17 de agosto de 2025

De pájaros y aves

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Estamos mi hijo Guillermo y yo a media tarde sentados a la sombra de la casa, en una de las escasas treguas que este verano caluroso nos da, incluso en El Espinar.

Guillermo me enseña un libro que ha comprado en Londres y que contiene unos preciosos dibujos de aves a todo color en 64 láminas con los nombres en inglés de las aves dibujadas.

Nos hemos tomado el trabajo de buscar el nombre en español de las distintas especies, pues los ingleses son muy suyos y no incluyen los nombres en latín de las aves dibujadas.

Con paciencia identificamos al petirrojo, dos ejemplares del cual, que deben de ser macho y hembra, son asiduos de nuestro jardín.

Palomas, águilas, búhos, patos, herrerillos, picapinos, cisnes, halcones, golondrinas, ruiseñores…, la lista completa se haría interminable.

Dando un salto en el tiempo, evoco a mi madre, Alicia Baró, que cantaba “El milagro de san Antonio”. Se preguntará algún lector qué tiene que ver esta canción con los pájaros. Pues tiene que ver y mucho, porque en un determinado pasaje del milagro salen a relucir los nombres de los pajaritos que el niño Antonio deja salir de la habitación en la que los había encerrado para que, mientras su padre estaba en misa, no picaran el sembrado.

Espinariegos seguidores del Nuevo Mester de Juglaría conocerán la versión que este grupo hizo del milagro que cantaba mi madre.

A los amantes de pájaros y aves les invito a escuchar el final del milagro de san Antonio, en el que el autor de la letra hace un alarde de conocimiento ornitológico.

“Ea, pajaritos, ya podéis salir.

Salgan cigüeñas por orden,

águilas, grullas y corzas,

avutardas, gavilanes,

lechuzas, mochuelos, grajos.

Salgan las urracas,

tórtolas, perdices,

palomas, gorriones

y las codornices.

Salga el cuco y el milano,

zorzal y andarríos,

canarios y ruiseñores,

tordos, jilgueros y mirlos.

Salgan verderones,

y las cardelinas,

también cogujadas

y las golondrinas”.

No  pocas de estas aves acudían por orden de su tamaño, empezando por las más pequeñas, a picotear las migas que mi primera mujer, Ana, la madre de Guillermo, les echaba en el jardín de nuestra casa de El Robledal, que hoy conserva con amor Isabel Codina.

Yo tuve que comprar una guía para identificar a los distintos pájaros y aves, que con fidelidad se ajustaban a la descripción de la guía.

Estando sentado en una hamaca en el jardín de dicha casa, nunca logré ver al cuco, cuyo canto insistente sí que oía.

Porque “el cuco, no es mito, lo trae san Benito”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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