4 de abril de 2021

Fronteras

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Los cierres perimetrales, con los que las Comunidades Autónomas tratan de atajar, de forma bastante infructuosa, el aumento de la propagación del coronavirus y de los contagios de la covid-19, me han traído a la memoria la división de España en regiones y provincias que recitábamos los colegiales en la década de los años cincuenta del siglo pasado.

La región de Castilla la Vieja albergaba las provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia. Estas dos últimas provincias se adscribían, según otras divisiones, al Reino de León, compuesto por las provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia. Castilla la Nueva abarcaba a Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara. Las Vascongadas contaban con tres provincias: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya…

Es curioso observar que la actual división territorial de España en provincias responde, con escasas variantes, a las que estableció en 1833 Javier de Burgos (1778-1848), lingüista, historiador, periodista, dramaturgo, político, poeta y traductor, siendo secretario de Estado en el Gobierno de Cea Bermúdez, al comienzo del reinado de Isabel II, bajo la regencia de María Cristina de Borbón. Frente a las 49 provincias de 1883, hoy se cuentan 50, y frente a las 15 regiones de entonces hay en la actualidad 17 Comunidades Autónomas, con sus respectivos Estatutos de Autonomía.

Este paralelismo me lleva a una reflexión que echa por tierra las pretendidas identidades de los habitantes de tales Comunidades, algunas de las cuales se pretenden, no ya nacionalidades, sino naciones. Lo que fue en su origen una división territorial para favorecer la administración de un Estado centralizado, se alza hoy como bandera para defender diferencias identitarias y, más aún, para promover la secesión y reclamar la independencia del resto de España.

Si la linde entre una circunscripción y otra se desplaza unos kilómetros, los habitantes afectados por tal desplazamiento pueden, por ejemplo, dejar de ser catalanes o vascos.

A lo largo de la historia, no solo de España, sino de todo el mundo, las fronteras y sus cambios han tenido repercusiones en la formación y la disolución de reinos e imperios, y en el destino y hasta la lengua de sus habitantes.

Leemos en los Pensamientos de Pascal el siguiente diálogo:

“–¿Por qué me matas? –¿Y qué, no estás al otro lado del río? Amigo mío, si estuvieras de este lado sería injusto matarte y yo sería un asesino. Pero, como estás al otro lado, esto es justo y yo soy un valiente. ¡Bonita justicia –concluye Pascal– la que tiene por límite un río!”.

Al final, muchas de las reivindicaciones de pueblos e individuos que se creen diferentes, e incluso superiores, a sus vecinos se fundan en fronteras fijadas artificialmente, por conquista, o por imposición cultural o lingüística.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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