Of your forest, waters,
your shining sand”. Que, en español, podría traducirse como “Oh, isla bajo el sol, / construida para mí
por la mano de mi padre. / Todos los días cantaré en alabanza / de tu bosque,
de tus aguas y de tu brillante arena”.
Pero el mágico encanto de las islas será el tema de otro
artículo.
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