10 de agosto de 2025

El suministro de agua en El Espinar

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

¿Cómo es posible que en El Espinar tengamos problemas en el suministro de agua?

Releo algunos capítulos de mi libro El cuaderno de El Espinar y una vez más me asombro ante la gran cantidad de ríos y arroyos que recorren este pueblo.

Por orden de importancia, citaré entre los ríos el Moros, el Voltoya, el Boquerón y el Gudillos.

Entre los arroyos, a riesgo de dejarme alguno en el tintero, no puedo por menos de mencionar el Mayor, el Gargantilla, el de Prado Goyato y el de las Barrancas.

Se me objetará con razón que tanto los ríos como los arroyos de El Espinar sufren la sequía del estiaje y en verano quedan reducidos a hilos de agua, si es que no se secan por completo.

Además soy consciente de que para el aprovechamiento de esas corrientes acuáticas en el consumo de las industrias y de los hogares hay que canalizarlas y bombearlas.

Aún así, no se me alcanza que tengamos que recurrir al agua del embalse de la Puente Alta, que yo he visto desaguar cuando voy a Segovia y del que me dice algún entendido que tiene poco fondo.

Y si los ríos y los arroyos son difíciles de canalizar para el suministro humano, ¿qué decir de las innumerables fuentes de El Espinar? Mi admirado y admirador Javier Sanz Pérez, en su precioso libro Las Fuentes de los Montes de El Espinar –respeto las mayúsculas del ejemplar que obra en mi poder, dedicado por el autor y editado por la Diputación de Segovia– recoge 61 fuentes, incluida la del Carnero, que en el Anexo denomina LA FUENTE DE LOS GABARREROS, “en homenaje a todos aquellos que vivieron de nuestros montes y de sus leñas y que realizaron una labor tan importante en los mismos”.

Pues bien, esos 61 manantiales, que alivian el calor y la sed de los caminantes que recorren los bellos parajes en los que están enclavados, sería una utopía pretender aprovechar su caudal para el consumo de industrias y hogares.

Recreémonos con los evocadores nombres de tales fuentes, como Virgen de las Nieves, la Hiedra, el Acebo, los Arteseros, las Barrancas, Peña la Casa, Fuente Fría, el Mostajo, Marichiva, las Fuentecillas…

Y animémonos, mientras nuestra salud lo permita, a recorrer esos parajes.

Como señala Javier San Pérez en la Introducción al libro, “No es casualidad que uno de nuestros montes principales sea conocido bajo el nombre de Aguas Vertientes”.

¿Qué podemos hacer en estas circunstancias los sufridos usuarios? Pues está claro que no dejar correr el grifo sin contención, controlar el tiempo de la ducha, del lavavajillas y de la lavadora.

Por supuesto, no regar el césped ni lavar el coche.

Y hacer rogativas para que llueva con abundancia.

Aunque como decía con sorna en el cuento, no sé si apócrifo, el cura al que los vecinos le pedían que sacara al Cristo en procesión: “Sacar al Cristo, yo lo saco, pero si no está de llover…”.

 

 

 

 

 

 

 

 

3 de agosto de 2025

Cambios de casa y de rutinas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Como bien sabe Hacienda, no tengo más que una casa en propiedad, un chalet pareado en El Espinar, en el que y suelo pasar el mes de julio y en el que habitualmente reside mi hijo Guillermo. Este año, por razones médicas, yo voy a estar, Dios mediante, en esta mi casa también los meses de agosto y septiembre.

También por causa de los tratamientos de mi enfermedad, me trasladé a Madrid y en la capital de España vivo en la casa de mi mujer, Angelina Lamelas.

Y otros años, no este, los dos hemos pasado el mes de agosto en la vivienda de Santander en la que habitan dos hermanos de Angelina, Ana y Diego.

Después de este prolegómeno recalo en el tema principal del presente blog, que no es otro que la ruptura de la rutina que dichos cambios de casa acarrean.

Empezando por las llaves de las distintas viviendas: ¿Cuáles son las de El Espinar, las de Madrid y las de Santander? Esta duda me ha llevado a dejar unas llaves en la casa anterior, con el consiguiente trastorno e incluso pérdida de estos imprescindibles adminículos.

Sigamos por orden de las rutinas habituales.

¿Dónde están en esta casa el cuarto de baño y los útiles de aseo, dónde los platos y demás elementos para preparar y tomar el desayuno?

Así podría continuar con otras ocupaciones del día a día.

¿Dónde compro el periódico, en la tienda de Flavia en El Espinar, en el Supercor del Parque de las Avenidas, que tiene casi de todo, o en una frutería de la Avenida de Reina Victoria de Santander que últimamente solo proporciona “El Diario Montañés”.

¿Salgo a hacer la compra o comemos fuera de casa y en qué cafetería o restaurante? ¿O compra, cocina y recoge mi hijo Guillermo, que lo hace de maravilla?

A estas edades y enfermedades tanto de Angelina como mías, es fundamental no dejarse alguna de las numerosas medicinas que ambos necesitamos.

En el duermevela de la siesta y en el sueño nocturno, a menudo me pregunto dónde estoy miro a un lado para comprobar si está mi mujer.

Me interrumpirá el paciente lector y me aconsejará: ¿Por qué no se están ustedes quietos en una casa, que ya no tienen años ni salud para tantos trajines?

Razón que le sobra. Por de pronto, yo este verano no he podido ir a Santander. A Angelina la ha llevado a la capital cántabra en mi coche su hijo Jose. De Madrid a El Espinar nos ha traído Jose, también en mi coche. ¡Qué bien se va al lado del conductor oyendo la música de Radio Clásica!