Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Se quedó viuda en
1981 con dos hijos adolescentes. Desde que estos se independizaron, ella ha
vivido sola diecisiete años, hasta que decidió volver a casarse, a una edad en
la que hace falta valor para embarcarse en semejante aventura.
“Puedo, he podido,
con la soledad”. La expresión es suya. Y sabe de lo que habla.
Poder con la soledad.
¿Quiere esto decir que la soledad es una pesada carga, una situación onerosa
para la que no estamos preparados?
Según datos del
Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2016 había en España cerca de dos
millones de personas mayores de 65 años viviendo solas. Y en los hogares
habitados por una única persona, las mujeres superan en más del doble a los
hombres. Lo cual guarda relación con el hecho, también confirmado por las
estadísticas, de que hay más viudas que viudos.
Igualmente puede ser
cierto que los hombres soportamos la soledad peor que las mujeres. A lo que hay
que añadir la realidad sociológica, hoy felizmente superada en parte, de que
han sido las mujeres las que se ocupaban de las tareas domésticas.
Mi padre no se hizo
en toda su vida una simple tortilla francesa. En cierta ocasión en la que mi
madre le pidió que pusiera a calentar un vaso de leche, él, ni corto ni
perezoso, colocó un vaso de duralex lleno de leche directamente sobre el fuego
–entonces no había hornos de microondas–, con los resultados que cabe imaginar.
La familia en la que
los abuelos convivían con el hijo o la hija casados y con los nietos hoy
prácticamente ha desaparecido. Aunque sí es habitual que los abuelos echen una
mano a sus hijos y se queden con los nietos pequeños o vayan a buscarles al
colegio.
En el barrio de
Madrid, de clase media alta, en el que actualmente paso temporadas alternando
con mi casa de El Espinar, predominan las personas mayores, jubiladas, que
salen a hacer la compra a media mañana. Después se reúnen en bares y cafeterías
a tomar café y charlar, en grupos por lo general de solo mujeres o solo
hombres. Me consta que bastantes de tales personas viven solas y hallan en
estas reuniones la deseada compañía, sin renunciar a su independencia y demás
ventajas de la soledad.
No es infrecuente
observar a ancianos que no se resignan a quedarse en casa y salen a pasear
acompañados por una mujer o un hombre, muy a menudo hispanoamericanos, que les
ayudan a desplazarse, cogiéndoles del brazo o empujando su silla de ruedas.
“No es bueno que el
hombre esté solo”, dijo Dios después de crear a Adán, según relata el libro del
Génesis. Y le dio una compañera, al ver a la cual Adán exclamó: “Esta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne”.
No me parece que
guste al pensamiento igualitario actual esta versión de la creación de la
mujer. Existe otro pasaje del Génesis, según la mayoría de los exegetas debido
a otro autor, en el que se afirma que “Dios los creó hombre y mujer, a su
propia imagen”, sin ninguna procedencia de la mujer de una costilla de Adán.
En cualquier caso, lo
que me interesa resaltar es la comunión de dos seres humanos que se acompañan
mutuamente.
Escribía en un reciente artículo mi admirado autor
teatral Germán Ubillos que “A Dios, que es
tremendamente humano, no le gusta nada vivir solo, por eso lo ha hecho desde
siempre formando una trinidad con el Hijo y con el Espíritu Santo.
A eso se unía el problema de los hombres
creados por él y encima a su imagen y semejanza. Decidió hacerse hombre para
comprenderles mejor y hacerse como uno de ellos. Vemos que es muy sociable, que
no le gusta nada la soledad y que es muy buena persona, incluso ha sido capaz
de dar la vida por nosotros”.
El teólogo Olegario
González de Cardedal, también en un artículo de prensa, hace igualmente
descender la comunidad trinitaria a “la compañía de Dios con los mortales”.
“…no estamos solos en el mundo, porque tenemos un padre que se nos dio en
Belén”.
Jesús –esto lo añado
yo– nos enseñó a llamar a Dios padre y a rezar “Padre nuestro que estás en el
cielo”.
No fue Jesús de
Nazaret un solitario. Cuando en la soledad del desierto descubrió a Yahvé, se
echó a los caminos a predicar la buena nueva de que Dios nos ama como padre y
quiere que le amemos como tal.
Y puesto que a Dios
nadie le ha visto, el gran descubrimiento de Jesús fue que Dios está en el
prójimo, en el próximo, en el hermano.
“Venid, benditos de
mi Padre, porque estuve solo y me acompañasteis”.
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