A Angelina, mi mujer
Solo ha pasado un año
desde que Córdoba, sultana
altiva de la luz y de las flores,
hiciera germinar nuestros amores.
Martín Abril, mi padre el escritor,
con el Guadalquivir de curso lento,
fueron testigos mudos
de nuestro alumbramiento
entre naranjos y murallas árabes
a los pies de la estatua de Averroes.
Luego vendría el Alvia con manitas,
docencias atrevidas de Bolaños
en la universidad santanderina,
y conciertos de Brahms, de Mozart,
de Schumann y Taneyev,
al caer de la tarde en la bahía.
Novia blanca en la playa,
recuerdos de la infancia y juventud,
y el mar que nos levanta con su espuma
a la altura soñada del espíritu.
El abrazo inicial de nuestros cuerpos
sella la convivencia
en cuartos separados,
y besos con embozo de las sábanas.
Al fin doblan campanas
de boda impropia a nuestra edad.
Nuestros hijos anuncian el enlace
y nuestros nietos portan los anillos
y las arras del sí a la unión,
a la salud y enfermedad,
a la riqueza y la pobreza,
para que nada nunca nos separe.
Aquí estamos tú y yo,
en soledades libres compartidas,
amaneciendo cada día
con renovada efervescencia
y durmiendo después del dulce ocaso
la noche de efusiones y de sueños.
Alberto
Martín Baró
14 de abril
de 2017
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