Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Ver las calles de
ciudades y pueblos vacías de coches nos permite descubrir bellas perspectivas
ignoradas. Caemos entonces en la cuenta de lo hermoso que es tal edificio, o
tal monumento, o tal glorieta. Y reparamos en la abundancia de árboles y zonas
ajardinadas que adornan nuestras vías y plazas.
En la pasada Semana
Santa, los coches se han trasladado con sus ocupantes a las playas o a otros
lugares de descanso y ocio, para solaz de quienes nos quedamos y podemos
disfrutar de nuestro barrio habitual en silencio y sin tráfico.
También se corta la
circulación de vehículos en las calles por las que va a pasar alguna de las
muchas procesiones que siguen atrayendo a fieles y espectadores, no solo por su
interés artístico y turístico, sino también por la devoción que tantas buenas
gentes profesan a las sagradas imágenes.
Estoy en la tarde del
Viernes Santo en el Paseo del Prado madrileño esperando el paso de la procesión
de Jesús Nazareno de Medinaceli. Tengo cerca, a mis espaldas, el Palacio de
Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid. Yo invitaría a la alcaldesa Carmena y
demás regidores municipales, que hacen gala de un laicismo combativo contra
cualquier manifestación de fe religiosa, a que se mezclaran con estos
ciudadanos creyentes que aguardan a pie firme, a veces hasta horas, para
tributar a Jesús y a la Virgen un cálido homenaje de devoción, que a menudo
prorrumpe en aplausos o, en Andalucía y otras regiones, en emocionadas saetas.
Y aunque España es, según la Constitución de 1978, un Estado aconfesional,
también se insta en dicha Carta Magna a los poderes públicos a mantener una
especial cooperación con la Iglesia Católica, mayoritaria en nuestro país.
Vaya, me he ido del
tráfico rodado, tema del que quería ocuparme en este artículo. Y que retomo,
preguntándome, como suelo hacer cuando me encuentro inmerso en un
embotellamiento circulatorio: ¿qué motivos imprescindibles tendrán estos
automovilistas para coger el automóvil con todos los inconvenientes que este
medio de transporte conlleva en las grandes y no tan grandes ciudades? Porque
uno siempre se justifica frente los demás en la necesidad de usar el coche:
nuestras razones son válidas, claro, no así las de los demás.
Invito a los
reporteros de calle a que pregunten a los conductores en un atasco por qué van
en su auto o furgoneta en ese preciso momento. Están los repartidores de toda
clase de géneros y mercancías; las personas que en las horas punta van al
trabajo o vuelven de él; los padres que llevan a sus hijos al colegio; los
pacientes que acuden a una consulta médica; quienes se dirigen a puntos a los
que no llega el transporte público… Seguro que a ustedes se les ocurren más
causas que justifican la utilización del vehículo privado.
¿Y si el equipo
municipal decide implantar la medida de que solo pueden circular los días pares
los vehículos con matrícula acabada en número par y los días impares los de
matrícula acabada en impar? Se demostraría que no era tan insustituible el uso
del auto particular.
Contemplo la serie de
cuadros en los que Antonio López representó la Gran Vía madrileña. ¿Qué hizo
con los coches, que suelen atestar esta calle, en las pinturas en las que no
aparecen? ¿O pintó esos cuadros en horas de la madrugada o en días de
vacaciones cuando cesa la circulación?
El automóvil,
prodigioso invento que nació para facilitar nuestra movilidad, se ha convertido
hace tiempo en una traba engorrosa para nuestra facilidad de desplazamiento,
ello sin contar los nocivos efectos contaminantes de la atmósfera que tienen
las emisiones de los gases de combustión… y la agresión continua al bendito
silencio.
Como paso largas
temporadas en la capital de España, me he sacado la Tarjeta Transporte Público
que la Comunidad de Madrid proporciona a un precio muy razonable a los mayores
de 65 años. También hay otras tarjetas y bonobuses, aunque no tan económicos,
para quienes no superan esa edad.
Estoy encantado de
que el metro, los autobuses y los trenes de cercanías me lleven tan ricamente
adonde quiero trasladarme. Y, si el transporte es en superficie, puedo
contemplar por la ventanilla a los sufridos conductores pillados en el
consabido atasco circulatorio.
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