Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
En la moción de
censura promovida por Podemos contra el Gobierno presidido por Mariano Rajoy
han primado motivaciones y objetivos que nada tienen que ver con la finalidad
de tal iniciativa parlamentaria, que es presentar un programa y un candidato
alternativos a los existentes.
Como se sabía de
antemano que la moción no contaba con los votos suficientes para prosperar y
conseguir un cambio de Gobierno, sus promotores apuntaron a otros fines, como
el de desgastar la imagen del Ejecutivo, ya inmensamente degradada por los
casos de corrupción del Partido Popular, y al mismo tiempo volver a ocupar ellos
los primeros planos de los telediarios y los titulares en la prensa y demás
medios de comunicación.
Así se explican las
aproximadamente dos horas del mitin de la portavoz de Podemos, Irene Montero,
para que la intervención del líder de su formación, Pablo Iglesias, tuviera
lugar en un tiempo más avanzado de la mañana, en el que la audiencia fuera
mayor… y sus señorías no estuvieran aún dormidos, o leyendo, o atendiendo a sus
móviles.
¿Han conseguido los
podemitas copar los platós y las tertulias de televisión que tan importante
papel desempeñaron en su irrupción como tercer partido político en España?
La respuesta a esta
pregunta puede ser afirmativa. Pero no en el sentido de que aparecieran en la
escena de nuestra deteriorada y repetitiva vida política ideas nuevas o dignas
de mención. Las interminables intervenciones de Montero e Iglesias, que nada
tuvieron que envidiar a los plúmbeos discursos de Fidel Castro o de Hugo
Chávez, lograron aburrir aun a los más fieles de sus partidarios. Y al final de
tanta acusación contra la corrupción del PP por parte de la portavoz de Podemos
y de tanta impostura de supuesta fraternidad por parte del candidato, ¿qué es
lo que ha quedado de un pobrísimo debate, más rifirrafe que intercambio de
pareceres? Pues la interesantísima y apasionante discusión sobre quién de los
protagonistas y replicantes de la moción de censura es más machista. Las
propuestas enumeradas por el líder de Podemos, que sí las hubo, quedaron
sepultadas por la bronca parlamentaria del “Y tú más”, y de los recursos a las
actuaciones y expresiones machistas, que por cierto abundan en el historial de
Pablo Iglesias.
Apenas han tenido eco
en los medios, y menos aún en las redes sociales, las medidas económicas
anunciadas por Pablo Iglesias, muchas de ellas de un tinte socialdemócrata alejado
del radicalismo comunista que es el verdadero propósito de Podemos: el aumento
del salario mínimo interprofesional; reducir la jornada laboral a 35 horas
semanales; ligar el crecimiento de las pensiones a la evolución del IPC; una
reforma fiscal que incremente la progresividad de los impuestos y potencie la
lucha contra el fraude…
Junto a medidas
concretas, la mayoría inviables o que dispararían aún más la deuda y el gasto
públicos, sin duda el principal problema de nuestra economía, otras propuestas
no pasan de ser meras proclamas de deseos y aspiraciones, como frenar la
precariedad laboral y la pobreza salarial, hacer efectiva la igualdad entre
hombres y mujeres, recuperar el mundo rural, conseguir una radio y una
televisión públicas de calidad…
Pero ¿todo ello ha
tenido alguna resonancia en los comentarios y en los artículos de opinión,
fuera de algunas publicaciones especializadas y de un público minoritario?
Este es el peligro de
convertir las sesiones del Parlamento, incluida la moción de censura, en juegos
y fuegos de artificio, en pirotecnia vocinglera, en espectáculo banal.
La altura intelectual
y humana de nuestros representantes en las Cortes se ha mostrado una vez más
bajo mínimos.
Mientras tanto, las
verdaderas preocupaciones de los ciudadanos no son tomadas en consideración por
quienes viven de nuestros impuestos, sin que a ellos se les pida rendir cuentas,
salvo en las elecciones. Algo es algo.
Y si la política se
convierte en espectáculo, lo menos que se puede pedir a sus actores es… que no
aburran al respetable.
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