30 de enero de 2022

Participación frente a imposición

 Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

En la anterior entrada de este blog me ocupaba del libro Dignos de ser humanos del historiador holandés Rutger Bregman, en el que el autor se decanta por la concepción del hombre como un ser sociable, amistoso y solidario, frente a los pensadores que lo consideran por naturaleza egoísta, insolidario, y que solo se mueve por su propio interés.

Sin embargo, el propio Bregman señala en el capítulo 15 de la citada obra que: “Hoy en día, las democracias de todo el mundo sufren al menos siete plagas. Los partidos se desmigajan. Los ciudadanos se encierran en grupos enfrentados entre sí. Las minorías se ven excluidas. Los electores pierden interés. Los políticos siempre se acaban corrompiendo. Los ricos evaden impuestos. Y todo ello acompañado por la inquietante impresión de que la desigualdad está cada vez más arraigada en nuestras democracias modernas”.

¿Cómo es posible que, siendo la mayoría de los seres humanos buenos y generosos, cuando se deja al pueblo que gobierne en esa forma de organización política que hemos dado en llamar “democracia”, esta incurra, al menos, en las siete plagas que enumera el autor holandés?

Sería de esperar que los votantes demócratas eligieran a los gobernantes más cualificados, más preocupados por el bien común, que trabajaran por implantar la igualdad entre todos los ciudadanos, sin excluir a las minorías, y dando en su conducta ejemplo de cumplimiento de los deberes cívicos.

En la segunda parte del libro en cuestión rebate Bregman con ejemplos las tesis del escritor y político italiano Nicolás Maquiavelo (1469-1527) sobre el poder, que podrían resumirse en que, para gobernar, hay que olvidar los principios, dejar de lado la moral. El fin justifica los medios.

“En general, se puede decir que la gente es desagradecida, veleidosa, hipócrita, cobarde y avariciosa”, escribió el autor de El príncipe. Si alguien se porta bien contigo, no te dejes engañar. Es puro interés, porque “nadie hace nunca nada bueno, salvo que sea por necesidad”.

Si pasamos revista a los emperadores, reyes, gobernantes, presidentes, etc., que se han sucedido a lo largo de la historia, comprobaremos que una gran mayoría han seguido los consejos de Maquiavelo.

Y asistimos en la actualidad a la actuación de líderes políticos que, no solo en países que pueden ser considerados como dictaduras, sino en pretendidas democracias, incurren en escándalos, como el que salpica al premier inglés Boris Johnson, por no hablar del auge de los populismos en Iberoamérica, o de la amenaza que representa Vladimir Putin para países lindantes con Rusia como Croacia o las repúblicas bálticas.

La participación de los ciudadanos de a pie en los presupuestos de Porto Alegre o del municipio venezolano de Torres, que pone como ejemplos Bregman, nos dan una idea de que hay otra forma de gobernar en auténtica democracia.

La revolución que supone la forma de hacer política que se basa en la bondad innata del ser humano debe, según Bregman, extenderse a la empresa, a la familia, a la educación, al juego y a la manera de concebir y construir los parques y jardines…

Así, en todos esos campos, se pasaría de la indiferencia al compromiso, de la polarización a la confianza mutua, de la exclusión a la inclusividad, de la corrupción a la transparencia, del egoísmo a la solidaridad, de la desigualdad a la dignidad.

¿Que es este un programa utópico? Rutger Bregman en Dignos de ser humanos nos convence de su viabilidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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