20 de abril de 2025

Hábitos y capirotes: penitencia o tipismo

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Debía de correr el año 1954 o 1955. Así que yo, que he nacido en 1939, tenía quince o dieciséis años. Mi tío Ramón Abril Martín, primo por partida doble de mi padre, el periodista y poeta Francisco Javier Martín Abril, me animó a participar en la procesión vallisoletana del Viernes Santo con su hábito de nazareno de la Virgen de las Angustias, cofradía a la que pertenecía la familia Abril Martín, incluido el tío Paco, que se había quedado ciego y, al pasar la imagen de la citada Virgen por su casa de la calle de Santiago, la carroza se paraba y se giraba hacia el balcón de mi tío.

Ataviado con el hábito de la Virgen de las Angustias, tomé parte, como he dicho, en la procesión del Viernes Santo, llamada del Santo Entierro, que entonces tardaba en pasar por un punto dado alrededor de una hora.

El hábito de la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias era, y es, una túnica de terciopelo azul oscuro y capirote del mismo color. Puedo atestiguar, después de tantos años, que participar en dicha procesión del Santo Entierro era realmente una ardua penitencia. Que para los participantes en esta y en otras procesiones de la Semana Santa fuera y sea una penitencia religiosa o un acto de afición laica, como la de quien es partidario de un equipo de fútbol, no sabría yo decidir.

El origen de los capuchones o capirotes, que a algunos visitantes extranjeros les recuerdan a los del Ku Klus Klan, se remonta al siglo XVI y era la indumentaria que se imponía a los condenados por el tribunal de la Santa Inquisición, mientras que en la actualidad tiene un sentido religioso o típico de la Semana Santa. ¡Cosas veredes!

Las cofradías con mayor número de cofrades eran entonces las de las Siete Palabras, con hábito color crema y capuchón rojo, y las de los Luises, con hábito blanco y capuchón azul celeste. La cofradía de las Siete Palabras celebraba en la Plaza Mayor de Valladolid la mañana del Viernes Santo un acto religioso en el que los jesuitas padres Laburu, tío y sobrino, emocionaban a los asistentes con sus mejores dotes oratorias.

Las imágenes de los pasos vallisoletanos, veneradas en iglesias o expuestas en el Museo Nacional de Escultura, son obra de los grandes escultores de los siglos XVI y XVII, como Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés, Juan de Juni y Pedro de Mena. ¡Cómo no vibrar de emoción ante los Cristos yacentes, los Jesús Crucificados, las Vírgenes Dolorosas!

Tanto estas imágenes sacras como los hábitos de los nazarenos en la Semana Santa, incluidos los capirotes, nos unen a creyentes religiosos y participantes laicos, lo cual no deja de ser una vinculación positiva.

 

 

 

 

 

 

 

 

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