Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
A
estas alturas de la historia de la humanidad, a muchos nos resultaría harto
difícil decidirnos, o bien por la tesis del filósofo inglés Thomas Hobbes
(1588-1679) sobre la naturaleza humana, que podríamos resumir en la frase “homo
homini lupus” (“el hombre es un lobo para el hombre”), o bien por el
pensamiento del filósofo y escritor suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778),
según el cual en la cultura y la civilización radican todos los males del
hombre que, siendo bueno por naturaleza, se ha visto conducido a un estado de
corrupción.
Pues
bien, el historiador holandés Rutger Bregman (1988), en su libro Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva
histórica de la humanidad, se atreve a decantarse por la concepción del
hombre como un ser sociable, amistoso y solidario, “que tiende más a cooperar
que a competir, a confiar que a desconfiar”. Y sostiene sin ambages que la
mayoría de la gente es buena y generosa.
Después
de los horrores de Ausschwitz, después de las dos guerras mundiales que
asolaron el siglo XX, después de las biografías de Hitler, Stalin, Mao o Pol
Pot, ¿hay quien se atreve a defender que el ser humano tiene por naturaleza un
carácter amistoso?
El
autor estudia en los capítulos de este libro, por ejemplo, la diferencia entre
lo que narra la célebre novela El señor
de las moscas y lo que de hecho ocurrió en los años setenta del siglo
pasado con un grupo de niños australianos que naufragaron y pasaron varios
meses solos en una isla desierta del Pacífico: su comportamiento colaborativo
no se pareció en nada al de los náufragos de la ficción.
Como
también fue solidaria y resistente la conducta de los ciudadanos londinenses
durante los bombardeos de Londres por la aviación alemana, o la de los
habitantes de ciudades alemanas bombardeadas por los Aliados.
Y
está demostrado que no solo los soldados del coronel Marshall, a los que se
refiere el capítulo 3 de la obra, sino otros muchos en distintos enfrentamientos
bélicos se negaron a disparar.
Son
de gran interés las páginas dedicadas a nuestros antepasados cazadores y
recolectores, reflejo del “buen salvaje” de Rousseau. Se podrá aducir que
ciertas conclusiones son aventuradas y que tal vez nunca podamos conocer a
ciencia cierta cómo era la vida de esas sociedades primitivas. Pero sí podemos
estudiarla –y Bregman lo hace– en pueblos cazadores y recolectores que han
existido en nuestros días.
A
la cultura y la civilización, denostadas por Rousseau, debemos en la actualidad
muchas de las ventajas y gran parte de la calidad de vida que disfrutamos un reducto
muy pequeño de la humanidad y durante un tiempo que, comparado con la historia
de la Tierra, se reduce a minutos.
Y
este bienestar se ve amenazado por el cambio climático, aunque no caigamos en
el catastrofismo con que ciertos pronósticos nos amenazan.
Pero
sí hay una lección que podemos sacar de la conducta natural de los hombres
primitivos: el respeto y el cuidado del medio ambiente.
Es
un hecho demostrado que el asentamiento de nuestros antepasados en ciudades, a
menudo amuralladas, trajo consigo enfermedades y pestes.
Hoy,
cuando no conseguimos superar la actual pandemia del coronavirus, volvamos la
mirada a la solidaridad del ser humano primigenio, la que le llevó a ser el
señor de la creación.
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