22 de marzo de 2020

El perverso coronavirus


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Cuando los médicos, y en general la medicina, ignoraban las causas de una enfermedad, no era infrecuente que la achacaran a un virus. Y, hasta cierto punto, no les faltaba razón, puesto que las distintas clases de virus conocidas eran las causantes de numerosas enfermedades.
Muchas de estas enfermedades han sido vencidas y erradicadas, pero otras, como la gripe, los herpes y el sida, siguen representando graves problemas para la salud de toda suerte de personas, y no solo en países que carecen de sistemas sanitarios eficientes.
La historia de la sanidad es una lucha constante contra las diversas cepas de virus que se presentan bajo nuevas y desconocidas formas, como ha ocurrido, está ocurriendo, desde finales de diciembre de 2019, ya prácticamente en el mundo entero, con el coronavirus.
Cuando una palabra, un concepto, un hecho me llama la atención por no conocerlos suficientemente, suelo acudir a los diccionarios y las enciclopedias. De la edición de algunas de estas obras de consulta destinadas a escolares y estudiantes me encargué durante años en la Editorial Santillana. Hoy los tomos en papel han cedido el terreno en gran parte a los medios digitales, a los que podemos acceder desde nuestros ordenadores y móviles inteligentes.
Conservo y continúa siéndome de utilidad la Enciclopedia Santillana. Datos, hechos y nombres imprescindibles, publicada en el año 2001. En este volumen de 1738 páginas se define virus de la siguiente manera: “Microorganismo no celular, extremadamente simple, formado por una molécula de ADN o ARN, normalmente protegida por una cubierta de proteínas, que necesita aprovechar la estructura biológica de una célula viva para poder reproducirse. Muchos de ellos provocan enfermedades en el hombre, los animales, las plantas y las bacterias, entre las que destacan la viruela, la varicela, la poliomielitis, la rabia, la gripe, los herpes, el sarampión, la fiebre amarilla y el sida”,
He contrastado esta definición con otras de publicaciones analógicas y digitales más recientes y conserva toda su validez. Y me ha servido para comprender mejor lo que vamos conociendo del Covid-19, enfermedad que en poco más de dos meses ha pasado de una infección circunscrita a China a ser declarada pandemia por la OMS.
El coronavirus tiene en común con otros virus su extremada simplicidad, que lo sitúa en los límites inferiores de la vida y que necesita, para poder reproducirse y sobrevivir, parasitar células vivas, ya sean de seres humanos, animales, plantas o hasta bacterias. Como en el caso de todos los virus, para combatir el coronavirus no sirven los antibióticos y solo se han demostrado eficaces las vacunas y el descubrimiento de nuevos antivirales.
Una de las características que, por los datos de países que han precedido a España en la infección, como China, Corea del Sur y, ya en Europa, Italia, distinguen al coronavirus es su extraordinaria capacidad de contagio. Un contagio que se produce fundamentalmente por el contacto y la proximidad entre las personas. De ahí que se nos insista desde las autoridades sanitarias y desde los responsables políticos en el aislamiento y confinamiento. Los contagios disminuyen drásticamente cuando el coronavirus no encuentra células vivas en las que sobrevivir y transmitirse.
También vamos descubriendo por experiencias ajenas y propias que el Covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus, suele declararse, por lo general, con síntomas leves, fiebre, tos y dificultad para respirar, y en enfermos con afecciones respiratorias preexistentes. Personas sanas y con un sistema inmunitario fuerte consiguen en poco tiempo superar el Covid-19, a menudo sin necesidad de ingresar en un centro hospitalario.
Pero ¿cómo es el coronavirus? Porque aquello de lo que se nos informa sobre el mismo tiene que ver con su forma de transmitirse y con los síntomas que ocasiona. La televisión y los medios gráficos difunden imágenes de esferas con pedúnculos o apéndices rematados en una especie de ventosas. Tanto el nombre de corona como esta imagen de esfera solar fueron dados por la OMS en 1968 a una categoría taxonómica a la que pertenece el coronavirus. Pero ¿se verá así este virus en el microscopio o en otros más modernos aparatos de observación?
Sea ello como fuere, quiero resaltar del coronavirus su carácter perverso. Es un virus malvado, desde luego por las enfermedades y las muertes que provoca, pero muy singularmente porque nos obliga a distanciarnos de nuestros semejantes, a no tocarlos, ni acariciarlos, ni darles un abrazo, ni besarlos, ni abrazarlos. Es un enemigo declarado del amor, de la cercanía entre los seres humanos.
Pero si nos separa físicamente, lo venceremos a fuerza de unión espiritual, de unidad y de solidaridad. Ya estamos presenciando ejemplos de entrega al prójimo contagiado, sobre todo en los médicos y sanitarios, pero también en cuantos cumplimos responsablemente las normas de higiene y aislamiento.

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