Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me planteaba al final de la
entrada anterior de este blog dos preguntas que intentaría responder en la
entrada de hoy: ¿Puede ser la política una profesión y un trabajo? ¿Tienen los
políticos y los partidos en los que militan una función en el gobierno de tecnócratas
que yo propugno?
La primera pregunta puede
parecer baladí o superflua, toda vez que existe una carrera universitaria que
prepara para ejercer la profesión y el trabajo del político. Al político lo
define escuetamente el Diccionario de la Real Academia Española como la persona
“Que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado”, mientras que en
el mismo Diccionario la política viene definida como “Arte, doctrina u opinión
referente al gobierno de los Estados” y como “Actividad de quienes rigen o
aspiran a regir los asuntos públicos”.
Lo que ocurre con harta
frecuencia en nuestros días y en España, por ceñirnos al presente y a nuestro
país, es que la forma de acceder al desempeño de la “actividad de quienes rigen
o aspiran a regir los asuntos públicos” no sigue unas pautas de rigurosa
preparación de los candidatos a ejercerla, bien sea habiendo cursado los
estudios universitarios de Políticas u otra carrera superior, acompañados de
práctica y experiencia en “las cosas del gobierno y negocios del Estado”, sino
que prima la pertenencia a un partido político y la promoción dentro del mismo.
Así, comenzando por los
secretarios generales y dirigentes de los distintos partidos, su selección se
produce en unos congresos internos, en los que no suelen triunfar los mejor
preparados y con mayor experiencia, y sin que participen candidatos no
pertenecientes al partido en cuestión.
Demos un paso más. Cuando en
las elecciones, ya sean generales, autonómicas o locales, los ciudadanos
votamos a un partido político, lo hacemos a una lista cerrada en la que puede
que solo conozcamos al candidato que la encabeza. Esa lista ha sido elaborada
por la dirección del partido siguiendo unos criterios que a menudo distan mucho
de basarse en la profesionalidad, preparación y méritos de los elegidos, y se
tienen en cuenta otras razones, como la fidelidad al jefe, la afinidad, la
amistad o incluso el parentesco y el pago de favores.
O sea, que la actividad
política se lleva a cabo por quienes militan en un partido político, que son
los únicos que, en circunstancias normales, pueden acceder al cargo de
presidente del Gobierno, a los puestos de diputados o senadores de las Cortes
generales, de los parlamentos autonómicos, de los ministerios centrales o de
las consejerías autonómicas, y de alcaldes o concejales de las corporaciones
locales.
Por tanto, resumiendo la
respuesta a la primera pregunta planteada, la política sí puede ser una
profesión y un trabajo. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras
profesiones y en otros trabajos, no los ejercen, en general, quienes cuentan
con más preparación, experiencia y méritos, sino los que saben medrar dentro de
las estructuras endogámicas de los partidos políticos. Solo así se explica que
determinados personajes lleguen a desempeñar cargos ajenos a su competencia y
conocimientos.
A la segunda pregunta acerca
de si los políticos y los partidos en los que militan pueden tener un puesto y
una función en el gobierno de tecnócratas que yo defiendo, trataré de contestar
en la próxima entrada de este blog.
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