Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Con
ocasión de los nombramientos de los nuevos magistrados del Tribunal
Constitucional (TC), de su presidente Cándido Conde-Pumpido y su vicepresidenta
Inmaculada Montalbán, han cobrado, o mejor dicho recobrado, actualidad los
términos conservadores y progresistas aplicados a jueces y magistrados.
Yo
prefiero aplicar a los dos bloques del TC la no superada división de derechas e
izquierdas. No creo que el calificativo de “progresistas” cuadre a la nueva
mayoría izquierdista del alto tribunal al que corresponde velar por el
cumplimiento de la Carta Magna.
Al
actual Gobierno de España presidido por Pedro Sánchez no se le cae de la boca el
mantra del “progresismo” referido a su política, a sus decretos-leyes, a sus
medidas económicas y sociales, y en general a toda su actuación en cualquier
ámbito nacional o internacional. Y los nuevos jueces y magistrados del TC,
afines a la izquierda gobernante, se dejan denominar también “progresistas”.
En
contraposición al supuesto progresismo avanzado de la izquierda están la
derecha y la ultraderecha, a las que los izquierdistas tachan de retrógradas y
fascistas o “fachas”.
He
recurrido al Diccionario de la lengua española (DLE) de la RAE para tratar de
aclarar qué son el progreso y el progresismo. Progreso, según el DLE, es la
“Acción de ir hacia delante” y, en otra acepción, “Avance, adelanto,
perfeccionamiento”. Progresismo, de nuevo según el DLE, es “Dicho de una
persona o de una colectividad: De ideas y actitudes avanzadas”.
La
definición de DLE de progreso por medio de sinónimos como “Avance, adelanto,
perfeccionamiento” da por descontado que todo progreso es bueno, pues significa
una mejora de lo existente. Y, por lo tanto, también el progresismo y el
progresista son mejores que sus opuestos conservadores.
Una
somera mirada a la historia de la humanidad y, en concreto, a la de España
bastaría para echar por tierra la afirmación de que todo progreso significa
avance o perfeccionamiento. El progreso de la agricultura, del aprovechamiento
de los bosques, de la industria, de los transportes, de la construcción, ha
conllevado a menudo fenómenos como los daños a la naturaleza y al medio
ambiente, la contaminación, las aglomeraciones urbanas, las migraciones de
pueblos, que no pueden considerarse precisamente como avances o
perfeccionamiento.
Por
otro lado, el progreso va acompañado con frecuencia de un retroceso en valores
espirituales, en libertad, frente al afán de posesiones y riquezas.
Y
si el progreso no siempre significa un avance o perfeccionamiento, el
progresismo y el progresista tampoco pueden hacer alarde de avance o
perfeccionamiento.
Se
impone, como cabe deducir de las anteriores consideraciones, distinguir entre
progreso material, ceñido exclusivamente al avance técnico o tecnológico, y
progreso espiritual, que tiene en cuenta los valores humanos de la persona,
como la libertad individual, el amor al prójimo, el desprendimiento, el respeto
a la naturaleza y la vida, incluida la vida en gestación, las creencias
religiosas, la defensa de la familia, la igualdad real, desde luego entre
hombres y mujeres, pero también entre clases sociales, entre ricos y pobres…
Solo
esforzándose por alcanzar estas metas podrán derechas e izquierdas denominarse
progresistas y trabajar juntas por suprimir o aminorar la brecha que aún existe
entre seres y grupos humanos por nacimiento, educación y posibilidades o
recursos a su alcance.
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