Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Tanto
en mis artículos para la prensa, como en mis libros publicados y en las
entradas de mi blog, me he interesado por las palabras, por sus significados y
por el uso que hacemos de ellas.
De
2012 data la edición de Cómo hablamos y
escribimos, libro en el que trato de los usos del lenguaje, o sea de las
palabras, y de su evolución. Y el último de mis libros, que vio la luz en el
año 2020, lleva por título Las palabras y
la vida, que era también como se llamaba mi sección semanal en las páginas
de Opinión de El Adelantado de Segovia durante más de 15 años.
A
mi afición por los crucigramas, que sigo cultivando, se ha unido recientemente
un nuevo juego, que me descubrió mi dentista y al que se accede por internet
con el nombre de “Wordle español hoy”. Se puede jugar en cuatro modalidades:
normal, modo tildes, modo científico y modo contrarreloj. En cualquiera de
ellas hay que acertar con la palabra propuesta llenando con letras los recuadros
en blanco del puzle sin sobrepasar el número de líneas de cada modalidad.
Cuando aciertas una letra, esta aparece en amarillo si no está en su sitio y en
verde si lo está. Las letras que aparecen en gris oscuro no pertenecen a la
palabra que hay que acertar, por lo que deben descartarse.
Jugar
con las palabras es, según los especialistas, una buena forma de mantener, e
incluso de aumentar, la agilidad mental, la memoria, la capacidad de prestar
atención y el conocimiento del vocabulario y del lenguaje.
Las
palabras tienen una triple función principal: nombrar seres animados o
inanimados, ser vehículo de todo tipo de significados y comunicarnos las
personas.
En
un hermoso capítulo del Génesis (2, 18-20), Dios Creador concede al primer
hombre el don de poner nombre a todos los animales.
Más
de una vez, al leer en los prospectos o escuchar en anuncios de la televisión,
los nombres de medicamentos que muchos tomamos o usamos, desde los antiguos
Aspirina, Optalidón, Primperán, Orfidal, Serc…, hasta otros más recientes,
Paracetamol, Ibuprofeno, Omeprazol, Enalapril, Anlodipino, Bisoprolol,
Trajenta, Arimidex, Lorazepán, Voltarén…, me he preguntado si tienen algún
significado.
En mi
ignorancia, le hice esta pregunta a una farmacéutica amiga.
–No
significan nada. Les ponen esos nombres en los laboratorios o en las empresas
farmacéuticas.
En
cambio, los productos de herbolario, que yo prefiero a las medicinas, sí llevan
los nombres de las sustancias que contienen: Propóleo, Equinácea, Melatonina,
Maca, Luteína…
Pero
la verdad es que, en resumidas cuentas, todos los nombres son arbitrarios. ¿Por
qué llamamos perro al perro, águila al águila y rana a la rana?
Y,
si en muchos casos los nombres tienen su origen en el griego o en el latín, al
final también esas palabras griegas o latinas fueron asignadas de forma
arbitraria a los seres o realidades que designan. ¿Por qué los romanos llamaron
‘aquila’ a esta majestuosa rapaz?
Se
me ocurre, a manera de excepción, el nombre de mi pájaro preferido, el
petirrojo, que sí responde a una característica de esta preciosa y sociable
avecilla, el pecho rojo. Pero, de nuevo, ¿por qué llamamos rojo a este color de
la escala cromática?
Así
que, al final, todos los nombres son arbitrarios. Palabras, palabras, palabras.
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