16 de septiembre de 2018

Acogida


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

El Espinar siempre me acoge con los brazos abiertos. Al regresar después de mis ausencias, ahora más frecuentes que hace un par de años, vuelvo a sentir el estrecho abrazo de sus montes y pinares. Y el no menos estrecho de mis convecinos.
Pero El Espinar no solo me acoge a mí, sino a una población de 9.212 habitantes, según el censo de 2016 del Instituto Nacional de Estadística, de los cuales un escaso 28,88 % han nacido en alguno de los núcleos del municipio, como consta en el padrón municipal de 2017. O sea que un 71,12 % de los empadronados en El Espinar proceden de otros lugares de España y del extranjero.
Así que bien se puede afirmar que El Espinar es un pueblo de acogida. A los tradicionales veraneantes, entre los que me he contado desde que tenía cuatro años, hay que añadir a quienes han venido en busca de trabajo o de mejores condiciones de vida.
Al cambiar impresiones con los amigos con los que me encuentro, me dan una triste noticia: unos diez establecimientos echarán el cierre después de las fiestas en honor del Santo Cristo del Caloco. Varios de ellos son bares o cafeterías, pero también otros negocios que han dejado de ser rentables a quienes los emprendieron. Tradicionalmente ha venido sucediendo en El Espinar que después del verano, en el que es mayor la afluencia de visitantes, cierren comercios. El invierno, aunque no tan crudo como en otros tiempos, sigue siendo duro en nuestra sierra de Guadarrama.
También han cambiado las costumbres, los hábitos de pasar las vacaciones. Aquellos veraneos de tres meses, o por lo menos de uno completo, han desaparecido por estos pagos. De manera que las tiendas no hacen caja con la que aguantar la disminución invernal de la clientela. Quienes mantienen una segunda vivienda la utilizan sobre todo los fines de semana. Mi calle se queda casi desierta al caer la tarde del domingo. Somos pocos los que en esta urbanización, a tiro de piedra del bosque, vivimos de continuo. La gente cada vez viaja más y es innegable el atractivo de las playas o de los centros de mayor interés turístico.
En El Espinar tenemos de todo, existe una amplia oferta de productos y servicios, lo que también redunda en que algunos comercios o negocios no puedan subsistir.
–Hombre –le comento al encargado de un bar–, tienes la terraza al completo.
–Sí –me contesta–, pero hay clientes que con un café o una caña de cerveza se tiran toda la tarde. Ya me dirás qué gano con ellos.
Aún así, como compruebo en el sitio Web del Ayuntamiento, El Espinar continúa atrayendo población, no solo de otros sitios de España, sino también de países foráneos. Entre estos, los que más inmigrantes aportan al municipio son Rumanía, Marruecos y Colombia. Los demás empadronados procedentes del extranjero, incluidos los omnipresentes chinos, arrojan cifras muy inferiores.
No he encontrado información sobre las profesiones y los oficios de los censados en el padrón municipal. La guía telefónica, con sus páginas amarillas, nos permitía encontrar una amplia gama de productos y servicios clasificados en los distintos pueblos. La última en papel que obra en mi poder data del año 2012.
Mucho más antiguo es un librito de 160 páginas titulado El Espinar, San Rafael. Guía turístico comercial, fechada en el año 1943. Es una joya que, lamentablemente, solo me fue prestada. Narra sucintamente la historia de El Espinar, describe los distintos barrios que lo componían y, a efectos de lo que me ocupa en este artículo, incluye un repertorio, alfabetizado por profesiones, de nombres, muchos de los cuales mantienen hoy el hilo generacional de honda raigambre. Además de la amplia nómina de las personas dedicadas al comercio, se relacionan tres abogados, un agente comercial, cuatro maestros albañiles, un aparejador, un arquitecto, el director de la banda de música, dos carpinteros, dos constructores de carros, un corresponsal de banca, dos farmacéuticos, dos fontaneros, treinta ganaderos, dos molineros de harina, un herrero, dos médicos, un practicante, dos sastres y tres veterinarios. Así vemos que la ganadería tenía gran importancia por esa época en la comarca, mientras que la construcción no mostraba el auge que tiempo después adquirió, hoy muy en merma.
El espinariego, lo constata esta guía y yo lo refrendo, es ingenioso y trabajador, sabe adaptarse a los cambios económicos hallando menesteres con los que mantenerse a sí mismo y a su familia. Los habitantes venidos de otros lugares y que aquí han hallado acogida se contagian del ingenio y la laboriosidad de los nativos.
Porque el problema de la inmigración a escala nacional está estrechamente relacionado con las posibilidades de encontrar trabajo en los lugares de acogida. Si faltan empleos para los naturales, a menudo mejor preparados que los inmigrantes que llegan en pateras atraídos por el señuelo de una vida mejor, estos se verán abocados a engrosar el número de parados, de mendigos o de manteros en la vía pública.

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