Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
¿Se han producido
realmente en Cataluña hace menos de un mes unos atentados terroristas en los
que unos asesinos fanáticos mataron a 17 personas en nombre de un dios cruel al
que los yihadistas invocan para justificar sus matanzas?
En la manifestación
del sábado 26 de agosto, convocada aparentemente en condena del terrorismo
islámico, unos 500.000 manifestantes desfilaron tras una pancarta en que se
leía el lema “No tengo miedo”. En ningún momento se vio una repulsa clara de
los asesinos, y el acto fue aprovechado por catalanes independentistas para
atacar al Rey y al Gobierno de España, y para enarbolar esteladas en la zona
más visible detrás de la cabecera de la manifestación.
En las noticias y
comentarios de la televisión, de la prensa y de la radio de estos días no
aparece referencia alguna a las víctimas de los asesinatos yihadistas. Se las
ha olvidado. Solo se presta atención al proceso independentista, a la
convocatoria del referéndum en el que se preguntaría a los catalanes si quieren
que Cataluña sea un estado independiente en forma de república, y a la ley de
transitoriedad posterior al resultado del referéndum, que el Gobierno de la
Generalidad ya da por supuesto que sería favorable a la independencia.
También se resalta la
respuesta, hasta ahora insuficiente, del Gobierno de la nación al atropello
ilegal de la Constitución Española, que en el referéndum del 6 de diciembre de
1978 fue respaldada por el 90,46% de los votantes catalanes que participaron en
la consulta. ¿Ha cambiado tanto el pueblo de Cataluña para que ahora se intente
presentarlo como partidario en su mayoría de la independencia y contrario a la
Constitución de la que emanan el Gobierno y las demás instituciones de la
Generalidad?
No sé si los
gobernantes y políticos catalanes, y los ciudadanos que les apoyan, creen
sinceramente que la independencia de Cataluña sería la solución de los
problemas reales que padece esta hasta hoy Comunidad Autónoma. Pero es un hecho
indiscutible que, crean o no en el paraíso de una república catalana
independiente del Estado español, han conseguido que, bajo el señuelo de la
desconexión, caigan en el olvido los atentados yihadistas y la patente
culpabilidad, por acción u omisión, del Gobierno y del Parlamento de Cataluña
en que se produjeran.
Los culpables de las
matanzas son, en primer lugar, los asesinos que las cometen, quienes los
adoctrinan e inoculan en ellos el odio a la sociedad de “infieles” que los ha
acogido en su seno, y la comunidad musulmana, que en su mayoría se declara “no
terrorista”, pero que por temor o por secreta connivencia con los fines de los
atentados no expulsa de su seno y rechaza con la suficiente contundencia a los
autores materiales de los asesinatos y a sus adoctrinadores. Culpables son
también los gobernantes y políticos de la Generalidad que, embarcados en su
obsesión identitaria e independentista, descuidan los problemas reales de la
población: la seguridad, la educación, la sanidad, las libertades democráticas.
Culpables las fuerzas de seguridad que desoyeron las informaciones que avisaban
de posibles atentados y no pusieron los medios para evitarlos. Y culpables los
ciudadanos que apoyan a tales gobernantes y policías ineptos. Y que permiten
que esos gobernantes les hagan comulgar con ruedas de molino y aceptar el necio
lema “No tengo miedo”.
Pues deberían,
deberíamos todos, tener miedo. Miedo a los atentados que, en cualquier momento
y lugar, pueden repetirse. Miedo a unos gobernantes que buscan y consiguen
ocultar su estulticia, su negligencia y su culpabilidad.
El miedo es una
reacción del animal –y los seres humanos pertenecemos a este Reino– frente al
peligro, que le lleva a escapar del mismo y defenderse. Reconocer el miedo, sin
dejarse paralizar por él, es el paso previo y necesario para luchar contra el
mal, contra los múltiples males que nos amenazan. Pretender que esos males no
existen y que no los tememos es el medio seguro de sucumbir a ellos.
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