Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Los
cierres perimetrales, con los que las Comunidades Autónomas tratan de atajar,
de forma bastante infructuosa, el aumento de la propagación del coronavirus y
de los contagios de la covid-19, me han traído a la memoria la división de
España en regiones y provincias que recitábamos los colegiales en la década de
los años cincuenta del siglo pasado.
La
región de Castilla la Vieja albergaba las provincias de Santander, Burgos,
Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia. Estas dos últimas
provincias se adscribían, según otras divisiones, al Reino de León, compuesto
por las provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia. Castilla
la Nueva abarcaba a Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara. Las
Vascongadas contaban con tres provincias: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya…
Es
curioso observar que la actual división territorial de España en provincias
responde, con escasas variantes, a las que estableció en 1833 Javier de Burgos
(1778-1848), lingüista, historiador, periodista, dramaturgo, político, poeta y
traductor, siendo secretario de Estado en el Gobierno de Cea Bermúdez, al
comienzo del reinado de Isabel II, bajo la regencia de María Cristina de
Borbón. Frente a las 49 provincias de 1883, hoy se cuentan 50, y frente a las
15 regiones de entonces hay en la actualidad 17 Comunidades Autónomas, con sus
respectivos Estatutos de Autonomía.
Este
paralelismo me lleva a una reflexión que echa por tierra las pretendidas
identidades de los habitantes de tales Comunidades, algunas de las cuales se
pretenden, no ya nacionalidades, sino naciones. Lo que fue en su origen una
división territorial para favorecer la administración de un Estado
centralizado, se alza hoy como bandera para defender diferencias identitarias
y, más aún, para promover la secesión y reclamar la independencia del resto de
España.
Si
la linde entre una circunscripción y otra se desplaza unos kilómetros, los
habitantes afectados por tal desplazamiento pueden, por ejemplo, dejar de ser
catalanes o vascos.
A
lo largo de la historia, no solo de España, sino de todo el mundo, las
fronteras y sus cambios han tenido repercusiones en la formación y la
disolución de reinos e imperios, y en el destino y hasta la lengua de sus
habitantes.
Leemos
en los Pensamientos de Pascal el
siguiente diálogo:
“–¿Por
qué me matas? –¿Y qué, no estás al otro lado del río? Amigo mío, si estuvieras
de este lado sería injusto matarte y yo sería un asesino. Pero, como estás al
otro lado, esto es justo y yo soy un valiente. ¡Bonita justicia –concluye
Pascal– la que tiene por límite un río!”.
Al
final, muchas de las reivindicaciones de pueblos e individuos que se creen
diferentes, e incluso superiores, a sus vecinos se fundan en fronteras fijadas
artificialmente, por conquista, o por imposición cultural o lingüística.
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