3 de agosto de 2025

Cambios de casa y de rutinas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Como bien sabe Hacienda, no tengo más que una casa en propiedad, un chalet pareado en El Espinar, en el que y suelo pasar el mes de julio y en el que habitualmente reside mi hijo Guillermo. Este año, por razones médicas, yo voy a estar, Dios mediante, en esta mi casa también los meses de agosto y septiembre.

También por causa de los tratamientos de mi enfermedad, me trasladé a Madrid y en la capital de España vivo en la casa de mi mujer, Angelina Lamelas.

Y otros años, no este, los dos hemos pasado el mes de agosto en la vivienda de Santander en la que habitan dos hermanos de Angelina, Ana y Diego.

Después de este prolegómeno recalo en el tema principal del presente blog, que no es otro que la ruptura de la rutina que dichos cambios de casa acarrean.

Empezando por las llaves de las distintas viviendas: ¿Cuáles son las de El Espinar, las de Madrid y las de Santander? Esta duda me ha llevado a dejar unas llaves en la casa anterior, con el consiguiente trastorno e incluso pérdida de estos imprescindibles adminículos.

Sigamos por orden de las rutinas habituales.

¿Dónde están en esta casa el cuarto de baño y los útiles de aseo, dónde los platos y demás elementos para preparar y tomar el desayuno?

Así podría continuar con otras ocupaciones del día a día.

¿Dónde compro el periódico, en la tienda de Flavia en El Espinar, en el Supercor del Parque de las Avenidas, que tiene casi de todo, o en una frutería de la Avenida de Reina Victoria de Santander que últimamente solo proporciona “El Diario Montañés”.

¿Salgo a hacer la compra o comemos fuera de casa y en qué cafetería o restaurante? ¿O compra, cocina y recoge mi hijo Guillermo, que lo hace de maravilla?

A estas edades y enfermedades tanto de Angelina como mías, es fundamental no dejarse alguna de las numerosas medicinas que ambos necesitamos.

En el duermevela de la siesta y en el sueño nocturno, a menudo me pregunto dónde estoy miro a un lado para comprobar si está mi mujer.

Me interrumpirá el paciente lector y me aconsejará: ¿Por qué no se están ustedes quietos en una casa, que ya no tienen años ni salud para tantos trajines?

Razón que le sobra. Por de pronto, yo este verano no he podido ir a Santander. A Angelina la ha llevado a la capital cántabra en mi coche su hijo Jose. De Madrid a El Espinar nos ha traído Jose, también en mi coche. ¡Qué bien se va al lado del conductor oyendo la música de Radio Clásica!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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