23 de mayo de 2021

El papel del político

 Las palabras y la vida  

Alberto Martín Baró

Me había propuesto para la entrada de hoy contestar a la pregunta sobre si los políticos y los partidos en los que militan tienen una función en el gobierno de tecnócratas que yo propugno.

Las elecciones a la comunidad de Madrid y la crisis de esta semana con Marruecos me brindan argumentos para dilucidar tal cuestión.

Si cada una de las áreas en las que puede dividirse la gestión de la cosa pública cuenta con un experto o equipo de expertos, sean funcionarios o no, ¿qué papel le quedaría al político titular de cada ministerio?

Se me ocurre, como primera aproximación, el importante cometido de coordinar la actuación de su ministerio con la de los demás departamentos, para que no se produzca la disparidad de criterios y hechos dentro de un mismo gabinete.

Esta coordinación debería estar comandada por el propio presidente del Gobierno, dentro y fuera del consejo de ministros, y sometida al control del Parlamento.

Para esta función del político no experto en una determinada materia se requiere una amplia formación y probada experiencia, lejos de las afinidades ideológicas o partidistas y de otros criterios espurios que he enumerado en la entrada anterior de este blog.

El triunfo de Isabel Díaz Ayuso en las recientes elecciones madrileñas y la aplastante derrota del candidato del PSOE Ángel Gabilondo me confirman en la importancia de la coordinación política. Mientras que Ayuso mantenía un claro mensaje basado en la contraposición libertad-comunismo (o socialismo sanchista), a Gabilondo le marearon Sánchez y los estrategas de la Moncloa con propuestas y eslóganes contradictorios.

Si en un mismo gobierno hay ministros que sostienen el derecho de Marruecos a enviar a la ciudad autónoma española de Ceuta oleadas de inmigrantes niños y jóvenes, y otros miembros del mismo gobierno lo discuten, no es de extrañar que el monarca alauí nos tome por el pito de un sereno y abra sus fronteras a lo que es una invasión de súbditos suyos, contra los que las fuerzas de seguridad del Estado español no pueden ejercer ninguna violencia a riesgo de concitar la condena nacional e internacional.

¿Qué hacía antes de esta crisis migratoria la ministra de Exteriores española, Arantxa González Laya? Enviar cartas a las embajadas sobre el importante uso del lenguaje inclusivo. Mientras, la embajadora marroquí en España se jactaba de que España debía atenerse a las consecuencias de sus propios actos, en inequívoca alusión a la acogida de un líder del Polisario en un hospital español.

En esta ocasión, el presidente Sánchez y el ministro de Interior Marlaska sí han tenido el rápido reflejo de acudir a Ceuta, donde por cierto fueron recibidos con abucheos de la población ceutí.

Es esta otra ineludible actuación del político profesional: el contacto directo con la realidad. Una de las bazas con las que ha contado Ayuso para su victoria electoral ha sido su empeño en pisar la calle, en visitar hospitales y residencias de ancianos, mercados, centros de hostelería, comercios, para escuchar las demandas de la gente –sí, esa gente que Podemos enarboló como bandera para después olvidarla y hacerse casta–.

El síndrome de la Moncloa es no solo el aislamiento de un presidente en su palacio residencial, rodeado de quienes le aplauden, sino su desconocimiento de los intereses y las necesidades de unos ciudadanos que han padecido la peor pandemia conocida en siglos y una crisis sanitaria, económica, laboral y social sin precedentes.

Imprescindible doble papel del político: coordinar la acción de todos los técnicos y expertos, y escuchar el clamor del pueblo, que pide pan –o sea, trabajo para ganarlo– y circo –o sea, ocio imprescindible para una vida sana y social y culturalmente satisfactoria–.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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