24 de agosto de 2025

El agua, el fuego y el viento

 Las palabras y la vida 

Comenzaré por el agua de la dana, que precedió a los fuegos y al viento.

Ojalá esa agua viniera a apagar los incendios que asolan España. Porque, al ver las imágenes que a todas horas nos frece la televisión, tengo la impresión de que el agua de las mangueras no consigue sofocar los fuegos, que continúan arrasando los campos, los montes, los bosques, los poblados. Diríase que se ríen del agua, incluida el agua que arrojan los medios aéreos.

¿Y el viento? Yo siempre había pensado que una fuerte ráfaga de viento lograría apagar un fuego. Pues no, el fuego de los incendios de este tórrido verano al parecer los vientos cambiantes lo avivan, o hacen que brote a unos metros de distancia.

Llego a la conclusión de que mi sentido de la vista me engaña. En cambio, no hay engaño posible en otros medios más contundentes para atajar los incendios, como son los cortafuegos, o los tractores y otras máquinas que aplastan las zonas que arden.

Dejando a un lado las trampas visuales, me planteo la pregunta clave. ¿Qué o quién provoca el fuego? He oído o leído toda suerte de respuestas y explicaciones, y todas tienen su parte de razón: el calor extremo de este verano, el abandono del campo, de los montes y de los bosques, la población rural envejecida, los jóvenes que huyen de las tareas del campo y emigran a las ciudades, la mano del hombre, bien sea el pirómano o incendiario, o del que busca un interés espurio, una venganza o la satisfacción de un desequilibrio psicológico, o preparar el terreno para instalar paneles solares y molinos eólicos, la multitud de normas y administraciones… Al Gobierno de la nación, la mayoría de cuyos ministros y el propio presidente han estado ausentes de los escenarios del fuego hasta que se han dignado hacer acto de presencia en algunos incendios, digo que al Gobierno central hay que añadir las comunidades autónomas, las diputaciones, los ayuntamientos..., con competencias que se solapan y al final resultan inoperantes. A menudo son los propios vecinos de los pueblos los que tienen que hacer frente al fuego con medios rudimentarios.

Puesto a aportar una solución al problema de los incendios, me inclino por la que veo en el campo de El Espinar. Y no es otra que las vacas pastando en un prado.

Y frente a esta imagen positiva, otra negativa. Estoy sentado en uno de los bancos de madera del parque de Cipriano Geromini y observo a mis pies unas cuantas colillas. Si estos restos de fumadores irresponsables, en vez de haber caído en un suelo donde no hay nada que quemar, hubieran sido arrojados en los rastrojos y las pajas que han quedado sin recoger por todo El Espinar, tendríamos el fuego garantizado.

De nada sirve el cartel que esta misma tarde he divisado, yendo a fotografiar el antiguo depósito de agua, hoy sin tejado, por cuyo ojo de buey arrojábamos piedras de niños, cartel que reza “Peligro de incendio”.

Mi salud deteriorada me impide actualmente caminar por el bosque. Pero no puedo olvidar el estado de abandono de muchas zonas de pinar. Quiera Dios que a estos pinares sólo lleguen cenizas y pavesas de los cercanos incendios de Las Navas del Marqués y de Urraca Miguel, y no el fuego que contrastaría con el nombre de Aguas Vertientes de este monte tan cercano a mi casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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