4 de agosto de 2024

Democracias populares y comunismo camuflado

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Tengo familiares y conocidos que en las décadas de 1950, 1960 y 1970 emigraron a Venezuela, en este país hicieron fortuna y regresaron a España. Eran tiempos en los que las élites gobernantes venezolanas, apoyadas en la riqueza de una nación con las mayores reservas de petróleo del mundo, mantenían una democracia partidista, en la que la corrupción campaba a sus anchas, sin que el pueblo, que mal que bien tenía trabajo, se rebelara.

Hasta que un joven militar llamado Hugo Chávez irrumpió en la escena política del país, fundando en 1997 el Movimiento Quinta República, que en 2007 se fusionó con otros partidos para crear el Partido Socialista Unido de Venezuela, y en las elecciones de 1998 fue elegido presidente.

Junto a algunas mejoras en las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas que consiguió este líder populista y socialista, que gozó de una amplia popularidad, su paso por la presidencia de Venezuela estuvo lastrado por la corrupción, el tráfico ilegal de drogas, el apoyo a movimientos terroristas, la censura a la prensa y a los medios de comunicación y la violación de los derechos humanos de los ciudadanos.

Nunca he entendido el afán de dictadores y autócratas de toda laya, y muy especialmente de izquierdas, que no se denominarán comunistas, en pretender que su acceso al poder ha sido conseguido por medios democráticos.

Esta pretensión es particularmente llamativa en el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro. ¿Qué atractivos y qué ventajas encuentra este tirano en hacer pasar por democracia lo que no es sino una toma por asalto del poder, sin ninguna garantía de respeto al resultado de las urnas, en medio de una persecución sistemática de los líderes de la oposición, a los que encarcela y asesina, como persigue y mata a cualquiera que se manifieste en contra del régimen, apoyado en una policía y unas fuerzas armadas compradas?

Con estos apoyos y unas leyes encaminadas a someter a todos los órganos representativos del Estado, no tenía Maduro ninguna necesidad de montar un circo electoral para acabar proclamándose vencedor de unas elecciones fraudulentas sin observadores neutrales, a los que no dejó entrar en el país.

¿Qué países han reconocido la victoria de Maduro y le han felicitado? Pues la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping, la Cuba de Díaz-Canel, fiel sucesor de los Castro, el Irán de los ayatolas, la Nicaragua de Daniel Ortega y algún otro dentro de la órbita comunista o populista.

Países que, insisto, quizá salvo en el caso de China y Cuba, se cuidarán muy mucho de denominarse comunistas, sino que se camuflarán bajo denominaciones como repúblicas populares. El caso más llamativo es el de Corea del Norte, que se autoproclama República Popular Democrática de Corea del Norte, han leído bien, “Democrática”.

Para rebatir a quienes sostienen que el comunismo sólo crea pobreza allí donde se implanta, suele aducirse el ejemplo de China, o sea la República Popular de China, que hoy se considera la segunda potencia económica del mundo por su PIB. Sin entrar a valorar las condiciones de vida del pueblo chino, su avance económico ha sido debido principalmente a la implantación de los métodos del capitalismo. Y, de nuevo, sus pretendidas elecciones democráticas son controladas férreamente por el único partido reconocido, el Partido Comunista.

Tomen notas los políticos comunistas disfrazados bajo otros nombres, como los militantes de Podemos y Sumar en España.

Claro que su camuflado comunismo está en contradicción –¿o no?– con su apego al lujo y a la riqueza, en cuanto pueden alcanzarlos.

 

 

  

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