18 de septiembre de 2022

Orden y TOC

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Sabía yo del amor de mi hijo Guillermo por el orden. Pero no conocía que un psiquiatra le diagnosticó, hace ya unos cuantos años, un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que, según ese doctor, le habría provocado su empeño por tener todo ordenado, todo en su sitio.

He convivido a menudo con Guillermo y puedo dar fe de que esta convivencia es sumamente grata.

–Claro –me dirá quien nos conoce bien a ambos–, se junta el hambre con las ganas de comer, sois tal para cual.

Reconozco que me siento identificado con mi hijo en su afán por el orden, la limpieza y la organización.

Entre las obsesiones más comunes que caracterizan el TOC sí figura, aunque en un puesto poco relevante, el deseo de tener las cosas simétricas y en perfecto orden. Pero ni a mi hijo ni a mí este deseo nos ha provocado ansiedad o trastorno alguno.

Cuando mi mujer y yo vamos a pasar unos días a nuestra casa de El Espinar, en la que habitualmente vive Guillermo, nos la encontramos limpia y ordenada. Y, si Guillermo está, él se encarga de hacer la compra, la comida y, lo que es más encomiable, de recoger.

En las ventajas del orden para saber dónde están las cosas, por ejemplo los libros, y encontrarlas cuando las necesitamos, no necesito hacer demasiado hincapié, pues caen de su peso. De las posibles formas de ordenar una biblioteca he escrito en la entrada “Orden” de este blog.

Y algo muy importante para la convivencia pacífica de las personas ordenadas con las que no lo son tanto: los amantes del orden no imponemos, o nos esforzamos por no imponer, nuestras pautas de conducta a los que no tienen esta virtud.

Porque, sí, nadie nos convencerá de que no se trata de una virtud. Y, por supuesto, no es un TOC.

 

 

 

 

 

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