6 de febrero de 2022

La voz como seña de identidad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Observo que, con la mascarilla puesta, nos resulta difícil reconocer a las personas con las que nos cruzamos por la calle. Si entramos en un establecimiento, es el dueño o el encargado del mismo, que nosotros sí sabemos quién es, el que así de pronto no acierta a identificarnos. Hasta que hablamos.

A mí me está ocurriendo en El Espinar, donde paso menos tiempo que antes y que el que me gustaría. Conocidos de toda la vida, que de pronto se quedan parados al verme, reaccionan al oírme hablar.

Decía Jesús en el Evangelio: “Por sus obras los conoceréis” (Mateo 7, 15). O también: “Por sus frutos los conoceréis” (Lucas 6, 43). Desde luego que para saber cómo es alguien de verdad, no hay mejor criterio que atender a sus hechos. Del mismo modo que reconocemos a un árbol por los frutos que da.

Sin embargo, en el trato cotidiano, tiene mucha importancia la voz. Nuestras palabras habladas sirven, no solo para comunicar nuestros pensamientos y sentimientos, sino también para manifestar quiénes somos y para expresar cómo somos.

En los mensajes de wasap, a los que somos tan aficionados y de los que apenas podemos prescindir, unos, yo entre ellos, escribimos y a otros les gusta más hablar. Sí, su voz nos permite descubrir, mejor que un texto escrito, su estado de ánimo.

Me atrevería a decir que la voz es con frecuencia, o puede ser, el espejo del alma.

Se puede fingir alegría o satisfacción en lo que comunicamos, pero a poco que nuestro interlocutor nos conozca descubrirá el engaño.

Lo voz se utiliza también como seña de identidad o clave en ciertos dispositivos electrónicos.

Aun así, qué quieren que les diga, yo sigo prefiriendo las palabras escritas o leídas. En ellas tienes tiempo para pensar lo que vas a escribir y puedes corregir si te equivocas, o mejorar lo escrito hasta que aciertas con lo que quieres comunicar.

No me gustan los llamados “emoticonos”, esas imágenes prefabricadas que se emplean para transmitir ideas o emociones. Aunque reconozco que son cómodas para ahorrarnos esfuerzos. Algunas, dotadas de movimiento, equivalen a pequeños dibujos animados.

Volviendo a las voces, me pregunto si habrá dos iguales. Si habrá alguien cuyo tono y articulación vocales sean como los míos. Algo así como las huellas digitales en sonoro.

Lo cual es importantísimo para un cantante. Frank Sinatra se labró su fama con el sobrenombre de “La Voz”. Aunque su voz no tuviera la potencia y la sonoridad de grandes tenores como Luciano Pavarotti, José Carreras o Plácido Domingo, era inconfundible y sabía tocar las fibras sensibles de los oyentes.

Cuando en la Pista Musical del famoso concurso televisivo Pasapalabra se oye la voz del cantante, los concursantes o invitados tienen más fácil acertar con el título de la canción en cuestión.

Yo soy más ducho –o menos inexperto– a la hora de acertar palabras del diccionario una vez oída su definición que nombres de obras musicales.

Pero sigo apreciando el valor de la voz como seña de identidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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