Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
“Que disfrutéis”. “Disfrutad”. “A disfrutar”.
Nos desean familiares y amigos cuando les comunicamos nuestro viaje a Menorca.
En la bolsa de una tienda “duty free” del aeropuerto de Mahón, que a nuestro
regreso aparece entre el equipaje, leo: “Elige. Saborea. Disfruta”.
Es
unánime el uso del verbo “disfrutar”, que los diccionarios siguen definiendo en
una primera y ya poco usada acepción como “recoger los frutos y utilidades de
algo”. El mismo Diccionario de la Real Academia relega a una cuarta acepción el
significado hoy más usual de “gozar, sentir placer”.
El
turismo y las ofertas más frecuentes de los operadores tienden a unificar las
fuentes de disfrute. Por fas o por nefas, lo quieras o no, debe gustarte la
visita y la contemplación de los monumentos u obras de arte incluidos en los
circuitos turísticos.
No
se impaciente, apreciado lector, que aterrizo en Menorca. La estancia de mi
mujer y mía en esta isla, que es un tópico certero calificar de paradisiaca, ha
estado colmada de todo tipo de placeres para los sentidos. Que, según me suele
repetir mi admirada amiga, la herbolaria y experta en múltiples terapias
alternativas Genma García, son muchos más que los cinco oficialmente admitidos.
Porque hay gran variedad de formas de disfrutar, por ejemplo, con la vista. Ya,
no bien entrar en el apartamento que unos sobrinos de Angelina, mi mujer, nos
han dejado en Son Parc, los ojos se recrean en la contemplación de la cala del
Arenal de Son Saura, a través de unos amplios ventanales que nos hacen sentir
que navegamos en un barco alado. Gracias, Javier y Margui.
Las
costas de Menorca son una gozosa sucesión de playas, de rocas y acantilados, de
puertos pesqueros y deportivos, con naves de todo tipo ancladas en sus muelles,
como los de Mahón, Ciudadela, Fornells y Addaia.
A
pesar de que actualmente el sol tiene mala prensa, y son continuas las campañas
que nos previenen de los peligros de exponernos a sus rayos sin protección,
pues con esta nos tumbamos sobre las doradas arenas y nos bañamos en las
límpidas aguas verdiazules. Así es el sentido del tacto el que goza de la
caricia del sol y del mar, mientras el oído, con el arrullo del suave oleaje,
nos adormece.
En
los numerosos parajes que visitamos reina un insólito silencio. Como el del
Parque Natural de la Albufera del Grau. Los silenciosos y solitarios
alrededores del faro que se alza en el Cap de Favàritx muestran un suelo
pizarroso de aspecto lunar o volcánico, del que emana una energía acentuada por
la puesta de sol que mi mujer capta en una espectacular fotografía.
No
me olvido del gusto. Otros visitantes harán los elogios de la caldereta de
langosta o de la sobrasada menorquina. Nosotros comemos en un restaurante, Pino
Mar, platos caseros servidos por Antonio, el amable dueño del establecimiento,
y su hija Laura, y lo más importante, cocinados por su mujer María quien, como
nos cuenta al despedirnos, escribe relatos en verso sobre su vida cotidiana. La
terraza en la que nos sentamos está rodeada de moreras y aspidistras, lo que
aporta una sensación de grata sombra. Y me lleva a recalcar la pródiga
vegetación de la isla, sobre todo de pinos, encinas y olivos silvestres, con
apenas unas pocas llanuras de pasto para el ganado, entre elevaciones no muy
pronunciadas y frondosas.
Para
el olfato, aromas de las innumerables flores que adornan los bordes de los
caminos y las blancas urbanizaciones: estepas blancas, buganvillas, adelfas,
ásteres, orquídeas, cuernecillos de mar… Se están regenerando las zonas de
dunas con plantas como el cardo y el nardo marinos, la ruda, la motxa, el
carrizo y la sabina.
A
los placeres de los sentidos habría que añadir el disfrute intelectual o
espiritual que entraña la visita de monumentos, los restos prehistóricos,
abundantes en Menorca y que estudiábamos en los libros de texto: las taulas,
las navetas y los talayotes, o edificios históricos como los palacios y la
catedral de Nuestra Señora del Rosario en Ciudadela, o el castillo en ruinas restauradas
de Fornells.
Todo
está muy cuidado y limpio en Menorca, todo al servicio de visitantes y
turistas. Como aún no es temporada alta, no hay aglomeraciones. La temperatura
es suave. Y una brisa del norte nos despide cuando cogemos el autobús, amarillo
y rojo, al aeropuerto de Mahón.
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