4 de mayo de 2017

Yihadismo

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
La detención en El Espinar el pasado 22 de abril de un presunto yihadista y el día 25 del mismo mes de dos hombres con él relacionados ha causado en la población de este municipio serrano una explicable conmoción, por no decir auténtica alarma.
El primer arrestado por la Guardia Civil, de nacionalidad egipcia, que había residido en Alemania y en otros países europeos, está reclamado por las autoridades de Egipto acusado de pertenencia a una organización terrorista, responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En cuanto a los otros dos detenidos, un español y un marroquí, la investigación de la Guardia Civil ha descubierto indicios de su implicación en una red de empresas cuyos beneficios podrían haber sido destinados a la financiación de algún grupo terrorista.
En seguida identificamos yihadismo con terrorismo. El término yihadismo indica lo relativo a la yihad. Y la yihad es definida por el Diccionario de la Real Academia y la mayor parte de los diccionarios como “guerra santa de los musulmanes”. O sea, sería la guerra santa del musulmán contra el infiel, el no creyente en Alá, en su profeta Mahoma y en el libro a él revelado, el Corán.
Sin embargo, los expertos en la doctrina islámica rechazan esta definición de la yihad, que según ellos expresa “esfuerzo” para implantar la ley divina en el mundo por medios pacíficos, así como el combate interior del creyente musulmán para mantenerse y crecer en su fe.
Las obligaciones del fiel musulmán se resumen en los cinco pilares del islam: la profesión de fe en un solo Dios y en su enviado Mahoma, la oración cinco veces al día, la limosna o impuesto, el ayuno del mes de Ramadán y la peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida. Algunas sectas islámicas consideran también como obligación la yihad, pero difieren en el sentido que dan a esta palabra. En numerosas suras, capítulos del Corán, se insta al creyente a practicar la yihad, entendida como defensa y extensión de la fe islámica, o como esfuerzo interior del propio creyente en su progreso espiritual.
La multiplicación en los últimos tiempos de atentados terroristas reivindicados por grupos islamistas ha llevado a la opinión pública de Occidente a identificar yihad con violencia y con matanzas indiscriminadas. La existencia y las actividades asesinas del autollamado Estado Islámico también han contribuido a acrecentar en los países occidentales y en otros de raíces cristianas la animadversión hacia el islam.
Al desconocimiento de esta doctrina religiosa y a la dificultad para un occidental de comprender un libro sagrado como el Corán, escrito en el contexto de una civilización y en una lengua muy distintas a las predominantes en Occidente, se une la masiva inmigración musulmana, difícil de integrarse en los hábitos de nuestros países democráticos.
Volviendo a El Espinar, no goza de mucha simpatía, al menos entre los vecinos con los que he hablado, la población marroquí, la principal de creencia islámica en el municipio. Son frecuentes los comentarios de mis interlocutores que aluden a los beneficios que estos inmigrantes reciben del Estado español en campos como la educación y la sanidad, sin que ellos aporten nada a cambio.
El multiculturalismo, defendido por determinados pensadores y políticos, no es percibido por el común de los ciudadanos, no solo espinariegos, sino en general españoles, como algo que mejore la calidad y riqueza de sus vidas. Pero la globalización y la mezcla de culturas, de religiones y de lenguas no son algo que hoy día quepa elegir o rechazar, sino que nos viene impuesto. Habrá, en consecuencia, que esforzarse por aceptar y comprender a los que tienen otras costumbres, otras creencias y otras vestimentas, y no están dispuestos a renunciar a ellas.
Ha habido y hay guerras en defensa de un territorio y de unos valores, guerras de expansión y conquista, guerras por intereses económicos y comerciales, guerras por motivos religiosos, pero nunca serán guerras santas. Ninguna religión debería justificar la violencia.

Se necesitan gestos y hechos como el del papa Francisco en su reciente viaje a Egipto, fundiéndose en un abrazo con el gran imán de la universidad de Al Azhar, principal institución del islam suní, y condenando “cualquier forma de odio en nombre de la religión”. 

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