Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Nos
cuenta Ani, la joven peruana que desde hace muchos años viene a limpiar nuestra
casa una vez a la semana, cómo ha tenido que hacer una larga cola para visitar
el belén instalado en el Ayuntamiento de Madrid.
Y
es que el belén o nacimiento sigue siendo para la gente sencilla la
representación más cercana del misterio de la Navidad, que no es otro que la
encarnación de Cristo, de Jesús, de Dios que se hace Niño para salvarnos.
Esas
colas de creyentes se suman a los pastores que, como cuentan los Evangelios,
fueron con sus ovejas a adorar al Niño Dios atendiendo al anuncio del ángel.
No
digo que a este pueblo llano no le atraiga contemplar las luces que iluminan
las calles principales de las ciudades, pero no se quedan en ese reclamo para
el turismo, como hacen quienes viajan a Vigo para comprobar si la temprana
iluminación de esta urbe hace honor a su fama.
Circula
por el wasap un mensaje anónimo que sintetiza hermosamente la catequesis que
representa el belén para quienes, como los pastores de los Evangelios, saben
descubrir en un Niño reclinado en una cuna a Dios que ha venido al mundo
haciéndose hombre para salvarnos.
Sigue
diciendo el citado wasap que, en una civilización que nos empuja a vivir con
prisa, el belén educa en la contemplación, invita a detenerse en los detalles.
Y así evangeliza sin palabras, es una catequesis que transmite la fe de manera
sencilla.
Doy
las gracias al anónimo autor de este wasap, que nos ayuda a descubrir el
sentido profundo de la Navidad, que no es otro sino que Dios se hace Niño para
salvarnos.
Esto
me recuerda que aún no he puesto el belén –yo prefiero decir el nacimiento– que
estos años centro en el misterio, o sea en el portal con la cuna del Niño
Jesús, María y José, y la mula y el buey que, según la tradición, dieron calor
al Niño Dios.
Y
dependiendo del espacio que tenga, añadiré otras figuras, sin que falten los
Reyes Magos, que siguiendo una estrella fueron al portal para ofrecer al Niño
Dios oro, incienso y mirra. Y hoy nos traen a nosotros, y de modo especial a
los niños, que escriben y envían a los Reyes sus cartas, los regalos que les hayamos
pedido.
Hermosas
tradiciones que el ruido del superficial consumismo no logra hacer desaparecer.
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