6 de marzo de 2022

Después de la invasión

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me había hecho el propósito, después de leer el libro de Rutger Bregman Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva histórica de la humanidad, de seguir su consejo de no ser esclavo de las noticias con las que a diario nos bombardean los medios de comunicación.

Nuestra visión de la realidad, a juicio de Bregman, está distorsionada por el énfasis que los periodistas ponen en lo negativo, en lo escandaloso, en los sucesos, en los crímenes, en todo lo que se sale de la bendita normalidad.

Sabido es –esto no lo dice el historiador holandés– que la noticia no está en que un perro muerda a un hombre, sino en que un hombre muerda a un perro. El accidente de un tren de viajeros con centenares de muertos ocupa los titulares de los periódicos, mientras que pasan desapercibidos y no son objeto de interés los trenes que circulan sin percances.

Nos habíamos acostumbrado a dedicar nuestra atención a la crisis interna del Partido Popular, a los datos sobre la evolución de la covid 19, a los rifirrafes entre los parlamentarios de las distintas formaciones políticas en las sesiones del Congreso, a la subida del recibo de la luz y del precio de los carburantes, cuando de pronto esos y otros problemas de la actualidad política, sanitaria y económica pasan a un segundo plano relegados por el estallido de la guerra en la frontera misma de Europa.

¿Seguirá manteniendo el autor del libro Dignos de ser humanos, y yo con él, que la mayoría de las personas son buenas y solidarias?

A la lista de los Lenin, Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot, y de los sátrapas, dictadores y genocidas de todos los tiempos, se une ahora el nombre del presidente ruso Vladimir Putin, que ha violado todos los principios del derecho internacional y al que no le importan las muertes y los sufrimientos de los ucranianos, ni las muertes y los sufrimientos de su propio pueblo, empezando por los soldados a los que ha lanzado a una invasión que nadie, ni siquiera su propio Estado Mayor, sabe cómo acabará.

¿Se dan cuenta los estrategas militares rusos de que cuanta mayor destrucción causen sus tropas, carros blindados, misiles, aviones y helicópteros en las ciudades y en el campo de Ucrania, mayores serán las dificultades a las que se enfrentarán las fuerzas invasoras y el hipotético gobierno de ocupación?

Demos por hecho –lo que tampoco está asegurado– que el invasor ruso ha logrado dominar toda Ucrania, a la que ha declarado parte de la Federación Rusa. La historia está llena de ejemplos, y el cine nos los ha acercado en imágenes impactantes, de pueblos sometidos que se rebelan contra sus dominadores: resistencia, guerra de guerrillas, sabotajes…

Y, en un aspecto de orden práctico, ¿ha previsto el Alto Mando ruso la logística para alojar y mantener a las propias fuerzas de ocupación? ¿Y qué hará con la población civil que no haya conseguido escapar de la guerra y no haya muerto víctima de los bombardeos indiscriminados de la aviación rusa? ¿La dejará morir de hambre, de frío, de enfermedades que unas instalaciones sanitarias desmanteladas no son capaces de atajar?

Si ya en las propias ciudades de Rusia las dificultades y los problemas a los que se enfrenta la población son ingentes, cuanto más lo serán en un país en el que las infraestructuras, las carreteras, los medios de transporte, las viviendas, los hospitales, las instalaciones de calefacción, las oficinas, los centros de producción, los supermercados, las escuelas, los medios de comunicación, han sido destruidos o dañados.

Parafraseando a Tácito en su obra Agricola, en la que acuñó la sentencia “Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant”, “Donde imponen soledad, lo llaman paz”, yo diría: “Donde imponen devastación, lo llaman conquista”.

 

 

 

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