23 de enero de 2022

Dignos de ser humanos

 Las palabras y la vida  

Alberto Martín Baró

A estas alturas de la historia de la humanidad, a muchos nos resultaría harto difícil decidirnos, o bien por la tesis del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) sobre la naturaleza humana, que podríamos resumir en la frase “homo homini lupus” (“el hombre es un lobo para el hombre”), o bien por el pensamiento del filósofo y escritor suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), según el cual en la cultura y la civilización radican todos los males del hombre que, siendo bueno por naturaleza, se ha visto conducido a un estado de corrupción.

Pues bien, el historiador holandés Rutger Bregman (1988), en su libro Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva histórica de la humanidad, se atreve a decantarse por la concepción del hombre como un ser sociable, amistoso y solidario, “que tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar”. Y sostiene sin ambages que la mayoría de la gente es buena y generosa.

Después de los horrores de Ausschwitz, después de las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX, después de las biografías de Hitler, Stalin, Mao o Pol Pot, ¿hay quien se atreve a defender que el ser humano tiene por naturaleza un carácter amistoso?

El autor estudia en los capítulos de este libro, por ejemplo, la diferencia entre lo que narra la célebre novela El señor de las moscas y lo que de hecho ocurrió en los años setenta del siglo pasado con un grupo de niños australianos que naufragaron y pasaron varios meses solos en una isla desierta del Pacífico: su comportamiento colaborativo no se pareció en nada al de los náufragos de la ficción.

Como también fue solidaria y resistente la conducta de los ciudadanos londinenses durante los bombardeos de Londres por la aviación alemana, o la de los habitantes de ciudades alemanas bombardeadas por los Aliados.

Y está demostrado que no solo los soldados del coronel Marshall, a los que se refiere el capítulo 3 de la obra, sino otros muchos en distintos enfrentamientos bélicos se negaron a disparar.

Son de gran interés las páginas dedicadas a nuestros antepasados cazadores y recolectores, reflejo del “buen salvaje” de Rousseau. Se podrá aducir que ciertas conclusiones son aventuradas y que tal vez nunca podamos conocer a ciencia cierta cómo era la vida de esas sociedades primitivas. Pero sí podemos estudiarla –y Bregman lo hace– en pueblos cazadores y recolectores que han existido en nuestros días.

A la cultura y la civilización, denostadas por Rousseau, debemos en la actualidad muchas de las ventajas y gran parte de la calidad de vida que disfrutamos un reducto muy pequeño de la humanidad y durante un tiempo que, comparado con la historia de la Tierra, se reduce a minutos.

Y este bienestar se ve amenazado por el cambio climático, aunque no caigamos en el catastrofismo con que ciertos pronósticos nos amenazan.

Pero sí hay una lección que podemos sacar de la conducta natural de los hombres primitivos: el respeto y el cuidado del medio ambiente.

Es un hecho demostrado que el asentamiento de nuestros antepasados en ciudades, a menudo amuralladas, trajo consigo enfermedades y pestes.

Hoy, cuando no conseguimos superar la actual pandemia del coronavirus, volvamos la mirada a la solidaridad del ser humano primigenio, la que le llevó a ser el señor de la creación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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