Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Debía
de correr el año 1954 o 1955. Así que yo, que he nacido en 1939, tenía quince o
dieciséis años. Mi tío Ramón Abril Martín, primo por partida doble de mi padre,
el periodista y poeta Francisco Javier Martín Abril, me animó a participar en
la procesión vallisoletana del Viernes Santo con su hábito de nazareno de la
Virgen de las Angustias, cofradía a la que pertenecía la familia Abril Martín,
incluido el tío Paco, que se había quedado ciego y, al pasar la imagen de la
citada Virgen por su casa de la calle de Santiago, la carroza se paraba y se
giraba hacia el balcón de mi tío.
Ataviado
con el hábito de la Virgen de las Angustias, tomé parte, como he dicho, en la
procesión del Viernes Santo, llamada del Santo Entierro, que entonces tardaba
en pasar por un punto dado alrededor de una hora.
El
hábito de la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias era, y es, una túnica
de terciopelo azul oscuro y capirote del mismo color. Puedo atestiguar, después
de tantos años, que participar en dicha procesión del Santo Entierro era
realmente una ardua penitencia. Que para los participantes en esta y en otras
procesiones de la Semana Santa fuera y sea una penitencia religiosa o un acto
de afición laica, como la de quien es partidario de un equipo de fútbol, no
sabría yo decidir.
El
origen de los capuchones o capirotes, que a algunos visitantes extranjeros les
recuerdan a los del Ku Klus Klan, se remonta al siglo XVI y era la indumentaria
que se imponía a los condenados por el tribunal de la Santa Inquisición,
mientras que en la actualidad tiene un sentido religioso o típico de la Semana
Santa. ¡Cosas veredes!
Las
cofradías con mayor número de cofrades eran entonces las de las Siete Palabras,
con hábito color crema y capuchón rojo, y las de los Luises, con hábito blanco
y capuchón azul celeste. La cofradía de las Siete Palabras celebraba en la
Plaza Mayor de Valladolid la mañana del Viernes Santo un acto religioso en el
que los jesuitas padres Laburu, tío y sobrino, emocionaban a los asistentes con
sus mejores dotes oratorias.
Las
imágenes de los pasos vallisoletanos, veneradas en iglesias o expuestas en el
Museo Nacional de Escultura, son obra de los grandes escultores de los siglos
XVI y XVII, como Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés, Juan de Juni y
Pedro de Mena. ¡Cómo no vibrar de emoción ante los Cristos yacentes, los Jesús
Crucificados, las Vírgenes Dolorosas!
Tanto
estas imágenes sacras como los hábitos de los nazarenos en la Semana Santa,
incluidos los capirotes, nos unen a creyentes religiosos y participantes
laicos, lo cual no deja de ser una vinculación positiva.
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