Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
A
la inmensa mayoría de los ciudadanos no instruidos en Derecho, entre los que me
incluyo, nos resulta incomprensible la jerga jurídica con la que los medios de comunicación
tratan de informar sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial
(CGPJ) y del Tribunal Constitucional (TC).
Para
nombrar y renovar a los miembros de estos dos órganos previstos en la
Constitución para el recto funcionamiento de las altas instituciones del Estado
de derecho, existen, expresados de forma simplificada, dos criterios:
–El criterio de quienes opinan que son los propios jueces los que deben elegir a los
jueces.
–El criterio de quienes avalan el actual sistema de cuotas a propuesta de los
partidos políticos, del Congreso de los diputados y del Senado, además del
CGPJ.
La
elección de jueces por los jueces parecería en principio preservar la
independencia del poder judicial frente al legislativo y al ejecutivo. Pero
¡ay! aquí topamos con una innegable realidad: los jueces y magistrados suelen
pertenecer a asociaciones judiciales, como la Asociación Profesional de la Magistratura,
la Asociación Judicial Francisco de Vitoria, Juezas y Jueces para la Democracia
y el Foro Judicial Independiente, a la mayoría de las cuales se les atribuye un
carácter conservador o progresista. Es decir, que hay jueces y magistrados con
ideas de derechas o de izquierdas, que son muy libres de profesar, pero que les
inclinarán a elegir a sus congéneres de las mismas ideas.
Lo
cual me lleva al segundo sistema de nombramiento y elección de jueces y
magistrados, en el que intervienen los partidos políticos, el Congreso, el
Senado y el COGPJ. Si los líderes de los partidos políticos mayoritarios, los
miembros del Gobierno y del poder legislativo tuvieran la convicción y la
experiencia de que todos los jueces y magistrados son, como prescribe el
Artículo 117 de la Constitución, “independientes, inamovibles, responsables y
sometidos únicamente al imperio de la Ley”, no tendrían tanto interés en que
los nombramientos del los miembros del CGPJ y del TC dependieran de ellos.
El
pasado 9 de enero tomaban posesión de sus nuevos cargos los magistrados César
Tolosa, María Luisa Segoviano, Laura Díez y Juan Carlos Campo, los cuatro de
signo izquierdista, más aún, Juan Carlos Campo fue ministro de Justicia en el
primer ejecutivo de Pedro Sánchez y Laura Díez fue directora general del
Ministerio de la Presidencia. Así el TC ha pasado de tener 6 magistrados
conservadores y 5 izquierdistas a 7 de izquierdas y 4 conservadores.
Dos
días después, el 11 de enero, fueron elegidos presidente del TC Cándido
Conde-Pumpido en sustitución del conservador Pedro González-Trevijano, y
vicepresidenta Inmaculada Montalbán frente al conservador Ricardo Enríquez, no
siguiéndose la costumbre de repartir la presidencia y la vicepresidencia del TC
entre ambos bloques.
Por
si cupiera alguna duda sobre la adscripción y las intenciones de los nuevos
miembros del TC, no hay más que ver la satisfacción de los ministros de Sánchez asistentes a la toma de posesión de los mismos, como la vicepresidenta
Yolanda Díaz, el ministro de Presidencia Félix Bolaños, que fue jefe de Laura
Díez, y la titular de Defensa Margarita Robles.
No
quiero significar con estas palabras que todos los jueces y magistrados sean
partidistas y, en este caso, izquierdistas, mal llamados progresistas, como si
el progreso fuera exclusivo patrimonio de la izquierda. Pero los antecedentes
de los nuevos componentes del TC, como Conde-Pumpido en sus tiempos de fiscal
general del Estado en el Gobierno de Rodríguez Zapatero y la negociación
política con la banda terrorista ETA, y las declaraciones de María Luisa
Segoviano abierta a considerar cualquier planteamiento sobre la autodeterminación,
hacen abrigar serias dudas sobre su imparcialidad a la hora de defender la
Carta Magna y “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e
indisoluble de todos los españoles”.
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