Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Los
médicos de distintas especialidades suelen coincidir en dos recomendaciones:
que andemos más y que bebamos mucha agua. Yo me he esforzado desde hace años en
seguir estos consejos con exiguos resultados. Caminar así sin más, sin ningún
objetivo concreto, aparte del beneficio que comporta para la salud, se me
antoja poco atractivo.
De
mis largas épocas espinariegas datan numerosas caminatas por montes y veredas,
que quedaron plasmadas en libros míos como Apuntes
al oeste de Guadarrama (2006) y la guía Paseos
y excursiones por El Espinar (2012). Pero estos paseos y excursiones tenían
el encanto de realizarse en plena naturaleza, en un entorno inigualable de
pinares, dehesas y montañas.
Una
reciente subida a la cantera de Navalvillar, convertida hace tiempo en laguna,
en compañía de mis hijos, nietos y un matrimonio amigo, me dejó tan fatigado,
que mi yerno me aconsejó dedicar todos los días como mínimo una hora a caminar
a buen paso. Y mi cansancio y mi yerno han logrado lo que no habían conseguido
las recomendaciones de los médicos.
Hacia
las 5 de la tarde me encamino al Parque de Breogán, que se extiende en el madrileño
Parque de las Avenidas entre la Avenida de Bruselas y la M-30. Recorren este
parque un par de pistas de tierra apisonada para corredores y caminantes. A mí,
caminante, me adelantan los corredores. He intentado dar alguna corta carrera,
pero eso es pedirme demasiado. Bordean la pista adelfas, álamos y la pared que
la separa de la M-30, que está cubierta en gran parte de hiedra. En otras zonas
del parque hay pinos retorcidos y catalpas, una cancha de baloncesto, cuatro de
pádel, que suelen estar muy concurridas, y juegos para niños.
No
es el privilegiado entorno serrano de El Espinar, pero a falta de montes y
pinares, buenos son estos pequeños pulmones verdes.
Los
días en que, por distintas circunstancias, me salto esta obligación
autoimpuesta, me encuentro peor físicamente y con mala conciencia.
Beber
agua en abundancia sigue siendo para mí una asignatura pendiente.
Cuando
riego las plantas de interior y de la terraza de la casa madrileña, recuerdo la
broma que me gastaban mis cuñados al verme regar el jardín de la casa de El
Espinar:
–Alberto,
tú no riegas, tú mojas.
Con
el agua de beber me pasa lo mismo: no riego mi cuerpo, me limito a mojarlo.
Y
ahora que el agua se ha convertido en un bien escaso y preciado, no me parece
el mejor momento para incrementar su consumo.
Sí,
ya sé, excusas de mal bebedor.
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