Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Observo
que, con la mascarilla puesta, nos resulta difícil reconocer a las personas con
las que nos cruzamos por la calle. Si entramos en un establecimiento, es el
dueño o el encargado del mismo, que nosotros sí sabemos quién es, el que así de
pronto no acierta a identificarnos. Hasta que hablamos.
A
mí me está ocurriendo en El Espinar, donde paso menos tiempo que antes y que el
que me gustaría. Conocidos de toda la vida, que de pronto se quedan parados al
verme, reaccionan al oírme hablar.
Decía
Jesús en el Evangelio: “Por sus obras los conoceréis” (Mateo 7, 15). O también:
“Por sus frutos los conoceréis” (Lucas 6, 43). Desde luego que para saber cómo
es alguien de verdad, no hay mejor criterio que atender a sus hechos. Del mismo
modo que reconocemos a un árbol por los frutos que da.
Sin
embargo, en el trato cotidiano, tiene mucha importancia la voz. Nuestras
palabras habladas sirven, no solo para comunicar nuestros pensamientos y
sentimientos, sino también para manifestar quiénes somos y para expresar cómo somos.
En
los mensajes de wasap, a los que somos tan aficionados y de los que apenas
podemos prescindir, unos, yo entre ellos, escribimos y a otros les gusta más
hablar. Sí, su voz nos permite descubrir, mejor que un texto escrito, su estado
de ánimo.
Me atrevería
a decir que la voz es con frecuencia, o puede ser, el espejo del alma.
Se
puede fingir alegría o satisfacción en lo que comunicamos, pero a poco que
nuestro interlocutor nos conozca descubrirá el engaño.
Lo
voz se utiliza también como seña de identidad o clave en ciertos dispositivos
electrónicos.
Aun
así, qué quieren que les diga, yo sigo prefiriendo las palabras escritas o
leídas. En ellas tienes tiempo para pensar lo que vas a escribir y puedes
corregir si te equivocas, o mejorar lo escrito hasta que aciertas con lo que
quieres comunicar.
No
me gustan los llamados “emoticonos”, esas imágenes prefabricadas que se emplean
para transmitir ideas o emociones. Aunque reconozco que son cómodas para
ahorrarnos esfuerzos. Algunas, dotadas de movimiento, equivalen a pequeños
dibujos animados.
Volviendo
a las voces, me pregunto si habrá dos iguales. Si habrá alguien cuyo tono y
articulación vocales sean como los míos. Algo así como las huellas digitales en
sonoro.
Lo
cual es importantísimo para un cantante. Frank Sinatra se labró su fama con el
sobrenombre de “La Voz”. Aunque su voz no tuviera la potencia y la sonoridad de
grandes tenores como Luciano Pavarotti, José Carreras o Plácido Domingo, era
inconfundible y sabía tocar las fibras sensibles de los oyentes.
Cuando
en la Pista Musical del famoso concurso televisivo Pasapalabra se oye la voz
del cantante, los concursantes o invitados tienen más fácil acertar con el
título de la canción en cuestión.
Yo soy
más ducho –o menos inexperto– a la hora de acertar palabras del diccionario una
vez oída su definición que nombres de obras musicales.
Pero
sigo apreciando el valor de la voz como seña de identidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario