Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Y,
de pronto, la guerra a las puertas de Europa.
Nací
en el año 1939, concluido el conflicto bélico que enfrentó a españoles contra
españoles, a hermanos contra hermanos. Los ecos de la Segunda Guerra Mundial,
que acabó el 8 de mayo de 1945, no alteraron mi infancia feliz. Y los múltiples
enfrentamientos armados que se han sucedido a lo largo de mi vida adulta tenían
lugar en territorios lejanos, algunos de los cuales ni siquiera era capaz de
situar en el mapa.
Y,
de pronto, en la madrugada del 25 de febrero de 2022, nos despierta del sueño
de la paz el fantasma de la guerra a las puertas de Europa.
Cuando
empezábamos a vislumbrar el final de la pandemia, el virus latente y mutante de
una invasión con tropas de soldados, helicópteros y tanques penetra en Ucrania,
país fronterizo al este de Europa.
Las
imágenes en directo de explosiones, bombardeos e incendios, y de la población
civil buscando refugio en sótanos y estaciones del metro, o tratando de escapar
para quedar atrapada en largas caravanas de coches, nos impactan con la
cercanía en el tiempo y en el espacio, cuando creíamos vivir en un mundo
asegurado de prosperidad, paz y libertad.
Me
desbordan las motivaciones geoestratégicas del invasor Putin y el alcance de
las sanciones económicas de los gobiernos de la Unión Europea y de los Estados
Unidos. Hay quienes sostienen que tales sanciones no son suficientes para
detener a Putin en su afán expansionista. ¿Qué quieren? ¿Qué las fuerzas de la
OTAN respondan con fuego real al ataque del ejército ruso? Eso sí que
desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.
No
quiero entrar en tales argumentos. Me pongo en el lugar de los ucranianos de a
pie, que no podrán ir al trabajo, ni a la compra, ni los niños al colegio. La
vida cotidiana colapsada. El desabastecimiento. El miedo. La muerte.
¿Qué
saben ellos de los delirios de un autócrata que añora el mapa de la antigua
Unión Soviética? Al que no le importan los sufrimientos del pueblo de Ucrania,
ni tampoco los de su propio pueblo.
En
una viñeta del genial humorista gráfico J. M. Nieto, la abuela de Putin le
interpela: “Pareces bobo, Vladimir Vladimirovich. ¿Para qué quieres tanto
territorio, si luego no sabes qué hacer con él?”
Lo
que sí sabe es prohibir cualquier protesta de la población, como se ha dado en
el mismo Moscú y en otras ciudades, y ordenar a la policía que detenga a los
manifestantes.
No
creamos que la libertad, la democracia y la paz son bienes asegurados en
nuestros países de Occidente. En cualquier momento, el chispazo fatal de la
guerra puede alcanzarnos.
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