Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Al tratar de la
cuestión catalana, se ha introducido de una manera subrepticia el término
“unilateral”. Así, cuando exdiputados y otros presos investigados por posibles
delitos de sedición o rebelión piden la libertad provisional no tienen ningún
reparo en declarar ante el juez que renuncian a la vía unilateral de
independencia. Que los independentistas se refieran a la unilateralidad del
proceso de secesión entra dentro de su esquema, según el cual ellos se han visto
obligados a una declaración unilateral de independencia ante la negativa del
Gobierno español a dialogar. Pero lo extraño es que el vocablo que me ocupa
forme parte también del discurso de políticos y comentaristas contrarios a la
ruptura.
¿Significa el
calificativo de unilateral aplicado a la declaración de independencia que una
declaración bilateral de independencia sería legal? ¿O sea, una independencia
pactada con el Estado español y, en su nombre, con el Gobierno de España?
Se olvida que,
mientras no se aboliera o reformara el Artículo 2 de la actual Constitución
Española, ningún Gobierno de España, sustentado por el partido político que
fuere, está capacitado o autorizado a pactar con ninguna Comunidad Autónoma,
región o provincia española su secesión. Pues dicho Artículo 2 establece que
“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española,
patria común e indivisible de todos los españoles”.
El Gobierno de España
que reconociera la independencia de cualquier parte de la Nación violaría la
ley de leyes y se situaría en la misma ilegalidad en la que han incurrido
cuantos han participado en la declaración unilateral de independencia y en la
aprobación de una República Catalana independiente.
No cabe bilateralidad
de ningún género mientras siga vigente el Artículo 2 de la Constitución de 1978
aprobada en referéndum por una amplia mayoría del pueblo español, en el que,
como afirma el Artículo 1, reside la soberanía nacional y del que emanan los
poderes del Estado. En las elecciones autonómicas del pasado 21 de diciembre
los independentistas no han obtenido ni siquiera una mayoría simple de los
votos emitidos, pues los constitucionalistas les han superado en 170.000
votantes.
Los catalanes
independentistas se han instalado en una visión de la realidad política, social
y económica que solo contempla un aspecto de la cuestión. En cualquier asunto o
problema ante el que nos encontramos y en el que es preciso adoptar una postura
y tomar una decisión solemos ponderar los pros y los contras de tal postura o
decisión. Ahí radica la racionalidad, el sentido común, por el que nos guiamos,
o deberíamos guiarnos, en todos los ámbitos de la vida.
Los catalanes
independentistas, de los que supongo que en otras parcelas de su existencia se
rigen por el proceder de considerar las ventajas y los inconvenientes de una
determinada conducta, al enfrentarse al dilema “independencia o unión con el
resto de España” se dejan llevar por un sentimiento identitario de pertenencia
a una nación, la catalana, que exige Estado propio e independiente. Como si su
identidad más profunda y genuina se viese menoscabada por la unión con los
demás pueblos de España. O como si su ser más íntimo en cuanto personas solo se
realizara si la comunidad en la que han nacido o en la que habitan y a la que
están ligados por otros vínculos jurídicos, sociales, laborales se erige en
Estado independiente bajo la forma de república.
A mí no se me alcanza
la conexión entre ambos términos: mi realización como ser personal y el hecho
de que mi patria, chica o más amplia, se configure como Estado independiente.
El amor a la patria, a las propias raíces, costumbres, paisaje, lengua,
gastronomía, no necesita de una forma estatal segregada de otros pueblos que
comparten muchas de esas características y se diferencian en otras
singularidades. Tan solo si esas peculiaridades fueran reprimidas o prohibidas
por un Estado opresor cabría, es más se exigiría, enfrentarse a esa opresión y
erigirse en Estado independiente.
Únicamente desde una
óptica sesgada y una deformación sistemática de la historia y de la situación
actual de las relaciones de Cataluña con el Estado español, del que forma
parte. muchas veces y en múltiples aspectos privilegiada, cabría hablar de
colonización, de opresión o de no respeto a una singularidad que es tal dentro
del conjunto armónico y solidario de los pueblos de España.
Aplíquese a esta
relación de los catalanes con otros pueblos españoles la bilateralidad, que
significa no circunscribirse a un solo aspecto de una realidad o cuestión.
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