Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
En
la anterior entrada de este blog me ocupaba del libro Dignos de ser humanos del historiador holandés Rutger Bregman, en
el que el autor se decanta por la concepción del hombre como un ser sociable,
amistoso y solidario, frente a los pensadores que lo consideran por naturaleza
egoísta, insolidario, y que solo se mueve por su propio interés.
Sin
embargo, el propio Bregman señala en el capítulo 15 de la citada obra que: “Hoy
en día, las democracias de todo el mundo sufren al menos siete plagas. Los
partidos se desmigajan. Los ciudadanos se encierran en grupos enfrentados entre
sí. Las minorías se ven excluidas. Los electores pierden interés. Los políticos
siempre se acaban corrompiendo. Los ricos evaden impuestos. Y todo ello
acompañado por la inquietante impresión de que la desigualdad está cada vez más
arraigada en nuestras democracias modernas”.
¿Cómo
es posible que, siendo la mayoría de los seres humanos buenos y generosos, cuando
se deja al pueblo que gobierne en esa forma de organización política que hemos
dado en llamar “democracia”, esta incurra, al menos, en las siete plagas que
enumera el autor holandés?
Sería
de esperar que los votantes demócratas eligieran a los gobernantes más
cualificados, más preocupados por el bien común, que trabajaran por implantar
la igualdad entre todos los ciudadanos, sin excluir a las minorías, y dando en
su conducta ejemplo de cumplimiento de los deberes cívicos.
En
la segunda parte del libro en cuestión rebate Bregman con ejemplos las tesis
del escritor y político italiano Nicolás Maquiavelo (1469-1527) sobre el poder,
que podrían resumirse en que, para gobernar, hay que olvidar los principios,
dejar de lado la moral. El fin justifica los medios.
“En
general, se puede decir que la gente es desagradecida, veleidosa, hipócrita,
cobarde y avariciosa”, escribió el autor de El
príncipe. Si alguien se porta bien contigo, no te dejes engañar. Es puro
interés, porque “nadie hace nunca nada bueno, salvo que sea por necesidad”.
Si
pasamos revista a los emperadores, reyes, gobernantes, presidentes, etc., que
se han sucedido a lo largo de la historia, comprobaremos que una gran mayoría
han seguido los consejos de Maquiavelo.
Y
asistimos en la actualidad a la actuación de líderes políticos que, no solo en
países que pueden ser considerados como dictaduras, sino en pretendidas
democracias, incurren en escándalos, como el que salpica al premier inglés
Boris Johnson, por no hablar del auge de los populismos en Iberoamérica, o de
la amenaza que representa Vladimir Putin para países lindantes con Rusia como
Croacia o las repúblicas bálticas.
La
participación de los ciudadanos de a pie en los presupuestos de Porto Alegre o
del municipio venezolano de Torres, que pone como ejemplos Bregman, nos dan una
idea de que hay otra forma de gobernar en auténtica democracia.
La
revolución que supone la forma de hacer política que se basa en la bondad
innata del ser humano debe, según Bregman, extenderse a la empresa, a la
familia, a la educación, al juego y a la manera de concebir y construir los
parques y jardines…
Así,
en todos esos campos, se pasaría de la indiferencia al compromiso, de la
polarización a la confianza mutua, de la exclusión a la inclusividad, de la
corrupción a la transparencia, del egoísmo a la solidaridad, de la desigualdad
a la dignidad.
¿Que
es este un programa utópico? Rutger Bregman en Dignos de ser humanos nos convence de su viabilidad.
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