Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Después de perpetrar
un golpe de Estado en toda regla, los secesionistas catalanes han cambiado de
táctica. Primero, al ser investigados y citados ante el juez, adujeron que la
declaración de independencia había sido solo “simbólica”. Después, al comprobar
que la justicia no se cree sus excusas, los procesa y manda a prisión, han
dejado de defender la independencia de Cataluña como república separada del
resto de España. Esta defensa sería lo lógico, lo que cabría esperar de quienes
se declaran partidarios de un Estado catalán independiente.
Flagrante
contrasentido: los independentistas ya no defienden la independencia de
Cataluña. O al menos no la sostienen a las claras y con argumentos racionales.
Así, proponen candidatos a la presidencia de la Generalidad a sabiendas de que
ni cuentan con los suficientes apoyos, ni su candidatura puede prosperar al
estar incursos en causas judiciales.
Veamos. De un
candidato a presidir el gobierno de la Generalidad debería esperarse una
exposición coherente y razonada de su futura actuación gubernamental, de las
medidas concretas que él y su equipo de consejeros tomarían para mejorar las
condiciones de vida, sociales, educativas, sanitarias, económicas, laborales,
del pueblo catalán. Estas medidas servirían de base al debate de investidura.
Pues bien, en el
pleno del Parlamento autonómico del pasado día 22 de marzo, Jordi Turull, el
candidato propuesto por el presidente de dicho Parlamento Roger Torrent, no
expuso en su discurso de investidura ningún programa de gobierno que pudiera
ser debatido y votado por los grupos políticos representados en la cámara. Y
menos aún expuso las ventajas de una República catalana independiente. En su
lugar, hizo una defensa de la democracia que él y su partido representan, de la
libertad que propugnan para un pueblo oprimido por el Estado español, del
respeto a los derechos cívicos y políticos de todos los ciudadanos, y de su
postura de diálogo, siempre rechazado por el Gobierno español.
Estas ideas
constituyeron también el núcleo de las intervenciones de los representantes de
los partidos independentistas en la sesión del Parlamento catalán del 24 de
marzo y de la posterior declaración institucional de su presidente. Y en la
sesión del día 28 se aprobó por mayoría el derecho de Puigdemont, Sànchez y
Turull de someterse a un debate de investidura y se exigió la excarcelación de
los secesionistas presos.
Ellos son los
sinceros defensores de una democracia “suspendida” por el Estado español y de
unas libertades conculcadas por el Gobierno y los jueces de España. Patente
contradicción: el mero hecho de que se celebraran elecciones, de que todos los
partidos que lo quisieron se presentaran a las mismas, y de que el señor
Torrent, como presidente de un Parlamento autonómico, hubiera convocado tres
sesiones parlamentarias y pronunciado una declaración institucional, todo ello
estaba demostrando palmariamente que no hay tal suspensión de la democracia.
Otro mantra, repetido
hasta la saciedad por los independentistas, es la violación de los derechos
cívicos y políticos de los representantes legítimos del pueblo catalán,
encarcelados por una justicia española injusta. El lazo amarillo que llevan los
secesionistas y que colocan en los escaños de los diputados ausentes para denunciar
la existencia de “presos políticos”, lazo que nadie les impide utilizar, es una
nueva prueba de que en España se respeta la libertad de expresión.
También insisten una
y otra vez los independentistas en que se les persigue, juzga y envía a prisión
por sus ideas. Si esto fuera así, todos los que intervinieron en los plenos del
Parlamento catalán ya estarían procesados y en la cárcel. Solo se ha procesado
y enviado a prisión a los que con sus hechos han violado las leyes, empezando
por la Constitución.
Los representantes de
los partidos independentistas asimismo reiteran que ellos no hacen sino cumplir
el mandato del pueblo catalán. Otra evidente falsedad. Ni siquiera cuentan con
una mínima mayoría de votos, sumando los obtenidos en las elecciones del 21D
por todos los grupos independentistas.
Los bloques son
inamovibles desde hace al menos 35 años. A pesar de contar el nacionalismo
excluyente con el adoctrinamiento soberanista en las escuelas y demás centros
educativos, con la manipulación constante de los medios de comunicación afines,
sobre todo la TV3, y con la persecución, esta sí por sus ideas, de quienes
disienten de la versión oficial, los partidarios de la independencia no han
aumentado. Aunque tampoco los defensores de la Constitución.
Este es el drama de
Cataluña y, por tanto, de España: que el pueblo catalán está fracturado en dos
mitades ancladas en sus respectivas e irreconciliables posturas. Así las cosas,
¿qué diálogo cabe entre ambas partes? ¿Qué solución hay para superar esta
endémica división?
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