16 de enero de 2022

Relato sobre ETA

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se habla mucho en los últimos años del “relato”. Lo escribo entre comillas, porque no se trata de un relato cualquiera, sino del intento, por parte de gentes interesadas, de cambiar nuestra percepción de los hechos ocurridos en determinados campos del devenir histórico de España desde la transición hasta nuestros días.

Se entenderá mejor esta descripción un tanto prolija del relato al que me refiero con algunos ejemplos, empezando por la misma transición de la dictadura a la democracia, siguiendo por el sentido de la Constitución española y terminando por la actuación de los partidos políticos y otros grupos e individuos en asuntos clave de la historia actual de España.

Uno de los relatos que se nos trata de imponer desde fuerzas políticas nacionalistas y separatistas, incluso desde los propios socios de coalición del Gobierno de Pedro Sánchez, es el que se refiere a la actuación de ETA y de agrupaciones que, de un modo u otro, defienden el legado etarra.

Hemos presenciado en el pasado sábado 8 de enero numerosas manifestaciones en diversas localidades del País Vasco y de Navarra reclamando no solo el acercamiento de los presos de ETA a cárceles vascas y otros beneficios penitenciarios, sino la liberación de los mismos, muchos de ellos condenados por asesinatos, secuestros, extorsiones y todo tipo de crímenes execrables.

Se nos quiere presentar tales manifestaciones como el espontáneo sentir popular de quienes quieren reparar unos injustos encarcelamientos y el aún más injusto alejamiento de los encarcelados de sus familias.

¿Y qué decir de los homenajes, igualmente espontáneos, a asesinos convictos que, según ese “hombre de paz” que es Arnaldo Otegui, no iban a volver a producirse?

Bildu, Sortu, o comoquiera que se llamen los herederos y blanqueadores de ETA, están hoy en las instituciones y cuentan con el beneplácito del propio Gobierno presidido por Pedro Sánchez.

Se ha transferido a la comunidad autónoma del País Vasco la competencia en prisiones y el PNV en el poder se ha apresurado a poner en marcha un conjunto de medidas de “reinserción” y de concesión del tercer grado, o llanamente la liberación, para presos de ETA que ni se han arrepentido de sus crímenes, ni han pedido perdón a las víctimas, ni han colaborado con la justicia en el esclarecimiento de los numerosos crímenes aún por resolver.

No sé cuántas personas participan en esas manifestaciones y en esos homenajes a etarras asesinos o criminales. Quiero pensar que no representan a la mayoría del pueblo vasco, sino que son una parte enferma de esta sociedad, por más que el relato interesado nos la quiera presentar como adalides de la verdadera identidad abertzale y de sus heroicos gudaris.

Por supuesto que ETA no ha sido solo una banda terrorista y que en sus filas había, y hay para sus albaceas, motivos y fines políticos y, en un grado muy destacado, la independencia de Euskalerría, incluidos el País Vascofrancés y Navarra.

Cuando los líderes etarras, por un lado, vieron muy limitada, debido a la actuación de las fuerzas del orden, la capacidad de la banda de operar mediante el tiro en la nuca, el coche bomba, el secuestro y la extorsión, y por otro, la posibilidad de conseguir sus fines dentro de las instituciones, anunciaron el abandono de “la lucha armada”, eufemismo del relato edulcorado de su macabro historial terrorista.

Yo viví cuatro lejanos años de mi juventud, antes de la funesta aparición de ETA, en el País Vasco y conviviví con vascos abiertos, cordiales y sencillos, amigos entrañables –perdón por el calificativo gastado, pero aquí muy justificado–, sinceros, lo más opuesto a la doblez que caracteriza a no escasa parte de la clase política, incluido cierto clero, que recogían las nueces del árbol que sacudía ETA –Arzalluz dixit–.

He vuelto a San Sebastián en fechas recientes y el trato con donostiarras cercanos, abiertos a horizontes universales, es lo más opuesto al relato de una sociedad vasca polarizada en estrechas miras identitarias e independentistas, muy alejadas del sentir de las grandes figuras vascas que han dado gloria a la historia, sí, de España.

 

 

 

 

 

 

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