Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me
pone mal cuerpo ver las noticias por la televisión. Y si el cuerpo está mal, el
ánimo, y no digamos el espíritu, caen por los suelos. Y digo por la televisión,
pues aunque la prensa escrita y la radio abunden en los mismos temas, las
imágenes siempre impactan más que las palabras escritas u oídas, sobre todo si estas
van acompañadas de juicios evaluadores.
Ante
el panorama ciertamente desolador que nos ofrece el mundo que nos rodea apenas
hay lugar para la esperanza, para el pensamiento positivo y optimista que
escritores bienintencionados se esfuerzan por inculcarnos. Como Celestina
Santos Duque, quien en la pasada tertulia de El libro del mes en El Espinar nos
hablaba de su novela “Paseando por la vida” y de su colección de cuentos y
reflexiones “Sammasati”. En ambas obras, y amparándose en citas de grandes
autores, nos reitera las dos máximas que encabezan el primero de sus libros:
“Cada
ser humano puede ser su propia obra maestra” (Henry Thoreau).
“Hay
una cosa que provoca en los seres humanos una amargura profunda e intensa, y es
haberse sumido en una vida sin significado” (Dr. Wayne W. Dyer, “El cambio”).
Palabras
como positividad, interiorización, trabajo, amor, amistad, fe, superación
personal, dejan de ser en los escritos de Celestina meros deseos voluntariosos
para convertirse en acicate de la andadura vital de cada uno de nosotros.
Pero
no somos islas, no podemos instalarnos en nuestra torre de marfil atentos a la
construcción de la obra maestra de nuestra propia existencia. Vivimos en una
sociedad convulsa, tanto a nivel internacional como nacional. Se nos brindan
escasos motivos para la autorrealización personal. Atentados terroristas
siembran el pánico en nombre de Alá, de una religión, el islam, concebida por
muchos de sus creyentes como una incitación al exterminio del infiel, es decir,
de todos los que no compartimos su credo de odio y fanatismo. Cómo mantener la
paz interior, la serenidad espiritual, la reflexión profunda, si por doquier
nos vemos inmersos en una actualidad de muertes, o de corrupción, o de lucha
política movida por intereses bastardos y mezquinos; o de falsos mesías que, en
aras de una regeneración impostada, prometen al pueblo lo que ni ellos pueden
darle, ni están dispuestos a preceder con el ejemplo; violencia en las formas,
en las acciones y en las expresiones.
De
ahí que, cuando en este páramo de desolación brilla un acto heroico como el del
joven del monopatín, Ignacio Echeverría, vilmente asesinado por la espalda
cuando trataba de defender a un semejante atacado, suscite una reacción unánime
de aplauso a la valentía y a la generosidad. Nos reconciliamos con el ser
humano encarnado en Ignacio. Pasemos, como él, de los discursos vacíos y
falaces, a los hechos, sin pensar en nuestra propia conveniencia y comodidad.
Sin
llegar al heroísmo, muchas conductas de nuestros contemporáneos son positivas y
meritorias, aunque no sean noticiables y no merezcan los primeros planos de los
telediarios o los titulares de la prensa. Gentes que cumplen asiduamente con su
trabajo, que educan a sus hijos en los valores humanos, que ayudan a sus
vecinos, que no defraudan al Fisco, sino que contribuyen con su esfuerzo a
sostener el Estado del bienestar del que los mismos terroristas islámicos se
benefician.
No,
claro, estos ciudadanos anónimos no son noticia. No es noticia, como se
ilustraba gráficamente en las lecciones de periodismo, que un perro muerda a un
hombre, sí lo es que un hombre muerda a un perro.
Así
nos va, que los programas de actualidad den un protagonismo desmedido a los
actos de violencia doméstica, de acoso escolar o sexual, amén de los
inacabables casos de corrupción de los políticos.
Si
conseguimos que nuestras vidas, las vidas de la mayoría de las personas
honradas y buenas –sí, no tengamos reparo en utilizar este calificativo hoy tan
frecuentemente devaluado–, cobren sentido, esta marea de bondad acabará limpiando las playas y
expulsando la maldad. No solo de las noticias de cada día, sino de la realidad
de la que las noticias dan cuenta.
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