Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Las principales
festividades que se celebran en España siguen siendo religiosas. “Fiestas de
guardar”, que se decía antes, porque en ellas hay obligación de oír misa.
Entre tales
celebraciones destaca la Navidad, en la que conmemoramos la natividad, el nacimiento
de Jesús en Belén de Judá, aunque sería más conocido como Jesús de Nazaret, o
con el sobrenombre de Cristo, Jesucristo.
Nacimiento o belén
denominamos asimismo la representación de la natividad de Jesús con figuras de
barro, de plástico u otros materiales. El núcleo del nacimiento, que recibe el
nombre de “misterio”, lo constituye el portal o pesebre en el que María dio a
luz a su Hijo, acompañada de su esposo José, y de una mula y un buey. Pero el
belén puede albergar también a otros personajes, como los ángeles que
anunciaron al recién nacido, los pastores que acudieron a adorarle, los Reyes
Magos que desde Oriente siguieron una estrella para presentar sus ofrendas ante
aquel rey celestial. Además del portal, el escenario puede ampliarse con casas,
un río y lavanderas en sus orillas, un puente, un molino, el palacio de
Herodes… Y, al fondo, un papel azul brillante que semeja el cielo tachonado de
estrellas.
Me detengo en estos
detalles que la tradición conserva, que son cantados en los villancicos y que
han dado lugar a verdaderas obras de arte, porque en nuestra sociedad actual se
tiende con frecuencia a sustituirlos por iluminaciones que lo mismo valen para
cualquier otro festejo, por el típico árbol o el Papá Noel de origen nórdico,
olvidando lo que la Navidad significa.
En una población como
la española que se declara mayoritariamente católica, se da el contrasentido de
quienes quieren sustituir la Navidad por la celebración del solsticio de
invierno. En los orígenes del cristianismo se produjo el fenómeno inverso: la
Iglesia católica fue reemplazando festividades paganas por otras de contenido
religioso. Y si el solsticio de invierno cedió el lugar a la Navidad, el de
verano fue cristianizado por la noche de San Juan.
No son pocos los que
ignoran que Santiago es el patrono de España y que la Inmaculada Concepción es
su patrona. El santo apóstol y la advocación de la Inmaculada han dado lugar a
sendas fiestas. Y son bastantes los que confunden la Inmaculada con la
virginidad de María. Que María fuera concebida sin pecado original no es lo
mismo que concibiera a su Hijo sin dejar de ser virgen. Conceptos ambos
alejados de nuestra comprensión poco dada a los misterios.
Hay quienes alzan la
voz contra el afán consumista que se desata con ocasión de las fiestas de
Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes. Comprendo las razones en
que se apoyan los ataques al consumo desenfrenado. Pero ¿qué sería de la
economía y de tantos puestos de trabajo si solo consumiéramos lo estrictamente
necesario para la subsistencia? Gran parte de la producción de bienes y
servicios está basada en lo superfluo y, si me apuran, en el lujo. Con lo cual
no estoy defendiendo el hedonismo superficial que a menudo acompaña a nuestras
compras y regalos.
Están hoy de moda la
cocina y los programas de televisión en que se compite por el título de mejor
chef. En las Navidades ocupan puesto destacado la gastronomía, las comidas y
las cenas más ricas y selectas de lo normal, en la propia casa o en
restaurantes, lo que de nuevo es una buena oportunidad de hacer caja y sanear
sus cuentas para las empresas y los profesionales que se dedican al sector de
la alimentación y la restauración.
La misa, que es la
principal celebración religiosa de los católicos, con sus lecturas del Antiguo
y del Nuevo Testamento, sus oraciones, antífonas y alabanzas, puede resultarles
a algunos difícil de comprender o alejada de sus preocupaciones e intereses
cotidianos. Así, por ejemplo, la palabra “gloria” aparece no solo en el “Gloria
a Dios en el cielo”, sino en otros muchos momentos y plegarias. ¿Nos mueve
realmente a los creyentes “dar gloria a Dios”? ¿Necesita Dios que le
glorifiquemos? ¿Están los cielos y la tierra llenos de su gloria?
La Navidad, el
nacimiento del Hijo de Dios que se hace hombre, humaniza esa gloria divina que
puede parecernos distante y poco comprensible.
Cuando los defensores
del laicismo y de la paganización de todo vestigio religioso tratan de celebrar
los grandes momentos de la vida y de la muerte con actos no religiosos, caen en
las ceremonias más pobres e insulsas, o tratan de remedar sin ningún éxito los
ritos de la liturgia católica.
Pues para ese viaje…
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