Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
De su época de profesora conserva mi mujer un mapa de Europa del tamaño de un mural, que en la actualidad cuelga de la pared a la entrada de la cocina. Según reza en la esquina inferior izquierda, está editado en Barcelona por la Editorial Vicens Vives y el Depósito Legal data del año 1988.
Con cierta frecuencia me quedo mirándolo y, desde la invasión de Ucrania por el ejército ruso, me he preguntado cómo contemplará un mapa similar el dictador Vladimir Putin y qué sentimientos despertará en él observar la enorme extensión que abarcaba todavía en aquel año la U.R.S.S. (así escrita esta sigla en el mapa en cuestión, con puntos entre las letras, cuando hoy la Real Academia Española aconseja su escritura sin puntos).
Lindaban por entonces con la URSS, de norte a sur, en Europa, Noruega, Finlandia, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y Turquía. Los países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania–, Bielorrusia, Moldavia, Ucrania, Georgia, Armenia y Azerbaiyán pertenecían a la URSS, además de las repúblicas asiáticas que no aparecen en el mapa que me ocupa.
Sin estas coordenadas geográficas y sin la nostalgia de pasadas grandezas, no entenderemos la invasión de Ucrania, que Putin llama “operación militar especial” y que en cualquier momento puede extenderse a otros países que se independizaron en 1991, a raíz del referéndum convocado por el entonces presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, en el que Moscú preguntó a los electores si aprobaban el mantenimiento de la URSS como una “federación renovada”. “De las 15 repúblicas que formaban la URSS, seis (las bálticas, Moldavia, Georgia y Armenia) lo boicotearon y el 78 % contestó afirmativamente, pero no sirvió de nada” (Pedro Fernández Barbadillo, “Gorbachov: el hombre que mostró el fracaso del comunismo”, artículo publicado en Libertad Digital el 31/8/2022, cuya lectura recomiendo).
Como sigue refiriendo Fernández Barbadillo, el 21 de diciembre de ese año, 12 de las repúblicas soviéticas (todas salvo Georgia y las tres bálticas) suscribieron el Acuerdo de Almá-Atá), que ordenaba la desaparición de la URSS. Rusia sucedía a esta.
Gorbachov, al que con ocasión de su muerte numerosos líderes mundiales elogian por la renovación que implantó en la URSS, no era un socialdemócrata al estilo occidental, sino un comunista convencido que, eso sí, quería modernizar el país y salvarlo de su hundimiento económico. Fracasó en ambos intentos.
¿Cómo no entender la frialdad con la que el actual autócrata ruso ha despedido al presidente que en 1991 acabó con la grandeza, aunque solo fuera en extensión territorial, de la URSS?
Mientras algún mapa como el de 1988 que cuelga en la cocina de la casa de mi mujer recuerde a Vladimir Putin el poderío geográfico de la URSS no cejará en su empeño de recuperar países como Ucrania que se independizaron y hoy aspiran a formar parte de la Unión Europea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario