21 de abril de 2017

El tráfico rodado

Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

Ver las calles de ciudades y pueblos vacías de coches nos permite descubrir bellas perspectivas ignoradas. Caemos entonces en la cuenta de lo hermoso que es tal edificio, o tal monumento, o tal glorieta. Y reparamos en la abundancia de árboles y zonas ajardinadas que adornan nuestras vías y plazas.
En la pasada Semana Santa, los coches se han trasladado con sus ocupantes a las playas o a otros lugares de descanso y ocio, para solaz de quienes nos quedamos y podemos disfrutar de nuestro barrio habitual en silencio y sin tráfico.
También se corta la circulación de vehículos en las calles por las que va a pasar alguna de las muchas procesiones que siguen atrayendo a fieles y espectadores, no solo por su interés artístico y turístico, sino también por la devoción que tantas buenas gentes profesan a las sagradas imágenes.
Estoy en la tarde del Viernes Santo en el Paseo del Prado madrileño esperando el paso de la procesión de Jesús Nazareno de Medinaceli. Tengo cerca, a mis espaldas, el Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid. Yo invitaría a la alcaldesa Carmena y demás regidores municipales, que hacen gala de un laicismo combativo contra cualquier manifestación de fe religiosa, a que se mezclaran con estos ciudadanos creyentes que aguardan a pie firme, a veces hasta horas, para tributar a Jesús y a la Virgen un cálido homenaje de devoción, que a menudo prorrumpe en aplausos o, en Andalucía y otras regiones, en emocionadas saetas. Y aunque España es, según la Constitución de 1978, un Estado aconfesional, también se insta en dicha Carta Magna a los poderes públicos a mantener una especial cooperación con la Iglesia Católica, mayoritaria en nuestro país.
Vaya, me he ido del tráfico rodado, tema del que quería ocuparme en este artículo. Y que retomo, preguntándome, como suelo hacer cuando me encuentro inmerso en un embotellamiento circulatorio: ¿qué motivos imprescindibles tendrán estos automovilistas para coger el automóvil con todos los inconvenientes que este medio de transporte conlleva en las grandes y no tan grandes ciudades? Porque uno siempre se justifica frente los demás en la necesidad de usar el coche: nuestras razones son válidas, claro, no así las de los demás.
Invito a los reporteros de calle a que pregunten a los conductores en un atasco por qué van en su auto o furgoneta en ese preciso momento. Están los repartidores de toda clase de géneros y mercancías; las personas que en las horas punta van al trabajo o vuelven de él; los padres que llevan a sus hijos al colegio; los pacientes que acuden a una consulta médica; quienes se dirigen a puntos a los que no llega el transporte público… Seguro que a ustedes se les ocurren más causas que justifican la utilización del vehículo privado.
¿Y si el equipo municipal decide implantar la medida de que solo pueden circular los días pares los vehículos con matrícula acabada en número par y los días impares los de matrícula acabada en impar? Se demostraría que no era tan insustituible el uso del auto particular.
Contemplo la serie de cuadros en los que Antonio López representó la Gran Vía madrileña. ¿Qué hizo con los coches, que suelen atestar esta calle, en las pinturas en las que no aparecen? ¿O pintó esos cuadros en horas de la madrugada o en días de vacaciones cuando cesa la circulación?
El automóvil, prodigioso invento que nació para facilitar nuestra movilidad, se ha convertido hace tiempo en una traba engorrosa para nuestra facilidad de desplazamiento, ello sin contar los nocivos efectos contaminantes de la atmósfera que tienen las emisiones de los gases de combustión… y la agresión continua al bendito silencio.
Como paso largas temporadas en la capital de España, me he sacado la Tarjeta Transporte Público que la Comunidad de Madrid proporciona a un precio muy razonable a los mayores de 65 años. También hay otras tarjetas y bonobuses, aunque no tan económicos, para quienes no superan esa edad.

Estoy encantado de que el metro, los autobuses y los trenes de cercanías me lleven tan ricamente adonde quiero trasladarme. Y, si el transporte es en superficie, puedo contemplar por la ventanilla a los sufridos conductores pillados en el consabido atasco circulatorio. 

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