30 de abril de 2022

Javier Sánchez-Pego

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

La noticia de tu muerte nos la comunica en la mañana del pasado martes 19 de abril Jose, el hijo menor de Angelina. Toda la familia, aquí en Madrid y en Santander, donde vivías, ya está movilizada. Y consternada.

No soy defensor de la eutanasia. Pero sí de aliviar el dolor de los enfermos desahuciados con cuidados paliativos y de no prolongar su sufrimiento cuando ya no hay esperanza de vida, como era tu caso.

Te he conocido tarde. Casi me atrevería a decirlo en ese latín cuyo amor compartíamos, “Sero te cognovi”, “Tarde te conocí”, aunque san Agustín se refería a “la verdad siempre antigua y siempre nueva”, es decir, a Jesús de Nazaret.

Tú entroncaste con los Lamelas al casarte el 2 de enero de 1962 con Teresa, Tere, cuarta de los diez hijos de José Antonio Lamelas y Angelina Olaran, la primera hija que se casaba. Yo uní mi vida a la de Angelina Lamelas un 18 de febrero de 2017. Me aprendí los nombres de los diez hermanos, que aún recito por orden en silencio en mis noches de insomnio: María Luisa, Angelina, José Antonio, el único fallecido, Tere, Ana, Ricardo, Diego, Carmen, Elena y Javier.

Como cuentas en “Un rato en la Tierra. Memorias de F. Javier Sánchez-Pego”, aún no habías cobrado el primer sueldo, a pesar de tu “heroico ingreso” en la carrera judicial. ¡Qué guapos y elegantes estáis Teresa y tú en las fotos del banquete en el Tenis!

Recuerdo, Javier, nuestras conversaciones en el Tenis y en el Marítimo sobre todo lo humano y lo divino. Por cierto, me dicen que en el Marítimo ondea la bandera a media asta en honor tuyo, de ti que amabas el mar por el que tanto navegaste.

Llegamos Angelina, su hijo Jose, su nuera Susana y yo la tarde del día 19 al tanatorio de Santander, donde ya se encuentra tu ataúd rodeado de coronas de flores y de gran parte de tu numerosa familia. Poco después llegarían Fernando, el hijo mayor de Angelina, y su mujer Lucía. A diferencia de otras reuniones contigo, advierto que predominan los jóvenes. No en vano tuviste seis hijos, cuyos nombres también retengo: Javier, María, Álvaro, Pablo, Ana y Gonzalo, y trece nietos: Javier, Celia y Andrés, Diego y María; Carlota, Mariana y Ángela; Pablo y Álvaro; Teresa y Gerardo; y Eduardo, a los que trato de poner cara al día siguiente en el funeral celebrado en vuestra parroquia de Santa Lucía, al que asisten vestidos de negro, detalle que tú habrías sabido apreciar.

Tu nieto Diego Quijano, hijo de María, nos muestra orgulloso en el tanatorio el citado libro de tus memorias, que juntos habíais preparado y del que yo conocía la última parte: “Mis reflexiones en materia de religión”. Es una edición no venal, muy cuidada, que ya no llegarías a ver terminada.

Querías que yo, por mis conocimientos filosóficos y teológicos, compartiera contigo y, si se daba el caso, corrigiera esas tus reflexiones. He de decir que tu cultura en este arriesgado campo de las convicciones y los sentimientos religiosos era amplísima, profunda y documentada.

Me confesaste que te sentías culpable de no haber sabido transmitir a tus hijos tu fe religiosa. Sí siguieron tus huellas en el campo del Derecho, a excepción de María.

Tu trayectoria judicial, que en tus Memorias detallas con orgullo y humor, ha sido comentada elogiosamente en varios artículos aparecidos estos días en El Diario Montañés y otros periódicos.

Para compendiarla en este blog me serviré de las palabras que pronunció tu hijo primogénito Javier en la misa corpore insepulto y en nombre de sus hermanos: “Nuestro padre solía decir de sí mismo que él era el hijo de un sastre que tuvo la inmensa fortuna de llegar a ser magistrado del Tribunal Supremo. Francamente, para alguien que nació con una cabeza privilegiada (que por cierto mantuvo intacta hasta el final de sus días) y una voluntad de hierro, lo extraño hubiese sido que no llegase a cualquier sitio que se hubiese propuesto”.

Ignoro en qué medida no transmitiste tus creencias religiosas a tus hijos. En cualquier caso, sí les enseñaste valores. Vuelvo a citar palabras de Javier: “Que ser caballero no consiste en tener buenos modales (eso nos lo enseñó nuestra madre). Ser caballero consiste en llegar a ser la mejor versión de ti mismo. Que Dios existe”.

Y tuviste la inmensa suerte de compartir tu vida con Teresa, guapa, generosa e inteligente. Preferida de Angelina, que así la retrata en “Personajes de mi vida”: “Graciosa y monísima, se ganaba a la gente por su simpatía y expresividad”.

Sí, Tere, te ganaste a Javier, y muchos años después a este “advenedizo” a la familia Lamelas, que escucha embelesado en tu casa, después de la misa del jueves en Santa Lucía, las anécdotas que cuentas.

Javier Sánchez-Pego, te siento presente en vuestra casa, al lado de Tere, y estoy orgulloso de haber contado con tu amistad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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