Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Francia ha estado y
está al norte de los Pirineos. O sea, que es nuestro país vecino. Con los
vecinos de la casa en que habitamos podemos llevarnos bien, mal, ni bien ni
mal, pero no es posible ignorarlos.
Las elecciones
presidenciales francesas, cuya segunda vuelta se ha celebrado el pasado domingo
7 de mayo y que ha llevado a la presidencia de la República Francesa a Emmanuel
Macron, han puesto de manifiesto una serie de semejanzas y de diferencias entre
la situación política de Francia y la de España, sobre las que es muy
instructivo reflexionar.
Una primera semejanza
reside en el declive de los dos grandes partidos que, como fuerzas hegemónicas
de la derecha y de la izquierda, se han alternado hasta ahora en el gobierno de
una y otra nación. Este descenso del número de votantes ha sido más acusado en
el Partido Republicano francés que en el Partido Popular español. François
Fillon, el candidato de los republicanos a la presidencia, ha pasado a ocupar
en la primera vuelta electoral el tercer puesto detrás de la formación En
Marcha de Emmanuel Macron y del Frente Nacional de Marine Le Pen.
La disminución de
votos ha tenido dimensiones de catástrofe en el tradicional Partido Socialista
francés, cuyo candidato a la presidencia Benoît Hamon cosechó en la primera
vuelta un escuálido 6,36 % del electorado, que lo sitúa entre las formaciones
apenas decisivas en la política nacional. Por su parte, el PSOE, a pesar de sus
problemas internos y de la pérdida de apoyos en las urnas, mantiene tanto en
las últimas elecciones generales como en las encuestas la segunda posición, sin
que haya sido desbancado por el partido de extrema izquierda Podemos. Pero el
aviso de lo ocurrido a su homólogo francés debería llevar al PSOE a una
decidida renovación y a un cambio de rumbo que le devolviera la condición de
partido con posibilidades de gobierno.
A la derecha
representada en Francia por el conservador Fillon y en España por el PP de
Mariano Rajoy le ha pasado factura la corrupción. Y, en el caso del PP, el
abandono de sus principios para mimetizar ideas y posturas propias de una
izquierda socialdemócrata ha ahuyentado a muchos de sus votantes.
La pregunta es si la
práctica desaparición del bipartidismo izquierda-derecha que encarnaban en
Francia el Partido Socialista y el Partido Republicano tendrá su réplica en
España en un futuro más o menos próximo, a pesar de que hoy por hoy el PP y el
PSOE aún se mantengan en la cabeza de la clasificación de resultados en las
elecciones generales.
El populismo de la extrema
derecha de Marine Le Pen no tiene un claro equivalente en España. La extrema
izquierda del comunista radical Jean-Luc Melenchon, que en la primera vuelta
superó con creces al socialista Hamon, guarda puntos de contacto con Podemos,
ya que su más directo correlato español, Izquierda Unida, ha sido desplazada o
fagocitada por el partido de Pablo Iglesias.
Una figura como la
del centrista liberal Emmanuel Macron y su triunfo con un partido creado hace
apenas unos meses no tienen claro parangón en España, aunque Albert Rivera y
Ciudadanos podrían asemejárseles salvando grandes diferencias, la principal de
las cuales estriba en que Cs no ha logrado el éxito electoral de En Marcha.
Un aspecto en el que
Francia y España difieren drásticamente reside en el independentismo o
soberanismo de catalanes y vascos, que se extiende a otras Comunidades
españolas y que de una manera más o menos patente apoyan formaciones políticas
como Podemos y ciertos representantes del socialismo en nuestro país. Ningún
candidato a la presidencia de Francia ha puesto en cuestión la unidad del
Estado francés, ni su amor a la patria común. Este patriotismo, que en
ocasiones puede degenerar en chovinismo –término de origen francés–, es
proclamado por conservadores, socialistas y populistas sin excepción. Inventos
como la plurinacionalidad o la definición de España como “nación de naciones”
no se conciben en ningún político o ciudadano francés, amantes de la “grandeur
de la France” y orgullosos de su historia.
Las barbas de nuestro
vecino francés nos alertan del peligro de populismos xenófobos, curiosamente
respaldados en Francia por amplios sectores de la clase obrera. Y a los
conservadores y a los socialistas españoles les avisan de que pongan sus barbas
a remojar si no quieren que otras tendencias políticas les “pelen” las suyas.
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