Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Si ustedes conservan
alguna de las últimas ediciones en papel del Diccionario de la Real Academia
Española (DRAE), no busquen en ella la palabra ‘aporofobia’. No la encontrarán.
Sí está ya incluido este término en la más reciente versión digital del DRAE.
La Fundación del
Español Urgente (Fundéu), patrocinada por el BBVA, ha declarado ‘aporofobia’
palabra del año 2017. Anteriormente declaró palabras del año, por su reiterada
presencia en la actualidad informativa, ‘escrache’ en 2013, ‘selfi’ en 2014,
‘refugiado’ en 2015 y ‘populismo’ en 2016.
Estoy de acuerdo en
la gran difusión de las palabras del año de 2013, 2014, 2015 y 2016 en los
medios de comunicación y en el lenguaje de la gente.
A propósito de selfi,
grafía castellanizada del inglés ‘selfie’, yo propuse en un artículo publicado
en este mismo periódico la sustitución de selfi por la palabra ‘autofoto’,
basándome en la existencia de autorretrato. Vano empeño. Cuando un neologismo
adquiere carta de ciudadanía en el habla común de la gente, es muy difícil, por
no decir imposible, sustituirlo por otro vocablo, aunque en este concurran
razones etimológicas y compositivas de peso.
No creo que
aporofobia haya gozado del mismo grado de utilización que las palabras de años
anteriores, no ya por parte del público en general, sino tampoco de las
personas cultas.
Intencionadamente he
omitido hasta aquí revelar el significado de aporofobia, con la intención de preguntar
al lector si conoce lo que este cultismo significa. Yo he hecho entre amigos y
conocidos de mi entorno cercano una pequeña encuesta de urgencia, y ninguno de
los interrogados conocía ni el término de aporofobia ni su significado. La
mayoría de ellos sí tenían conocimiento de ‘agorafobia’, o sea el temor a los
espacios abiertos –vocablo con el que aporofobia guarda una cierta similitud en
la pronunciación–; de ‘xenofobia’, repugnancia o animadversión hacia el
extranjero; o de ‘homofobia’, aversión hacia la homosexualidad o las personas
homosexuales.
Entre los ignorantes
sobre aporofobia me incluyo. Mejor dicho, me incluía, hasta que me he informado
y he averiguado que aporofobia designa “la fobia al pobre”.
Mi ignorancia no
tiene excusa, porque hace más de veinte años tuve el gran privilegio de
trabajar con la creadora del vocablo en cuestión, la filósofa valenciana Adela
Cortina, en la preparación y edición del libro de texto de “Ética” de la
Editorial Santillana para el curso 4.º de la ESO. ¿Salió a relucir en nuestras
conversaciones la palabra aporofobia? Si fue así, lo he olvidado.
El elemento
compositivo ‘-fobia’ abarca un doble campo semántico: el de miedo o temor, y el
de rechazo o aversión. Me parece a mí que los pobres, del griego ‘áporos’, los
sin recursos, no suelen suscitar temor, a no ser que su menesterosidad vaya
acompañada de otras características peligrosas que entrañen una amenaza para
los que no compartimos su pobreza, y hasta para los que la comparten. En
cambio, sí están más extendidos el rechazo, la aversión a los necesitados, sean
estos mendigos, inmigrantes, refugiados, parados sin ningún tipo de prestación,
o individuos señalados por cualquier otra condición que les marca con el
estigma de desheredados de la fortuna.
Me cruzo
habitualmente con pobres que piden limosna en sitios fijos, a las puertas de la
iglesia, de los supermercados, en una esquina estratégica, en el interior de un
vagón del metro… Si cada vez que paso o me encuentro ante ellos les doy un euro
o por lo menos cincuenta céntimos, tendré que incluir este gasto en mis
presupuestos. Lo que sí me he propuesto es no apartar la mirada del que
solicita mi ayuda, como he hecho con frecuencia experimentando ese rechazo al
pobre.
No, no creo que
aporofobia haya sido declarada por la Fundéu palabra del año por su existente
divulgación, sino precisamente para divulgarla.
Como indicaba el
director general de Fundéu Joaquín Muller, “Conviene recordar la importancia de
poner nombre a las cosas para hacerlas visibles. Si no lo tienen, esas
realidades no existen o quedan difuminadas. No se pueden defender o denunciar”.
Difícilmente podremos
poner remedio a un mal si se oculta su existencia.
Yo sé que mi limosna
no soluciona el problema de la pobreza, ni en mi barrio, ni mucho menos en el
mundo. Pero no es de recibo hacerse el desentendido, y menos aún dejarse llevar
por cualquier tipo de rechazo o aversión al pobre.
Que es lo que
expresa, y ojalá sirva de denuncia, el vocablo aporofobia.
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