Las palabras y
la vida
Alberto Martín
Baró
La detención en El Espinar el pasado 22
de abril de un presunto yihadista y el día 25 del mismo mes de dos hombres con
él relacionados ha causado en la población de este municipio serrano una
explicable conmoción, por no decir auténtica alarma.
El primer arrestado por la Guardia
Civil, de nacionalidad egipcia, que había residido en Alemania y en otros
países europeos, está reclamado por las autoridades de Egipto acusado de
pertenencia a una organización terrorista, responsable de los atentados del 11
de septiembre de 2001.
En cuanto a los otros dos detenidos, un
español y un marroquí, la investigación de la Guardia Civil ha descubierto
indicios de su implicación en una red de empresas cuyos beneficios podrían
haber sido destinados a la financiación de algún grupo terrorista.
En seguida identificamos yihadismo con
terrorismo. El término yihadismo indica lo relativo a la yihad. Y la yihad es
definida por el Diccionario de la Real Academia y la mayor parte de los
diccionarios como “guerra santa de los musulmanes”. O sea, sería la guerra
santa del musulmán contra el infiel, el no creyente en Alá, en su profeta
Mahoma y en el libro a él revelado, el Corán.
Sin embargo, los expertos en la doctrina
islámica rechazan esta definición de la yihad, que según ellos expresa
“esfuerzo” para implantar la ley divina en el mundo por medios pacíficos, así
como el combate interior del creyente musulmán para mantenerse y crecer en su
fe.
Las obligaciones del fiel musulmán se
resumen en los cinco pilares del islam: la profesión de fe en un solo Dios y en
su enviado Mahoma, la oración cinco veces al día, la limosna o impuesto, el
ayuno del mes de Ramadán y la peregrinación a La Meca al menos una vez en la
vida. Algunas sectas islámicas consideran también como obligación la yihad,
pero difieren en el sentido que dan a esta palabra. En numerosas suras,
capítulos del Corán, se insta al creyente a practicar la yihad, entendida como
defensa y extensión de la fe islámica, o como esfuerzo interior del propio creyente
en su progreso espiritual.
La multiplicación en los últimos tiempos
de atentados terroristas reivindicados por grupos islamistas ha llevado a la
opinión pública de Occidente a identificar yihad con violencia y con matanzas
indiscriminadas. La existencia y las actividades asesinas del autollamado
Estado Islámico también han contribuido a acrecentar en los países occidentales
y en otros de raíces cristianas la animadversión hacia el islam.
Al desconocimiento de esta doctrina
religiosa y a la dificultad para un occidental de comprender un libro sagrado
como el Corán, escrito en el contexto de una civilización y en una lengua muy
distintas a las predominantes en Occidente, se une la masiva inmigración
musulmana, difícil de integrarse en los hábitos de nuestros países
democráticos.
Volviendo a El Espinar, no goza de mucha
simpatía, al menos entre los vecinos con los que he hablado, la población
marroquí, la principal de creencia islámica en el municipio. Son frecuentes los
comentarios de mis interlocutores que aluden a los beneficios que estos
inmigrantes reciben del Estado español en campos como la educación y la
sanidad, sin que ellos aporten nada a cambio.
El multiculturalismo, defendido por determinados
pensadores y políticos, no es percibido por el común de los ciudadanos, no solo
espinariegos, sino en general españoles, como algo que mejore la calidad y
riqueza de sus vidas. Pero la globalización y la mezcla de culturas, de
religiones y de lenguas no son algo que hoy día quepa elegir o rechazar, sino
que nos viene impuesto. Habrá, en consecuencia, que esforzarse por aceptar y
comprender a los que tienen otras costumbres, otras creencias y otras
vestimentas, y no están dispuestos a renunciar a ellas.
Ha habido y hay guerras en defensa de un
territorio y de unos valores, guerras de expansión y conquista, guerras por
intereses económicos y comerciales, guerras por motivos religiosos, pero nunca
serán guerras santas. Ninguna religión debería justificar la violencia.
Se necesitan gestos y hechos como el del
papa Francisco en su reciente viaje a Egipto, fundiéndose en un abrazo con el
gran imán de la universidad de Al Azhar, principal institución del islam suní,
y condenando “cualquier forma de odio en nombre de la religión”.
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