Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Nos enteramos de algunas particularidades de la configuración
y del funcionamiento de una parte de nuestro cuerpo precisamente cuando esa
parte deja de funcionar bien, cuando sufre un trastorno.
Hace cuatro meses padecí un ataque de vértigo, lo cual me
permitió descubrir ciertas singularidades del oído interno, responsable en este
caso de mi incómodo episodio en el que todo me daba vueltas y tuve la sensación
de precipitarme en el vacío. Investigando en publicaciones científicas me
enteré de que en la parte trasera del oído interno se encuentran los canales semicirculares, los cuales contienen
células ciliadas que envían impulsos nerviosos al cerebro, advirtiéndolo de la
dirección en que está rotando la cabeza, de modo que pueda adoptarse la acción
apropiada para mantener el equilibrio. Si este sistema no funciona bien,
se producen trastornos que afectan a nuestra estabilidad. Gracias a las
píldoras Serc y a unos sencillos ejercicios de reeducación vestibular que me
prescribió el eminente otorrinolaringólogo Carlos Doñamayor he logrado superar
el vértigo postural.
Desde hace bastante más tiempo comencé a notar dificultades
en la visión de las palabras escritas. Tanto la óptica como el oftalmólogo me
diagnosticaron en el ojo izquierdo una degeneración macular seca, diferente de
la húmeda, aunque ambas coinciden en que carecen de tratamiento eficaz. Como
mucho se puede frenar su avance tomando compuestos vitamínicos. Del ojo
izquierdo la degeneración de la mácula se ha extendido al ojo derecho, lo cual me
ocasiona que al escribir o al leer me desaparezcan letras de los textos
escritos, a menudo la inicial. Para evitar las temidas erratas, una vez pasados
al ordenador mis artículos, los imprimo y se los doy a leer a mi mujer, que por
lo general halla uno o dos fallos en las dos holandesas de que consta mi
colaboración semanal en El Adelantado de Segovia.
Me comentan amigos versados en las nuevas tecnologías que
hoy existen aparatos a los que dictas un texto y lo digitalizan. No me
considero capaz de semejante dictado. Tengo la costumbre de escribir mis textos
a mano en un cuaderno. Algunos libros publicados después de mi jubilación
llevan los títulos de El cuaderno de San Rafael, El cuaderno de El Espinar y El cuaderno de Ana, o también Apuntes al oeste de Guadarrama, por este
hábito mío de apuntar en cuadernos mis escritos antes de transcribirlos al
ordenador. Mis amigos ciegos y escritores Mariano Fresnillo y Javier Reyes
disponen de unos ordenadores que, al pulsar sus teclas, “cantan” la letra, el
signo o la función que corresponda, a una velocidad tal que yo nunca lograría
seguir.
O sea, que tengo que continuar con mi manera de escribir, y
confiar en el corrector automático de Word y en mi mujer para que subsanen mis
fallos.
Si el vértigo me animó a conocer mejor el oído interno, la
degeneración macular fue el acicate para recordar el esquema de nuestro órgano
de la vista, y cómo la mácula lútea o mancha amarilla es la depresión de la
retina, de forma oval, situada un poco por debajo y por fuera de la papila del
nervio óptico, en la cual nuestra visión alcanza su precisión máxima.
Pues bien, a la degeneración macular
se han unido unas cataratas, que afortunadamente sí son operables. Como ya
estaba interesado en el funcionamiento del ojo, recurro a mi querido
Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, donde encuentro las
siguientes definiciones: "1. f. Cascada o salto grande de agua. 2. f. Opacidad del cristalino del ojo que, al impedir el paso de los rayos luminosos, dificulta la visión".
En esa enciclopedia de fácil acceso que es
Internet, pero que hay que saber utilizar para dar con la información adecuada,
encuentro un excelente trabajo, firmado por Gretchyn Bailey y revisado por Vance
Thompson, MD, sobre las causas, los síntomas y los tratamientos de las
cataratas. En el mismo afirman que: “Las cataratas son la causa más común de
pérdida de visión en personas mayores de 40 años y es la causa principal de
ceguera en el mundo. De hecho, hay más casos de cataratas a nivel mundial que
de glaucoma, degeneración macular y retinopatía diabética juntas, según
Prevent Blindness America (PBA)”.
Entre los síntomas que
nos avisan de que podemos padecer cataratas están la visión borrosa, el deslumbramiento
por los rayos solares o por los faros de los coches que circulan frente al
nuestro y la percepción menos brillante de los colores.
Se nos recomienda,
obviamente, acudir a un especialista. Yo así lo he hecho y en mi caso está
indicada la cirugía. Esta consiste en la extracción del cristalino opaco y en la
implantación de una lente intraocular.
No solo mi oftalmólogo,
también la mayoría de las personas operadas que conozco, atestiguan la notable
mejoría de la visión después de la intervención quirúrgica de las cataratas. Mi
deseo es poder seguir ofreciendo a los lectores de El Adelantado mi artículo
semanal con el menor número de erratas posible.
Sí, me lavo con
frecuencia las manos pero, gracias a la operación de cataratas y a la
aplicación de colirios antes y después, no me obsesiona el temor al
coronavirus.
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