Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No
he visto ninguna de las entregas de “Moncloa. Cuatro estaciones”, el documental
que El País publica al fracasar el
intento de los productores de la serie de que una gran cadena de televisión o
plataforma lo emitiese.
Pero
he leído en la prensa cómo, en una escena del documental, Pedro Sánchez pasea
por los jardines de Moncloa con Óscar López, entonces director del Gabinete de
la Presidencia y hoy ministro para la Transformación Digital y de la Función
Pública (no me resisto a señalar lo alambicado de los nombres de los
Ministerios del Gobierno de Sánchez), y le comenta: “Estoy sorprendido, macho,
mi hija la mayor saca unas notas macho”, a lo que López contesta: “Qué bien,
eso es importante”.
A
esta escena quería llegar, pues en favor del presidente del Gobierno había yo
anotado la discreción de no hablar de sus hijas. Lo único que yo sabía de ellas
es que son dos. Ignoro sus nombres y edades, y nunca he visto una foto de las
mismas.
A
diferencia de las hijas del anterior presidente Rodríguez Zapatero, unas
“góticas”, de las que aparecieron imágenes en distintos medios, y no
precisamente para bien.
Insisto
en que me parecía un acierto de Pedro Sánchez salvaguardar a sus hijas de los
focos de los medios de comunicación.
Y
esto me lleva a otra reflexión, también relacionada con la familia más próxima
del presidente Sánchez. Su mujer Begoña Gómez había permanecido, al menos para
mí, en un discreto anonimato hasta que su marido cometió el error de
recomendarla al IE (Instituto de Empresa) para dirigir el Africa Center, lo que ella hizo entre 2018 y 2022, sin más avales que sus estudios de Bachillerato y
mercadotecnia.
Desde
entonces, Begoña Gómez, que ni siquiera es licenciada, ha codirigido varias
cátedras en la Universidad Complutense de Madrid y no ha parado de salir en los
medios, acompañada o no de su enamorado esposo.
Hasta
que, “sic transit gloria mundi”, le han ido despojando de sus honores y cátedras,
y ha acabado imputada por presuntos delitos de tráfico de influencias y
corrupción privada, a los que después se ha añadido el de apropiación indebida.
Acabe
como acabe su imputación, ¿no estaba Begoña más feliz en su discreto segundo
plano como esposa y madre? Alegrándose con su marido de las “notas macho” de
sus hijas.
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