Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Hace
bastante tiempo, por lo menos cuatro años, que me había fijado en los haikus
que adornan, con bellos dibujos, las paredes de la sala de espera del Hospital
de la Princesa de Madrid, donde aguardan los pacientes a los que se les va a
poner una inyección intraocular. A mí todavía no me inyectan, pues mi
degeneración macular es seca, mientras que la de mi mujer es húmeda, y cada 28
días acude a que la “pinchen” y yo la acompaño.
Por
los amplios ventanales de la sala se puede contemplar el nítido cielo azul
madrileño, al que la contaminación ambiente no consigue enturbiar.
Mientras
la mayoría de los pacientes y sus acompañantes se entretienen con los móviles,
yo fotografío con el mío los haikus de las paredes de la sala. Están firmados
por Bashõ, un famoso poeta japonés nacido en la provincia de Iga en 1644 y
fallecido en Osaka en 1694. Estos datos los averiguo después por internet.
Transcribo
los haikus que decoran la sala del hospital:
A una amapola
deja sus alas una mariposa
como recuerdo.
A cada soplo de viento
la mariposa
cambia de lugar en el sauce.
Haiku
es simplemente
lo que está sucediendo
en este lugar,
en este momento.
Dibujos
de vivos colores ilustran las escenas versificadas.
Mi
primer contacto con los haikus fue en la tertulia “El libro del mes” que yo
coordinaba en El Espinar y en la que, en una fecha que ahora no puedo
consultar, nos deleitó con sus poemas la poeta Verónica Aranda, (Madrid, 1982),
máster en Filología Hispánica y galardonada con numerosos premios literarios.
El haiku, según el Diccionario de la Real Academia Española, es una
“Composición poética de origen japonés que consta de tres versos de cinco, siete
y cinco sílabas respectivamente”.
Esta
medida, rigurosa en la forma primigenia del haiku, a veces es alterada por
razones de la traducción de una lengua a otra, o por otros motivos.
Reproduzco
algunos haikus de Verónica Aranda de su libro Sin rumbo fijo:
Sin rumbo fijo,
busco un claro en el bosque
de avellanos.
Baja la niebla.
Solo el abedular
y tu silencio.
Cerca del mar
entre agujas de pino
me vence el sueño.
Senda de robles.
Esquivo, a mediodía,
malvas salvajes.
Duerme en un árbol.
También es Año Nuevo
para el mendigo.
Lo
último que a mí se me ocurrirá es explicar la poesía. La poesía te llega al
alma o no te llega. Pero sí quiero resaltar en los haikus citados el papel
preponderante que desempeñan los árboles y las mariposas, es decir, los seres
alados que, además, interactúan entre ellos. Incluso en un árbol, que no se nos
especifica, duerme el mendigo, para el que también es Año Nuevo.
Y
como todos, en algún aspecto, somos menesterosos, para todos feliz Año Nuevo.
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