Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me
había hecho el propósito, después de leer el libro de Rutger Bregman Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva
histórica de la humanidad, de seguir su consejo de no ser esclavo de las
noticias con las que a diario nos bombardean los medios de comunicación.
Nuestra
visión de la realidad, a juicio de Bregman, está distorsionada por el énfasis
que los periodistas ponen en lo negativo, en lo escandaloso, en los sucesos, en
los crímenes, en todo lo que se sale de la bendita normalidad.
Sabido
es –esto no lo dice el historiador holandés– que la noticia no está en que un
perro muerda a un hombre, sino en que un hombre muerda a un perro. El accidente
de un tren de viajeros con centenares de muertos ocupa los titulares de los
periódicos, mientras que pasan desapercibidos y no son objeto de interés los
trenes que circulan sin percances.
Nos
habíamos acostumbrado a dedicar nuestra atención a la crisis interna del
Partido Popular, a los datos sobre la evolución de la covid 19, a los
rifirrafes entre los parlamentarios de las distintas formaciones políticas en
las sesiones del Congreso, a la subida del recibo de la luz y del precio de los
carburantes, cuando de pronto esos y otros problemas de la actualidad política,
sanitaria y económica pasan a un segundo plano relegados por el estallido de la
guerra en la frontera misma de Europa.
¿Seguirá
manteniendo el autor del libro Dignos de
ser humanos, y yo con él, que la mayoría de las personas son buenas y solidarias?
A
la lista de los Lenin, Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot, y de los sátrapas,
dictadores y genocidas de todos los tiempos, se une ahora el nombre del
presidente ruso Vladimir Putin, que ha violado todos los principios del derecho
internacional y al que no le importan las muertes y los sufrimientos de los
ucranianos, ni las muertes y los sufrimientos de su propio pueblo, empezando
por los soldados a los que ha lanzado a una invasión que nadie, ni siquiera su
propio Estado Mayor, sabe cómo acabará.
¿Se
dan cuenta los estrategas militares rusos de que cuanta mayor destrucción
causen sus tropas, carros blindados, misiles, aviones y helicópteros en las
ciudades y en el campo de Ucrania, mayores serán las dificultades a las que se
enfrentarán las fuerzas invasoras y el hipotético gobierno de ocupación?
Demos
por hecho –lo que tampoco está asegurado– que el invasor ruso ha logrado
dominar toda Ucrania, a la que ha declarado parte de la Federación Rusa. La
historia está llena de ejemplos, y el cine nos los ha acercado en imágenes
impactantes, de pueblos sometidos que se rebelan contra sus dominadores:
resistencia, guerra de guerrillas, sabotajes…
Y,
en un aspecto de orden práctico, ¿ha previsto el Alto Mando ruso la logística
para alojar y mantener a las propias fuerzas de ocupación? ¿Y qué hará con la
población civil que no haya conseguido escapar de la guerra y no haya muerto
víctima de los bombardeos indiscriminados de la aviación rusa? ¿La dejará morir
de hambre, de frío, de enfermedades que unas instalaciones sanitarias
desmanteladas no son capaces de atajar?
Si
ya en las propias ciudades de Rusia las dificultades y los problemas a los que
se enfrenta la población son ingentes, cuanto más lo serán en un país en el que
las infraestructuras, las carreteras, los medios de transporte, las viviendas,
los hospitales, las instalaciones de calefacción, las oficinas, los centros de
producción, los supermercados, las escuelas, los medios de comunicación, han
sido destruidos o dañados.
Parafraseando
a Tácito en su obra Agricola, en la
que acuñó la sentencia “Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant”, “Donde
imponen soledad, lo llaman paz”, yo diría: “Donde imponen devastación, lo
llaman conquista”.
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