Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Cuando los médicos, y en
general la medicina, ignoraban las causas de una enfermedad, no era infrecuente
que la achacaran a un virus. Y, hasta cierto punto, no les faltaba razón,
puesto que las distintas clases de virus conocidas eran las causantes de
numerosas enfermedades.
Muchas de estas
enfermedades han sido vencidas y erradicadas, pero otras, como la gripe, los
herpes y el sida, siguen representando graves problemas para la salud de toda
suerte de personas, y no solo en países que carecen de sistemas sanitarios
eficientes.
La historia de la
sanidad es una lucha constante contra las diversas cepas de virus que se
presentan bajo nuevas y desconocidas formas, como ha ocurrido, está ocurriendo,
desde finales de diciembre de 2019, ya prácticamente en el mundo entero, con el
coronavirus.
Cuando una palabra, un
concepto, un hecho me llama la atención por no conocerlos suficientemente,
suelo acudir a los diccionarios y las enciclopedias. De la edición de algunas
de estas obras de consulta destinadas a escolares y estudiantes me encargué
durante años en la Editorial Santillana. Hoy los tomos en papel han cedido el
terreno en gran parte a los medios digitales, a los que podemos acceder desde
nuestros ordenadores y móviles inteligentes.
Conservo y continúa
siéndome de utilidad la Enciclopedia Santillana. Datos, hechos y nombres
imprescindibles, publicada en el año 2001. En este volumen de 1738 páginas se
define virus de la siguiente manera: “Microorganismo no celular, extremadamente
simple, formado por una molécula de ADN o ARN, normalmente protegida por una
cubierta de proteínas, que necesita aprovechar la estructura biológica de una
célula viva para poder reproducirse. Muchos de ellos provocan enfermedades en
el hombre, los animales, las plantas y las bacterias, entre las que destacan la
viruela, la varicela, la poliomielitis, la rabia, la gripe, los herpes, el
sarampión, la fiebre amarilla y el sida”,
He contrastado esta
definición con otras de publicaciones analógicas y digitales más recientes y
conserva toda su validez. Y me ha servido para comprender mejor lo que vamos
conociendo del Covid-19, enfermedad que en poco más de dos meses ha pasado de
una infección circunscrita a China a ser declarada pandemia por la OMS.
El coronavirus tiene en
común con otros virus su extremada simplicidad, que lo sitúa en los límites
inferiores de la vida y que necesita, para poder reproducirse y sobrevivir,
parasitar células vivas, ya sean de seres humanos, animales, plantas o hasta
bacterias. Como en el caso de todos los virus, para combatir el coronavirus no
sirven los antibióticos y solo se han demostrado eficaces las vacunas y el
descubrimiento de nuevos antivirales.
Una de las
características que, por los datos de países que han precedido a España en la
infección, como China, Corea del Sur y, ya en Europa, Italia, distinguen al
coronavirus es su extraordinaria capacidad de contagio. Un contagio que se
produce fundamentalmente por el contacto y la proximidad entre las personas. De
ahí que se nos insista desde las autoridades sanitarias y desde los
responsables políticos en el aislamiento y confinamiento. Los contagios
disminuyen drásticamente cuando el coronavirus no encuentra células vivas en
las que sobrevivir y transmitirse.
También vamos
descubriendo por experiencias ajenas y propias que el Covid-19, la enfermedad
causada por el coronavirus, suele declararse, por lo general, con síntomas
leves, fiebre, tos y dificultad para respirar, y en enfermos con afecciones
respiratorias preexistentes. Personas sanas y con un sistema inmunitario fuerte
consiguen en poco tiempo superar el Covid-19, a menudo sin necesidad de
ingresar en un centro hospitalario.
Pero ¿cómo es el
coronavirus? Porque aquello de lo que se nos informa sobre el mismo tiene que
ver con su forma de transmitirse y con los síntomas que ocasiona. La televisión
y los medios gráficos difunden imágenes de esferas con pedúnculos o apéndices
rematados en una especie de ventosas. Tanto el nombre de corona como esta
imagen de esfera solar fueron dados por la OMS en 1968 a una categoría
taxonómica a la que pertenece el coronavirus. Pero ¿se verá así este virus en
el microscopio o en otros más modernos aparatos de observación?
Sea ello como fuere,
quiero resaltar del coronavirus su carácter perverso. Es un virus malvado,
desde luego por las enfermedades y las muertes que provoca, pero muy
singularmente porque nos obliga a distanciarnos de nuestros semejantes, a no
tocarlos, ni acariciarlos, ni darles un abrazo, ni besarlos, ni abrazarlos. Es
un enemigo declarado del amor, de la cercanía entre los seres humanos.
Pero si nos separa
físicamente, lo venceremos a fuerza de unión espiritual, de unidad y de
solidaridad. Ya estamos presenciando ejemplos de entrega al prójimo contagiado,
sobre todo en los médicos y sanitarios, pero también en cuantos cumplimos
responsablemente las normas de higiene y aislamiento.
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