Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me había propuesto para la
entrada de hoy contestar a la pregunta sobre si los políticos y los partidos en
los que militan tienen una función en el gobierno de tecnócratas que yo
propugno.
Las elecciones a la comunidad
de Madrid y la crisis de esta semana con Marruecos me brindan argumentos para
dilucidar tal cuestión.
Si cada una de las áreas en
las que puede dividirse la gestión de la cosa pública cuenta con un experto o
equipo de expertos, sean funcionarios o no, ¿qué papel le quedaría al político
titular de cada ministerio?
Se me ocurre, como primera
aproximación, el importante cometido de coordinar la actuación de su ministerio
con la de los demás departamentos, para que no se produzca la disparidad de
criterios y hechos dentro de un mismo gabinete.
Esta coordinación debería
estar comandada por el propio presidente del Gobierno, dentro y fuera del
consejo de ministros, y sometida al control del Parlamento.
Para esta función del
político no experto en una determinada materia se requiere una amplia formación
y probada experiencia, lejos de las afinidades ideológicas o partidistas y de
otros criterios espurios que he enumerado en la entrada anterior de este blog.
El triunfo de Isabel Díaz
Ayuso en las recientes elecciones madrileñas y la aplastante derrota del
candidato del PSOE Ángel Gabilondo me confirman en la importancia de la
coordinación política. Mientras que Ayuso mantenía un claro mensaje basado en
la contraposición libertad-comunismo (o socialismo sanchista), a Gabilondo le
marearon Sánchez y los estrategas de la Moncloa con propuestas y eslóganes
contradictorios.
Si en un mismo gobierno hay
ministros que sostienen el derecho de Marruecos a enviar a la ciudad autónoma
española de Ceuta oleadas de inmigrantes niños y jóvenes, y otros miembros del
mismo gobierno lo discuten, no es de extrañar que el monarca alauí nos tome por
el pito de un sereno y abra sus fronteras a lo que es una invasión de súbditos
suyos, contra los que las fuerzas de seguridad del Estado español no pueden
ejercer ninguna violencia a riesgo de concitar la condena nacional e
internacional.
¿Qué hacía antes de esta
crisis migratoria la ministra de Exteriores española, Arantxa González Laya?
Enviar cartas a las embajadas sobre el importante uso del lenguaje inclusivo.
Mientras, la embajadora marroquí en España se jactaba de que España debía
atenerse a las consecuencias de sus propios actos, en inequívoca alusión a la
acogida de un líder del Polisario en un hospital español.
En esta ocasión, el
presidente Sánchez y el ministro de Interior Marlaska sí han tenido el rápido
reflejo de acudir a Ceuta, donde por cierto fueron recibidos con abucheos de la
población ceutí.
Es esta otra ineludible
actuación del político profesional: el contacto directo con la realidad. Una de
las bazas con las que ha contado Ayuso para su victoria electoral ha sido su
empeño en pisar la calle, en visitar hospitales y residencias de ancianos,
mercados, centros de hostelería, comercios, para escuchar las demandas de la
gente –sí, esa gente que Podemos enarboló como bandera para después olvidarla y
hacerse casta–.
El síndrome de la Moncloa es
no solo el aislamiento de un presidente en su palacio residencial, rodeado de
quienes le aplauden, sino su desconocimiento de los intereses y las necesidades
de unos ciudadanos que han padecido la peor pandemia conocida en siglos y una
crisis sanitaria, económica, laboral y social sin precedentes.
Imprescindible doble papel
del político: coordinar la acción de todos los técnicos y expertos, y escuchar
el clamor del pueblo, que pide pan –o sea, trabajo para ganarlo– y circo –o
sea, ocio imprescindible para una vida sana y social y culturalmente
satisfactoria–.
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