14 de septiembre de 2017

Culpables

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Se han producido realmente en Cataluña hace menos de un mes unos atentados terroristas en los que unos asesinos fanáticos mataron a 17 personas en nombre de un dios cruel al que los yihadistas invocan para justificar sus matanzas?
En la manifestación del sábado 26 de agosto, convocada aparentemente en condena del terrorismo islámico, unos 500.000 manifestantes desfilaron tras una pancarta en que se leía el lema “No tengo miedo”. En ningún momento se vio una repulsa clara de los asesinos, y el acto fue aprovechado por catalanes independentistas para atacar al Rey y al Gobierno de España, y para enarbolar esteladas en la zona más visible detrás de la cabecera de la manifestación.
En las noticias y comentarios de la televisión, de la prensa y de la radio de estos días no aparece referencia alguna a las víctimas de los asesinatos yihadistas. Se las ha olvidado. Solo se presta atención al proceso independentista, a la convocatoria del referéndum en el que se preguntaría a los catalanes si quieren que Cataluña sea un estado independiente en forma de república, y a la ley de transitoriedad posterior al resultado del referéndum, que el Gobierno de la Generalidad ya da por supuesto que sería favorable a la independencia.
También se resalta la respuesta, hasta ahora insuficiente, del Gobierno de la nación al atropello ilegal de la Constitución Española, que en el referéndum del 6 de diciembre de 1978 fue respaldada por el 90,46% de los votantes catalanes que participaron en la consulta. ¿Ha cambiado tanto el pueblo de Cataluña para que ahora se intente presentarlo como partidario en su mayoría de la independencia y contrario a la Constitución de la que emanan el Gobierno y las demás instituciones de la Generalidad?
No sé si los gobernantes y políticos catalanes, y los ciudadanos que les apoyan, creen sinceramente que la independencia de Cataluña sería la solución de los problemas reales que padece esta hasta hoy Comunidad Autónoma. Pero es un hecho indiscutible que, crean o no en el paraíso de una república catalana independiente del Estado español, han conseguido que, bajo el señuelo de la desconexión, caigan en el olvido los atentados yihadistas y la patente culpabilidad, por acción u omisión, del Gobierno y del Parlamento de Cataluña en que se produjeran.
Los culpables de las matanzas son, en primer lugar, los asesinos que las cometen, quienes los adoctrinan e inoculan en ellos el odio a la sociedad de “infieles” que los ha acogido en su seno, y la comunidad musulmana, que en su mayoría se declara “no terrorista”, pero que por temor o por secreta connivencia con los fines de los atentados no expulsa de su seno y rechaza con la suficiente contundencia a los autores materiales de los asesinatos y a sus adoctrinadores. Culpables son también los gobernantes y políticos de la Generalidad que, embarcados en su obsesión identitaria e independentista, descuidan los problemas reales de la población: la seguridad, la educación, la sanidad, las libertades democráticas. Culpables las fuerzas de seguridad que desoyeron las informaciones que avisaban de posibles atentados y no pusieron los medios para evitarlos. Y culpables los ciudadanos que apoyan a tales gobernantes y policías ineptos. Y que permiten que esos gobernantes les hagan comulgar con ruedas de molino y aceptar el necio lema “No tengo miedo”.
Pues deberían, deberíamos todos, tener miedo. Miedo a los atentados que, en cualquier momento y lugar, pueden repetirse. Miedo a unos gobernantes que buscan y consiguen ocultar su estulticia, su negligencia y su culpabilidad.

El miedo es una reacción del animal –y los seres humanos pertenecemos a este Reino– frente al peligro, que le lleva a escapar del mismo y defenderse. Reconocer el miedo, sin dejarse paralizar por él, es el paso previo y necesario para luchar contra el mal, contra los múltiples males que nos amenazan. Pretender que esos males no existen y que no los tememos es el medio seguro de sucumbir a ellos. 

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