17 de mayo de 2017

Las barbas del vecino

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Francia ha estado y está al norte de los Pirineos. O sea, que es nuestro país vecino. Con los vecinos de la casa en que habitamos podemos llevarnos bien, mal, ni bien ni mal, pero no es posible ignorarlos.
Las elecciones presidenciales francesas, cuya segunda vuelta se ha celebrado el pasado domingo 7 de mayo y que ha llevado a la presidencia de la República Francesa a Emmanuel Macron, han puesto de manifiesto una serie de semejanzas y de diferencias entre la situación política de Francia y la de España, sobre las que es muy instructivo reflexionar.
Una primera semejanza reside en el declive de los dos grandes partidos que, como fuerzas hegemónicas de la derecha y de la izquierda, se han alternado hasta ahora en el gobierno de una y otra nación. Este descenso del número de votantes ha sido más acusado en el Partido Republicano francés que en el Partido Popular español. François Fillon, el candidato de los republicanos a la presidencia, ha pasado a ocupar en la primera vuelta electoral el tercer puesto detrás de la formación En Marcha de Emmanuel Macron y del Frente Nacional de Marine Le Pen.
La disminución de votos ha tenido dimensiones de catástrofe en el tradicional Partido Socialista francés, cuyo candidato a la presidencia Benoît Hamon cosechó en la primera vuelta un escuálido 6,36 % del electorado, que lo sitúa entre las formaciones apenas decisivas en la política nacional. Por su parte, el PSOE, a pesar de sus problemas internos y de la pérdida de apoyos en las urnas, mantiene tanto en las últimas elecciones generales como en las encuestas la segunda posición, sin que haya sido desbancado por el partido de extrema izquierda Podemos. Pero el aviso de lo ocurrido a su homólogo francés debería llevar al PSOE a una decidida renovación y a un cambio de rumbo que le devolviera la condición de partido con posibilidades de gobierno.
A la derecha representada en Francia por el conservador Fillon y en España por el PP de Mariano Rajoy le ha pasado factura la corrupción. Y, en el caso del PP, el abandono de sus principios para mimetizar ideas y posturas propias de una izquierda socialdemócrata ha ahuyentado a muchos de sus votantes.
La pregunta es si la práctica desaparición del bipartidismo izquierda-derecha que encarnaban en Francia el Partido Socialista y el Partido Republicano tendrá su réplica en España en un futuro más o menos próximo, a pesar de que hoy por hoy el PP y el PSOE aún se mantengan en la cabeza de la clasificación de resultados en las elecciones generales.
El populismo de la extrema derecha de Marine Le Pen no tiene un claro equivalente en España. La extrema izquierda del comunista radical Jean-Luc Melenchon, que en la primera vuelta superó con creces al socialista Hamon, guarda puntos de contacto con Podemos, ya que su más directo correlato español, Izquierda Unida, ha sido desplazada o fagocitada por el partido de Pablo Iglesias.
Una figura como la del centrista liberal Emmanuel Macron y su triunfo con un partido creado hace apenas unos meses no tienen claro parangón en España, aunque Albert Rivera y Ciudadanos podrían asemejárseles salvando grandes diferencias, la principal de las cuales estriba en que Cs no ha logrado el éxito electoral de En Marcha.
Un aspecto en el que Francia y España difieren drásticamente reside en el independentismo o soberanismo de catalanes y vascos, que se extiende a otras Comunidades españolas y que de una manera más o menos patente apoyan formaciones políticas como Podemos y ciertos representantes del socialismo en nuestro país. Ningún candidato a la presidencia de Francia ha puesto en cuestión la unidad del Estado francés, ni su amor a la patria común. Este patriotismo, que en ocasiones puede degenerar en chovinismo –término de origen francés–, es proclamado por conservadores, socialistas y populistas sin excepción. Inventos como la plurinacionalidad o la definición de España como “nación de naciones” no se conciben en ningún político o ciudadano francés, amantes de la “grandeur de la France” y orgullosos de su historia.

Las barbas de nuestro vecino francés nos alertan del peligro de populismos xenófobos, curiosamente respaldados en Francia por amplios sectores de la clase obrera. Y a los conservadores y a los socialistas españoles les avisan de que pongan sus barbas a remojar si no quieren que otras tendencias políticas les “pelen” las suyas. 

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