Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El
Espinar siempre me acoge con los brazos abiertos. Al regresar después de mis
ausencias, ahora más frecuentes que hace un par de años, vuelvo a sentir el estrecho
abrazo de sus montes y pinares. Y el no menos estrecho de mis convecinos.
Pero
El Espinar no solo me acoge a mí, sino a una población de 9.212 habitantes,
según el censo de 2016 del Instituto Nacional de Estadística, de los cuales un
escaso 28,88 % han nacido en alguno de los núcleos del municipio, como consta
en el padrón municipal de 2017. O sea que un 71,12 % de los empadronados en El
Espinar proceden de otros lugares de España y del extranjero.
Así
que bien se puede afirmar que El Espinar es un pueblo de acogida. A los
tradicionales veraneantes, entre los que me he contado desde que tenía cuatro
años, hay que añadir a quienes han venido en busca de trabajo o de mejores
condiciones de vida.
Al
cambiar impresiones con los amigos con los que me encuentro, me dan una triste
noticia: unos diez establecimientos echarán el cierre después de las fiestas en
honor del Santo Cristo del Caloco. Varios de ellos son bares o cafeterías, pero
también otros negocios que han dejado de ser rentables a quienes los
emprendieron. Tradicionalmente ha venido sucediendo en El Espinar que después
del verano, en el que es mayor la afluencia de visitantes, cierren comercios.
El invierno, aunque no tan crudo como en otros tiempos, sigue siendo duro en
nuestra sierra de Guadarrama.
También
han cambiado las costumbres, los hábitos de pasar las vacaciones. Aquellos
veraneos de tres meses, o por lo menos de uno completo, han desaparecido por
estos pagos. De manera que las tiendas no hacen caja con la que aguantar la
disminución invernal de la clientela. Quienes mantienen una segunda vivienda la
utilizan sobre todo los fines de semana. Mi calle se queda casi desierta al
caer la tarde del domingo. Somos pocos los que en esta urbanización, a tiro de piedra
del bosque, vivimos de continuo. La gente cada vez viaja más y es innegable el
atractivo de las playas o de los centros de mayor interés turístico.
En
El Espinar tenemos de todo, existe una amplia oferta de productos y servicios,
lo que también redunda en que algunos comercios o negocios no puedan subsistir.
–Hombre
–le comento al encargado de un bar–, tienes la terraza al completo.
–Sí
–me contesta–, pero hay clientes que con un café o una caña de cerveza se tiran
toda la tarde. Ya me dirás qué gano con ellos.
Aún
así, como compruebo en el sitio Web del Ayuntamiento, El Espinar continúa
atrayendo población, no solo de otros sitios de España, sino también de países
foráneos. Entre estos, los que más inmigrantes aportan al municipio son
Rumanía, Marruecos y Colombia. Los demás empadronados procedentes del
extranjero, incluidos los omnipresentes chinos, arrojan cifras muy inferiores.
No
he encontrado información sobre las profesiones y los oficios de los censados
en el padrón municipal. La guía telefónica, con sus páginas amarillas, nos
permitía encontrar una amplia gama de productos y servicios clasificados en los
distintos pueblos. La última en papel que obra en mi poder data del año 2012.
Mucho
más antiguo es un librito de 160 páginas titulado El Espinar, San Rafael. Guía turístico comercial, fechada en el año
1943. Es una joya que, lamentablemente, solo me fue prestada. Narra
sucintamente la historia de El Espinar, describe los distintos barrios que lo
componían y, a efectos de lo que me ocupa en este artículo, incluye un
repertorio, alfabetizado por profesiones, de nombres, muchos de los cuales
mantienen hoy el hilo generacional de honda raigambre. Además de la amplia
nómina de las personas dedicadas al comercio, se relacionan tres abogados, un
agente comercial, cuatro maestros albañiles, un aparejador, un arquitecto, el
director de la banda de música, dos carpinteros, dos constructores de carros,
un corresponsal de banca, dos farmacéuticos, dos fontaneros, treinta ganaderos,
dos molineros de harina, un herrero, dos médicos, un practicante, dos sastres y
tres veterinarios. Así vemos que la ganadería tenía gran importancia por esa
época en la comarca, mientras que la construcción no mostraba el auge que
tiempo después adquirió, hoy muy en merma.
El
espinariego, lo constata esta guía y yo lo refrendo, es ingenioso y trabajador,
sabe adaptarse a los cambios económicos hallando menesteres con los que
mantenerse a sí mismo y a su familia. Los habitantes venidos de otros lugares y
que aquí han hallado acogida se contagian del ingenio y la laboriosidad de los
nativos.
Porque
el problema de la inmigración a escala nacional está estrechamente relacionado
con las posibilidades de encontrar trabajo en los lugares de acogida. Si faltan
empleos para los naturales, a menudo mejor preparados que los inmigrantes que
llegan en pateras atraídos por el señuelo de una vida mejor, estos se verán
abocados a engrosar el número de parados, de mendigos o de manteros en la vía
pública.
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