Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Días antes de los
atentados terroristas perpetrados en Cataluña me habían convocado a través del
móvil a una meditación colectiva por la paz, que tendría lugar el 21 de agosto,
coincidiendo con el eclipse de Sol. No suelo ser muy receptivo a este tipo de llamamientos
en defensa de diversas causas bienintencionadas. Pero en esta ocasión, al
producirse la matanza a manos de fanáticos yihadistas, con la que los
convocantes de la meditación no podían contar, me pareció que participar en tal
acto era una buena manera de contribuir a traer armonía y unidad a la Tierra y
a sus habitantes.
Quienes no
pertenecemos a las fuerzas de seguridad del Estado, ni tenemos
responsabilidades de gobierno, podemos sí dejar oír nuestra voz contra la
barbarie, manifestarnos en apoyo a las víctimas y en reivindicación de unos
valores que deben ser los de países libres y democráticos. Sin embargo, la
libertad y la democracia permiten muy distintas interpretaciones de unos mismos
hechos, y no resulta fácil ponerse de acuerdo en unos mínimos que garanticen
nuestra convivencia pacífica.
En la convocatoria a
la meditación por la paz se dejaba que cada cual usara su propia técnica para
entrar en un estado de relajación. Y se proponía visualizar dos pilares de luz:
uno fluyendo hacia arriba, hacia el centro solar de nuestra galaxia, y pasando
por nuestro cuerpo; y otro hacia abajo, al centro de la Tierra, atravesando
igualmente a todas las personas de nuestro planeta que trabajan por la creación
de una nueva realidad, de paz, de armonía, de comprensión y de unidad.
Me dirán que en esta
meditación no se invocaba ni se rezaba a Dios. Era, por así decirlo, una
oración laica, atea. Esta objeción me recordó un diálogo entre Leonardo Boff y
el Dalai Lama. Le preguntó el teólogo cristiano al líder religioso tibetano
cuál era según él la mejor religión, pensando que le contestaría que la mejor
religión era el budismo tibetano o cualquiera de las religiones orientales
mucho más antiguas que el cristianismo. Pero el Dalai Lama le respondió: “La
mejor religión es la que te aproxima más a Dios, al infinito. Es aquella que te
hace mejor”. “Y ¿qué es lo que me hace mejor?”, volvió a preguntar Boff. Y esta
fue la respuesta del Dalai Lama: “Aquello que te hace más compasivo, más
sensible, más humanitario, más responsable, más ético… La religión que consiga
hacer eso de ti es la mejor religión”.
Yo diría que es la
única religión digna de este nombre.
Apelar a las energías
de la naturaleza, a la luz del Sol y las galaxias, que penetra en nuestros
cuerpos, para crear unos nuevos Cielos y una nueva Tierra, como se proclama en
el libro del Apocalipsis, es una forma de aproximarnos a Dios, al infinito.
Porque Dios no es un ser lejano, sino que está en el Universo por él creado,
muy en especial en la luz que vino a reemplazar a las tinieblas. Y está en el
interior de cada uno de nosotros, siempre que nos movamos por la compasión, la
humanidad, la entrega a los demás, en una palabra por el amor. Por el amor por
el que nos examinarán al atardecer de la vida. El amor que es el mensaje
central de Jesús en el Evangelio.
El Dios cercano al
hombre no quiere sacrificios ni alabanzas, sino misericordia. Deja tu ofrenda,
dice Jesús, y ve a reconciliarte con tu hermano. El mejor antídoto contra el
veneno del odio es el amor.
“¿Qué hemos hecho
mal?”, se peguntaba una profesora que había tenido como alumno al conductor de
la furgoneta que segó la vida de trece personas en la Rambla de Barcelona.
Claro que hemos hecho
muchas cosas mal. El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.
Pero nuestros fallos y errores no justifican a los que matan en nombre de un
dios que, si incita al odio y a la muerte del infiel, o sea del que no piensa
como los adeptos a su credo, no es Dios, sino alucinación de mentes envenenadas
por una falsa y funesta idea de la religión.
Según la historiadora
María del Carmen Martín Rubio, existe un documento conservado en Persia llamado
Achiname y Carta de la Paz, desconocido por la mayoría de los musulmanes, en el
que Mahoma aboga por la paz y la fraternidad entre todos los seres humanos. Si
esta es la creencia del verdadero islam actual, serán los propios seguidores de
Mahoma quienes deberán rechazar y expulsar de sus comunidades a los que
persiguen y matan a cuantos no comparten su desviada y deletérea fe.
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