Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Desde
tiempo inmemorial las festividades religiosas cristianas han tenido vísperas y
octavas. Era una manera de anticipar o prolongar la celebración.
Pero
lo que viene ocurriendo con las fiestas que se acumulan a finales de diciembre
y principios de enero es, a mi modo de ver, un fenómeno novedoso que no sabría
precisar de cuándo data.
Estábamos
acostumbrados a los puentes, que el personal aguarda con expectación y fruición
para escapar de la rutina laboral. Pero, insisto, la anticipación de la Navidad
y el reguero de festejos que se prolongan hasta Reyes es algo inédito. Y, por
supuesto, nada tiene que ver para mucha gente con el sentido cristiano. Además
del consumismo que todo lo invade se han impuesto una serie de símbolos y personajes,
como el árbol navideño, Papá Noel o Santa Klaus, ajenos a nuestra cultura y,
desde luego, al misterio que refieren los Evangelios y que ocurrió al principio
de nuestra era en Belén de Judá: una Virgen que da a luz al que los cristianos,
siguiendo el ejemplo de los pastores y de los Magos de Oriente, veneramos como
Hijo de Dios.
Y
todavía se pretende, por parte de la vicepresidenta Yolanda Díaz y de unos
líderes sindicales que no han dado un palo al agua en su vida, acostumbrados a
vivir de las subvenciones de los gobiernos, acortar la jornada laboral, sin
contar con los perjuicios que ello comporta para las empresas y para los
propios trabajadores.
Empresas,
tanto las grandes como las pequeñas y medianas, incluidos los autónomos, que
son las únicas que crean puestos de trabajo, paliando el endémico fenómeno del
paro, mientras que el Gobierno progresista de Pedro Sánchez no hace otra cosa
que camuflarlo con subvenciones e inventos semánticos como los trabajadores
fijos discontinuos.
Con
lo cual los jóvenes preparados que no encuentran en España puestos de trabajo
acordes con su bagaje de conocimientos emigran a otros países.
Pues,
nada, que aquí en la España de la paguita y la fiesta continua la juventud seguirá
sin poder emanciparse y abandonar la casa de sus padres. Y no digamos encontrar
una vivienda, bien sea de alquiler o de compra, de los cientos de miles que ha
prometido construir Pedro Sánchez, sin que hasta la fecha se haya materializado
ninguna.
Pero,
eso sí, la economía de las grandes cifras que nadie puede comprobar y que no se
traducen en bienestar y mejoras en la vida diaria de los ciudadanos irá como un
cohete.
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