Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Pocas veces he visto tan llena la iglesia de San Eutropio de El Espinar como en la celebración de la eucaristía el pasado Jueves Santo. Personas mayores, jóvenes y niños, espinariegos y quienes como yo somos naturales de otros sitios. Con mascarillas, pero sin limitación de aforo.
Y es en Semana Santa cuando se baja la sarga que cubre el retablo del altar mayor y que el resto del año está enrollada en la cúpula del ábside. Obra excelsa en tonos grises del pintor de la corte de Felipe II Alonso Sánchez Coello, está dividida en tres pisos flanqueados por pilastras de los tres órdenes clásicos, dórico en la parte baja, jónico en la central y corintio en la superior, y representa de arriba abajo la crucifixión, el camino al calvario y la sepultura de Cristo.
Estas impresionantes imágenes contribuyen a crear el ambiente de recogimiento para acompañar a Jesús en tres momentos culminantes de su pasión y muerte.
Suele decirse que los pasos que, con las tallas de Cristo y la Virgen dolorosa, salen a las calles en tantas ciudades y pueblos de España tenían, y tienen, una función catequética y didáctica para gentes sencillas que a lo mejor no entran en los templos ni asisten a las celebraciones religiosas.
Se suceden en los pasos de
las procesiones de Semana Santa la última cena, la oración en el huerto de los
olivos, la flagelación de Jesús atado a la columna y la coronación del espinas,
el camino al calvario con la cruz a cuestas, la crucifixión, el descendimiento,
los Cristos yacentes, el santo entierro, las Dolorosas, toda una representación
de la pasión y muerte del Salvador que forma parte de una tradición católica
arraigada en las cofradías que veneran las tallas y cuyos cofrades con hábitos
y capirotes, a veces con los pies descalzos y arrastrando cadenas, realizan un
camino penitencial.
Nuestra sociedad actual es,
sin duda, mayoritariamente laica. ¿Cómo se compagina esta secularidad con las
creencias religiosas que se manifiestan en los oficios y en las procesiones de
Semana Santa? ¿Cuánto hay en estas manifestaciones de fervor creyente y cuánto
de folclore más o menos profano? Habrá respuestas para todos los gustos.
A mí me admira cómo se han
mantenido a lo largo de los siglos los ritos litúrgicos, las palabras del mismo
Jesús al dar de comer a los apóstoles el pan de su cuerpo y a beber el cáliz de
su sangre.
El párroco de El Espinar,
como los sacerdotes que ofician la misa del Jueves Santo en otras muchas
iglesias españolas, sigue el ejemplo de Jesús y lava los pies a doce fieles
sentados en el presbiterio.
Yo me atrevería a afirmar que
la razón más poderosa de la pervivencia de la fe y de la liturgia católica está
en el mandamiento nuevo de Jesús, que se celebra muy especialmente en el Jueves
Santo, día del amor fraterno, por encima y a pesar de las guerras y de los
odios: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
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